Lima: Peisa, 2023. 364 páginas.
Leyendo las memorias de Carmen Ollé, pensé: qué buen título eligió, pues “vagabunda” es un vocablo que describe significativamente a Carmen. Una vagabunda de pies, trenes y aviones que la llevaron por muchos puntos del globo, por invitaciones a ferias de libros, charlas, lecturas y talleres, pero sobre todo una vagabunda, una trashumante o gitana de corazón, de espíritu, de mente, pues no he conocido a una persona con tantos picos de curiosidad como Carmen, con tantísima sed de conocimientos (la lógica, la física cuántica, ¿existe Dios?, il bello Modigliani), pasiones (por los Perros Celestiales, por Enrique, por Vanessa y Stefano) y sueños (autores como Kafka, Vallejo, Rimbaud, Nemirosky, Highsmith).
Leer estas memorias, pulcramente editadas por Peisa e ilustradas, es preguntarse cuántas Carmen caben en una sola, cuántas vidas hay en ella. Vidas valientes y tiernas; ardorosas y dolidas; vidas sueltas y responsables. Vidas libres de prejuicios. Como las de esas gitanas que a Carmen le gusta observar en el parque o desde su ventana.
Enamorada y casada con el poeta Enrique Verástegui, a quien siempre admiró a pesar de que años después se separaran. Carmen integró el colectivo Hora Zero en su segundo momento, y nunca dejó de escribir, siendo en París la esposa proveedora que limpiaba casas ajenas, la que preparaba los alimentos (cosa que detestaba), la que se reunía de cuando en cuando con amigas pintoras, la madre cariñosa de Vanessa y años después la feliz abuela de Stefano.
Carmen podría habitar en un país sobre el que caen bombas (¿no nos pasó eso en los años ochenta?) y ella no dejaría de escribir sus libros. Es una escritora de raza, alguien que no hace melindres y pone una palabra tras otra sin que le tiemble la mano. Y si le tiembla es porque hay una gran intensidad en lo que observa y en lo que describe.
A lo largo de estas memorias, Ollé se refiere a sus doce obras anteriores, es decir, a sus dos poemarios, sus novelas, sus libros de cuentos y ensayos, incluso sus piezas de teatro, para usarlas como ejemplo de ciertas técnicas literarias, o para rechazar o aceptar las críticas que le hicieron en su momento. Avanzando por estas páginas sentimos incluso que estamos leyendo una novela, porque, tal como Carmen lo repite, es muy difusa la frontera entre verdad y ficción. “Toda autobiografía es nada menos que una novela”, decía un personaje de Unamuno en La novela de Don Sandalio, jugador de ajedrez. Carmen vive como hechizada por los personajes de los libros que lee, y tanto, que ve las cosas como ellos las verían.
“SUS PERSONAJES O LOS PERSONAJES DE SUS ESCRITORES FAVORITOS, O SUS SUCESIVOS AMANTES, ESTÁN BAJO SU PIEL, Y LOS DESEA O SE DISTANCIA SEGÚN LAS HORAS DEL DÍA”
A ustedes, amables lectores, les pasará lo que a mí: entran a la primera página y ya no pueden leer otra cosa por varios días. Un libro tras otro, no importa el género en que hayan sido escritos; si están mezclados, mejor; si son híbridos, mejor; si habla de amores sexualmente ambiguos, mejor. Todo lo abarca Carmen, en un mundo complejo y conflictivo.
Ella puede llevarnos por tramas fantásticas, por personajes enigmáticos, malévolos o estrafalarios. Los personajes de Fiódor Dostoyevski, de Edgar Allan Poe, de Patricia Highsmith son llevadas por Carmen hasta puntos inimaginables y de pronto podemos tropezar con ellos en un café, andando por las calles, en un parque oscuro…
Carmen es una permanente invitación a la irreverencia, a la rebeldía, y no porque las busque de modo deliberado, es que no puede ser de otra forma. Así empezó y así seguirá. Ella es una individualista nata, no desea formar grupos, encabezar revoluciones de cualquier tipo. No se compra el pleito de la “poesía femenina” o la “poesía escrita por mujeres”. Si una mujer escribe, ¿cuál es el problema? No le interesan las consignas o alzar pancartas. Es su propia alma la que nos entrega en estas páginas, y su propio, inapelable deseo. No hay pose, ni ganas de agradar. Incluso su discreción es tan grande que no menciona haber recibido en el 2015 el premio Casa de la Literatura Peruana, u homenajeada por la Universidad Católica en el V Festival de la Palabra tres años después. Tampoco menciona los muchos estudios, tesis y traducciones de Noches de adrenalina.
Carmen nos habla aquí de sus primeros años. Como los chiquillos de la calle, jugaba con el trompo, las canicas, los patines, se sube a los árboles, ve correr el trencito sobre los rieles; en otras palabras, todo lo que suponga moverse; nada con lo inanimado, como jugar con muñecas o tocar el piano. Nos cuenta también sobre las numerosas casas y cuartos que habitó; sobre su padre, su madre, sus hermanos, y una larga fila de tías y abuelas. Por supuesto, sus lecturas compulsivas, incluyendo a autoras y autores rusos; historias gráficas, novelas de romances o policiales. Sus flirteos y amores más ficticios que reales. Y sus reflexiones sobre el oficio o el arte de escribir que sorprenderán a más de uno.
Leer, leer y leer, la gran lección de Carmen. No se le dio nada gratis, todo significó agarrarse con fuerza a historias y personajes, pero también de observar la vida con pasión. Sola o acompañada por sus amigas y amigos: Esther Castañeda, Pilar Dughi, Miguel Gutiérrez, Enrique Verástegui… Lamentablemente todos ellos han muerto, pero Carmen siente que están con ella.
De algún modo, nuestra autora vive como en otra dimensión, en un estado de inquieta duermevela. Sus personajes o los personajes de sus escritores favoritos, o sus sucesivos amantes, están bajo su piel, y los desea o se distancia según las horas del día.
Años setenta en Lima: una chica clasemediera que estudió en el colegio suizo Pestalozzi y que leía mucho, caminaba por el centro de Lima, visitaba librerías de viejo, estudió en San Marcos, iba a cine clubes, dictó clases en la Universidad de La Cantuta en la que los proterroristas se expresaban libremente; trabajó en Demus y en CENDOC-Mujer, y dicta hasta hoy talleres de escritura creativa. ¿Cómo no recordar que Carmen sacaba a pasear a su querida perra Glenda por los parques? Cuando viajó a París se agotaba para mantenerse y mantener a su esposo y a Vanessa, la pequeña de seis meses, y ello no le dejaba mucho tiempo para disfrutar la belleza de la ciudad y sus museos. Esto puede leerse en Noches de adrenalina, si los críticos no se fijaran exclusivamente en el erotismo, las poses, los fluidos corporales…
De Lima se marcha, pero a Lima vuelve. Aunque no la quiera. Ese espíritu de contradicción es lo que anima a Carmen y a sus palabras. Una autora llena de coraje y lucidez para enfrentarlo todo, especialmente en una ciudad como esta, ciudad tan hipócrita, represora y pacata como la que más. Ella se pregunta por qué, a diferencia de otros países, la escritura de memorias, o las cartas y documentos, son tan escasos en el Perú. Salvo Ribeyro y Arguedas, casi no hay nadie…
Sumérjanse en está páginas reveladoras, fuertes, dolidas y tómenle la mano o el pulso a esta escritora de raza que, a pesar de todos los obstáculos, es feliz mientras sale a la caza de un libro y lo encuentra de pronto y busca el tiempo para perderse entre sus páginas. Otra forma de vagabundear, de perderse en una trama, en una historia, en un movimiento sorprendente de palabras. Pero gracias, sobre todo, por escribir, por entregarnos tus personajes tan fuera del molde, tus tramas fantásticas, tu escritura serena y a la vez perturbadora.