De la metáfora, fluida. Verónica Jaffé. Visor/Fundación para la Cultura Urbana, 2019. 171 páginas.
El libro De la metáfora, fluida, de Verónica Jaffé, recoge sus poemas escritos y dispuestos cronológicamente entre 2009 y 2014. En contraste con su libro anterior, Himnos Hespéricos-Cantos patrióticos (2015), el impulso verbal se aleja aquí de aquel tono hímnico —en su diálogo/traducción constante con/de la poesía de Hölderlin— para volver a un registro más íntimo, más concentrado, por momentos incluso minimalista, que retoma el de su libro Sobre traducciones. Poemas 2000-2008, publicado en 2010. No falta sin embargo aquí la presencia de Hölderlin, una especie de “faro” (como diría Baudelaire) para la reflexión y la escritura de Jaffé: constantemente se lo alude como el poeta, el maestro, el maestro poeta e incluso se lo cita. Sin embargo, desde el punto de vista de la dicción propiamente dicha, otra de las figuras inspiradoras de Jaffé parece tomar aquí precedencia: Emily Dickinson, a quien no sólo se cita y se traduce en dos de los poemas, sino de quien además se apropia la fija distribución en estrofas uniformes con que se organiza la mayoría de los poemas del libro. A esa influencia quizá quepa asociar otros elementos que destacan en estos versos: la sintaxis irregular, la apropiación de motivos naturales como correlatos de estados interiores (Stimmungen), un cierto impulso enigmático en la dicción.
Pero no se trata, en todo caso, de meras influencias. Jaffé parece haber asimilado la poesía de Dickinson hasta hacerla suya para, como diría ella misma, “traducirse”. Y si se piensa en su obra como un todo, en ese verbo, reflexivisado: “traducirse”, parece estar una de las claves que la definen. No sólo desde el punto de vista estrictamente temático la traducción constituye una de las recurrentes problemáticas de la obra de Jaffé, sino que, en tanto “metáfora fluida”, informa y conforma su concepción tanto escritural como vital. Así la escritura misma, la poesía, no sólo es el resultado de traducciones verbales, sino que es además el resultado de un proceso en el que el escribiente busca —problemática e, incluso por momentos, inútilmente— traducirse, hacerse palpar en las palabras, hacerse palabra palpable de esos estados de ánimo (Stimmungen) complejos, inaprehensibles, fugaces, pasados, teñidos de memoria y olvido. Es ésta entonces una poesía que insiste en explorar(se) exhibiendo una y otra vez el “algo/ alguito/ poca cosa” que logra evidenciarse, expresarse en las palabras. No cabe duda, además, de que esa exploración arraiga en un pasado concreto, familiar y cultural. Las raíces (y la lengua) alemana de Jaffé se hallan así en constante contrapunto con las raíces y el paisaje de la infancia y el crecimiento en Venezuela. De hecho, podría especularse que algunas construcciones verbales (asociación de sustantivos, frases dependientes adjetivadas y antepuestas al sustantivo que califican, por ejemplo) responden a ecos de la lengua alemana. Pero también surgen las palabras y los giros coloquiales del hablar venezolano, que son inevitablemente los que se asocian a recuerdos, momentos, lugares y paisajes. Y así como se observa en esta escritura este doble arraigo personal, no es menos cierto que dicho arraigo se ramifica a otras textualidades (incluso a otras texturas, si pensamos en su obra visual) en el constante diálogo que sus escritos entablan con la poesía occidental (además de Hölderlin y Dickinson, Celan, Mandelstam, Milosz, Darío) y con la poesía venezolana (Gerbasi, Sánchez Peláez, Montejo). Una verdadera trama de escritos y vivencias se traducen/transponen en estos poemas.
La médula de esta poesía, como se dijo, se encuentra en la traducción, y ésta se entiende aquí en su doble aspecto: mediación e imposibilidad; pero su dificultad —su laboriosidad— no se plantea como una simple limitación del lenguaje, sino que enraíza con la propuesta reflexiva del libro. Se trata de postular un espacio de autenticidad, anterior al lenguaje, un espacio de lo “animal” entendido como aquello que en cierta forma convivía (el pasado parece inevitable desde esta perspectiva) con los dioses y que se mantenía cerca de una plenitud —la de un “no saber”—, ajena a la conciencia y cuya clave parecemos haber perdido. Esta reflexión de orden quizá metafísico, no obstante, se asocia a otra de las temáticas del libro: la pérdida de las raíces, en este caso del país —Venezuela— sometido a la terrible situación social y política que atraviesa desde hace dos décadas. Esta especie de postulación de un estado de armonía con el mundo —sobre el que discurren varios de los poemas— se convierte así en una suerte de fundamento cuya contravención se evidencia en procesos tales como las revoluciones y sus consecuencias inevitables: exilio, desarraigo, persecución y destrucción. Este aspecto del libro de Jaffé, sin embargo, a diferencia del caso de otros escritores venezolanos, no opta por la denuncia, menos aún por la exhibición de las situaciones complejas y terribles, sino que busca antes bien el tono elegíaco de la pérdida y en ese sentido, apuesta menos por la espectacularización de la debacle nacional que por sus efectos menos inmediatamente visibles y, sin embargo, quizá más profundos, más íntimos, más permanentes.
Estos poemas, íntimos, nostálgicos, breves, duros, titubeantes por momentos, nos confrontan con una poesía que hace de la reflexión sobre las limitaciones y dificultades (verbales, expresivas, de traducción, existenciales, políticas) la materia misma de su decir y con ello alcanza una inusitada autenticidad —sin aspavientos.
Luis Miguel Isava
Berlín, Enero y 2020