Santiago de Chile: Bohío Ediciones y Viajero Ediciones, 2023. 117 páginas.
Más que una antología de poemas sobre Valparaíso, esta colección es una crónica escrita en poesía por alternadas y sincopadas 19 voces de poetas, cantores y navegantes. Esta colección, ilustrada por el pintor Fernando Concha Farías, despliega pinceladas sobre una ciudad que se recoge con cada ola que golpea el inmenso y profundo mar Pacífico. Brillos y sombras retratan gran parte de lo que esta ciudad puerto al sur del mundo aún conserva: “el breve peso de su nombre, Valparaíso…” (Patricio Manns). Este libro-territorio costero comienza con un fragmento de la crónica de Alfonso Calderón, “Valparaíso tocata y fuga”, que fuera publicado en una colección de textos bajo el título Memorial de Valparaíso (RIL Editores, Santiago, 2001; Alfonso Calderón y Marilis Schlotfeldt). De esta crónica que abre esta antología resalto dos preguntas que propone Calderón: ¿[Es Valparaíso] lugar concreto o metafísico?, ¿qué es ser porteño?, además de los versos que cita de otro poeta chileno que se avecindó a principios del siglo veinte en este puerto, Salvador Reyes, y dice así: “Puerto Mayor de la poesía universal”.
¿Es este puerto un lugar concreto o metafísico? A lo largo de los 45 poemas que contiene esta antología dirigida por los poetas Jean Jacques Pierre-Paul y Ramón Lizana R., ambos planos convergen desde una experiencia singular del viajero en tránsito por estos lugares donde entran y sales embarcaciones de poesía y canto. “Stultiera Navis atraca al fondo/las aduanas no registran nada/Es como un temblor imperceptible grado 1,5/Un contrabando que viaja en una amígdala” (Elvira Hernández), un lugar que habita en palabras de navegación. Sentido que va replicándose en una colección polifónica, llenas de grandes navegantes como Juan Camerón, y sus idas y venidas de Copenhague, Gotemburgo; en tanto, Valparaíso se nombra desde un lugar concreto desde el imaginario de otros puertos y otros muelles donde encallar, anclar en tierra firme. “En el acantilado/de los recuerdos/En ese montón de cenizas/Como antesala del infierno/Una a una/Desaparecen/Tres mil casas en Valparaíso./¿Cuándo naciste Valparaíso?” (Rosa Alcayaga Toro). Un puerto y sus cerros que arden, dice la poeta; lugar concreto que se ha convertido en una pira de fuego innumerables veces, sin embargo, siempre se levanta otra vez como un Fénix oceánico. Aquí no hay metafísica sino la prueba fiel de una seguidilla de cerros que llevan nombres hermosísimos que se han plantado frente al mar. La materialidad de visiones que atraviesa esta cartografía de nuevos ocupantes, porque en esta antología las referencias no sólo se desprenden de la añoranza, la melancolía por un lugar concreto, sino de la retina que registra, cual fotógrafo de antaño, escenas íntimas de migrantes venezolanos en el puerto: “Hay una ciudad afuera y dicen que es la mía; mi ciudad es la que llueve, escribo,/mientras los centros turísticos se llenan de visitantes” (Alejandro Concha). La misma ciudad que contiene otras urbes, otros flâneurs que gastan la punta de sus plumas en mezones de bar o de escritorios montados desde el altillo mirando el sol: “Tengo una ciudad íntima/que me impide amar otras ciudades/creo que eso se llama la maldición del enamorado” (Jean Jacque Pierre-Paul). Entre fuegos, referencias a lugares comunes en el imaginario puerto, una cartografía llena de voces que dan a Valparaíso la otra oportunidad de existir: puerto de agua e infierno.
“Este puerto es un tránsito de nuevos inmigrantes. Volvemos a la pregunta de Alfonso Calderón, ¿qué es ser porteño? Un habitante que acaba de llegar o uno que emprende el rumbo”
La lista de 19 poetas antologados comprende a Luis Correa-Díaz, Elvira Hernández, Patricio Manns, Natasha Valdés, Carlos SmithS, María Cecilia Nahuelquín, Alejandro Concha M., Rodrigo Verdugo, Teresa Calderón, Antonio Watterson, Emilio Barraza, Isabel Rivero, Juan Cameron, Luisa Aedo Ambrosetti, Mónica Mares, Rosa Alcayaga Toro, Jean-Jacque Pierre-Paul, Osvaldo Rodríguez (El Gitano) y Ramón Lizana R. Estas son las voces convocadas cuyas visiones e imágenes van de lo concreto a lo metafísico. Para derivar en la ruta al puerto de Valparaíso, se necesitan muchos puertos vividos; lo cual nos lleva a este enamoramiento/encantamiento por un lugar antológicamente cuestionado: “Qué hace real a un objeto o lugar”, puede ser que las respuestas se den como ciencias del “ser”, o poéticas del “estar”; es decir, fijar el rumbo en el tiempo-espacio para encaramarse en la vitrina de las cosas que existen y son observadas. Un rito que los poetas dejan entre sus experiencias familiares y cotidianas, la metafísica de lo especulativo y real: “llego una vez más a Valparaíso/en invierno y mi hermano/me arrastra afectuoso/a que lo acompañe a bucear/ a Pichidangui con los Concha´e/Locos, es nuestro on the road/space-time para ponernos al día” (Luis Correa-Díaz), o como las incursiones de una flaneuse que escribe a su padre: “Papá ¿es cierto todo esto?/Camina por el cementerio de Valparaíso/donde descansan los antepasados/que vinieron de Sicilia y se quedaron/en el puerto más nostálgico del mundo” (Teresa Calderón).
Este puerto es un tránsito de nuevos inmigrantes. Volvemos a la pregunta de Alfonso Calderón, ¿qué es ser porteño? Un habitante que acaba de llegar o uno que emprende el rumbo. Es acaso el que ha dejado su ciudad natal para encontrarse con este Valparaíso como si fuera otro nacimiento. Ser porteño es un crisol de vientos y mareas, un cuerpo que se empapa de niebla marina, es ese “antídoto que protege” de las capitales tierra adentro. Es un ir y venir de cantos desde el puerto con vistas al sol que desaparece en un horizonte también navegante. Esta antología es una perfecta invitación a releer esta ciudad en el mar y sus habitantes.