No es tiempo. No ha llegado el Tiempo.
Siempre es deshoras y demasiado tarde, pensamiento sin cuerpo, cuerpo bruto.
Octavio Paz
Maracay, Venezuela: Ediciones Estival. 2023. 40 páginas.
En su poema “El instante”, Borges se pregunta: “¿Dónde están los siglos?”, y deja correr este verso: “Es la rutina del reloj”, y el Verbo que sabe de sus conjugaciones le permite a las palabras discurrir en el tiempo y despojarse del olvido. El tiempo, ese nudo corredizo que avisa su llegada a cada hora, a cada instante, sabe también del Verbo, el que sirve para tentar la memoria y destacar la frecuencia cordial (el corazón igual sabe) de quien asume el eco de la imagen para elaborar el momento en que “las sombras mugen” o “los hombres pintan bisontes”. El poema ha hecho un recorrido desde el Génesis hasta las Cuevas de Altamira bajo “la quinta hora del sol”: el tiempo pasa, se desliza, ocurre. El poeta se sabe habitante de los siglos, los mismos que se han hecho pregunta en la boca de Borges.
El poeta venezolano Rubén Darío Carrero no tiene prisa. Por eso aborda ese instante para afirmar que Algo le pasa al tiempo (Estival Ediciones, 2023), su segundo poemario, y desde esa bella oración construye este libro donde escribe su muy particular Historia Universal y comienza a intuir que “no siento el giro de la tierra” mientras Pitágoras o algún solitario maestro de escuela enseña a sus alumnos, a los de la calle que lo vive, que lo habita y mortifica, desde la ventana en la que posa sus codos y mira el mundo y su montaña. Con los ojos puestos en la espesura urbana murmura: “el pasado ha pasado tres veces esta tarde/sin Napoleón Bonaparte”, deja que el ruido de la ciudad se aleje y sigue: “las palabras están muy lejos/de lo que vemos”.
“EN ESTE LIBRO EL LÍMITE DEL TIEMPO ESTÁ EN “LA RUTINA DEL RELOJ”, EN LAS AGUJAS IMAGINARIAS QUE PREDESTINAN LA FUGA DEL PASADO, LA FRACTURA DEL FUTURO. EL PRESENTE ES SÓLO UN INSTANTE”
Se sobresalta el hombre, abandona el cuadro del paisaje exterior y atiende al golpe en la madera: “llaman a la puerta/y pienso que es mi destino/o el pasado otra vez con sus caballos”. El ayer inevitable y la tarde inasible que el mismo Borges menciona en su poema “El pasado”. El poema se extiende, se entiende en su misma capacidad para velarse como cuerpo vivo. Para justipreciar su presencia, Rubén Darío Carrero confiesa: “escribo esta historia universal/para recordar lo sublime”. El lector se adueña de la historia, de los personajes, de la familia, del mismo poeta que se nombra en la última línea de su recorrido, mientras el padre viaja al infinito.
Hoy es el momento, el otro instante de este libro, la otra hora en la despedida del padre, el padre moribundo permite que el poeta se autorretrate. El tiempo sigue su curso por la calle Vargas (una calle venezolana, en Maracay), entre buhoneros, charcos y palabrotas. Hay un hoy de país maltratado que se anima en la mirada del hombre que escribe: “las palabras solo salen de mi mano/ vienen de esa cosa que se llama ausencia”.
Y habla de su casa, de la sonoridad de su estancia, de las señas de la ciudad, esa pequeña extensión que el tiempo también reduce y convierte en palabras, en la ostentación del silencio, en la soledad y sus asuntos. El tiempo –fugaz– es movimiento, iniciación: “el futuro pasará en un segundo/todo siempre es un comienzo”. El hombre que escribe no vacila: sabe que el horario cambia, que algo le pasa. En este libro el límite del tiempo está en “la rutina del reloj”, en las agujas imaginarias que predestinan la fuga del pasado, la fractura del futuro. El presente es sólo un instante.