The Bottom of the Sky. Rodrigo Fresán. Traducción de Will Vanderhyden. Rochester, New York. Open Letter. 2018. 266 páginas.
Esta intrincada novela está repleta de reflexiones sobre investigación científica, mortalidad y el complejo militar-industrial, pero en esencia En el fondo del cielo relata los modos en los que la ficción fantástica puede ayudarnos a dar sentido a las adversidades de la vida real. Se trata de ideas serias, que Rodrigo Fresán sabe tratar con admirable destreza. Pese a estar aparentemente condenados a una fatalidad, los personajes del autor argentino son optimistas: cuando su mundo se vuelve demasiado angustioso, consiguen construir uno mejor.
Un melancólico neoyorkino llamado Isaac Goldman es el narrador de la mayor parte del libro. Era un niño cuando su madre fallece durante la epidemia de gripe de 1918, una tragedia que pronto se sucedió con el suicidio de su padre. El joven Isaac se muda desde Brooklyn al apartamento de su tío en Manhattan, donde su primo Ezra le descubre la ciencia ficción. Para dos adolescentes complicados que se enfrentan a una pérdida y a la Gran Depresión, cuentos de hombres del espacio y de planetas lejanos resultan inmensamente influyentes. “Éramos malos en deporte y nos poníamos nerviosos en público”, recuerda Isaac, “así que optábamos por dejar volar la imaginación”. Proclamándose socios fundadores de un colectivo llamado Los Lejanos, crean una revista de ciencia ficción que circula entre sus amigos. Su reducido círculo se va expandiendo, e incluyen a su primer miembro femenino, cuya importancia crece a medida que avanza la novela.
Con el tiempo Isaac se convierte en una especie de escritor de éxito, pero se ve muy afectado por la inexplicable desaparición de Ezra. Más tarde, resulta que desde el inicio de la Guerra Fría, Ezra había estado trabajando en secreto para varias agencias del gobierno norteamericano. Poco después de enterarse de lo que había estado haciendo su primo, Isaac recibe un desconcertante mensaje: las primeras páginas de un manuscrito que no esperaba, sin remitente y sobre “el último habitante de otro planeta”. Van llegando cada vez más capítulos y, al mismo tiempo, Fresán nos hace adentrarnos en el misterioso documento, combinando hábilmente el relato fantástico con el realista.
En momentos clave, la prosa de Fresán se muestra cautivadora y deliberadamente repetitiva; en un capítulo, comienza siete párrafos consecutivos con “Dicen”. Aunque esto pueda resultar efectivo, se trata de una técnica que quizás emplee con demasiada frecuencia. Pero las imperfecciones de este libro son mínimas si se comparan con la vitalidad de su narrativa. Ciertos errores son prácticamente imposibles de afrontar sin ambages, y puede hacer falta el medio adecuado —en este caso, un cautivador himno a la ciencia ficción— que nos ayude a comprenderlos.
Kevin Canfield
New York
Traducción de Ana Marques García