Nota del editor: Esta es una de las tres reseñas ganadoras del I Concurso de Reseñas Literarias de LALT (2023). Nos complace compartir las reseñas ganadoras en el presente número de la revista.
España: Editorial Visor. 2022. 56 páginas.
El 4 de octubre del 2022, la escritora dominicana Soledad Álvarez fue anunciada como la ganadora del XXII Premio Casa de América de Poesía Americana con su obra Después de tanto arder. El jurado había convenido en que la poeta es “capaz de usar la intimidad como un espacio propio desde el que observar nuestro mundo asolado por guerras y pandemias y de reflexionar sobre el feminismo, la familia o las servidumbres de la pareja” (Casamérica, 2022). En efecto, a diferencia de sus dos poemarios anteriores Las estaciones íntimas (2006) y Autobiografía en el agua (2015), en los que dejaba entrever un erotismo sugerente y descarnado, Después de tanto arder deviene en una factura más elegíaca, casi desprovista de las florituras retóricas de sus trabajos anteriores, tendente a la introspección y al recuerdo de tiempos felices y extintos; en ese sentido, tiene más que ver con su primer libro de poemas Vuelo posible (1994), en el que el yo poético aborda las problemáticas de su identidad y su posicionamiento en el mundo.
El nuevo poemario de Soledad Álvarez consta de 25 poemas, divididos en tres bloques: “Oficio de casada”, “Bares y boleros” y “Tiempo oscuro”. Como todos sus libros de poemas, Después de tanto arder es de carácter autorreferencial; es decir, funge como registro de los avatares de un yo poético imbuido no solo por desavenencias y desilusiones, sino por un estado irresoluble de melancolía. En “Oficio de casada”, por ejemplo, se centra en la dicotomía de la joven enamorada del pasado y la mujer casada del presente, y cómo el peso de la monotonía y los sinsabores desploma cualquier idea romántica de matrimonio: “la mujer casada lava los platos / y en el agua de jabón / en la espuma del cansancio / la muchacha enamorada que fue / regresa del olvido al inicio del camino”. En suma, recuerda un poco a los argumentos en torno al tema que se plantearon en Sonata a Kreutzer (2003), de León Tólstoi, en el que un Pózdnyshev irreverente y excitado arremete contra las recetas tradicionales de la unión conyugal y asegura que, pese a cualquier afán, no son sostenibles en el tiempo. Pero a Vasia Pózdnyshev no le acomete de manera especial el aburrimiento o el desengaño (como a nuestra poeta), sino el conflicto que suscita su ideario moral y filosófico frente a las convenciones sociales de su época. Álvarez no parece condenar la tradición marital pero sí reconoce (siempre con resignación) sus bases artificiosas y frágiles, y extiende su pesimismo en todos los ámbitos de la vida en común.
En “Bares y boleros”, la poeta se torna más inmersiva en la memoria de viejos amores y andanzas nocturnas. En este punto, el yo poético devela su naturaleza bohemia y justifica, en cierto modo, su fracaso en el matrimonio. La poeta ha dejado pasiones a medias: atesora viajes y fiestas en la sombra, guarda las caricias de amantes fugaces e intensos, retiene a flor de piel un deseo incorregible de tocar fondo; pero son elementos que no solo la corroen, sino que defiende y acepta sin más, como quien vaga en la deriva del alcoholismo: “no basta la vida sin la dicha breve / ni el bar sin el eterno retorno de la pena”. Este romanticismo plantea similitudes con poemarios más recientes como La ronda de la vida (2023), de la poeta uruguaya Cristina Peri Rossi. En este último, también con visos de autobiografía, Peri Rossi atribuye un componente de autodestrucción al hábito de delirar en los recovecos de la juventud perdida: “Burbujas de dolor / estallan en mi corazón / y derraman su bilis ardiente / su veneno sangriento […] restos de amores perdidos, ilusiones rotas, amistades fracasadas…”. Pero se puede advertir una estela de languidez en la uruguaya, quien pasa revista de sus intimidades desde el crepúsculo de una vida pequeña y corriente, lejos de toda vorágine y “libre para siempre / del oprobioso culto / a la actualidad”; contrario a Álvarez en este bloque, cuyos amores perdidos y cuyas cuentas pendientes permanecen como heridas abiertas en la letra de algún bolero e inmarcesibles en el fragor de la clandestinidad.
Soledad Álvarez sienta un precedente importante en su trayectoria artística y aporta un material digno de atención en la literatura dominicana contemporánea.
Ya en “Tiempo oscuro”, en cambio, Soledad Álvarez tiende una mirada panorámica a su contexto y se desprende un poco de sus dramas personales. Pese a que en algunos poemas hace alusión a los demás bloques, en este espacio es más notoria su vocación social. Álvarez no parece tener el nivel de involucramiento y espíritu de denuncia que tiene, por ejemplo, Gioconda Belli y sus aguerridos poemas contra el régimen de su natal Nicaragua (cuyo activismo le ha valido el destierro y la persecución), sino que repara más bien en un llamado de reflexión sobre asuntos de carácter mundial, como los agravios de la inmigración irregular, la pasada pandemia del COVID-19 y el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. El yo poético padece, en primer plano, los embates de estos fenómenos, pero no termina de inmiscuirse. Soledad Álvarez, con su respectiva distancia, se inclina, por el contrario, al optimismo y apuesta a la literatura: “Busco palabras imágenes florituras / que me permitan escapar del horror de la carnicería… hasta el fin del tiempo oscuro de la guerra / hasta que podamos salir y escribir/ el poema luminoso del amor que salva”. La poeta, en última instancia, se despoja de su individualidad y procura mezclarse con las víctimas y sus aflicciones.
En definitiva, la obra Después de tanto arder, compuesta por versos irregulares, representa un punto de inflexión en la poesía de Soledad Álvarez. A dicha propuesta se le podría juzgar el hecho de incurrir en un lenguaje simple. Sobre esto, el escritor argentino Jorge Luis Borges refirió que la obra confía al autor el estilo que amerita. Este autor afirmó, además, que es propio del escritor joven adoptar cierto barroquismo para encubrir su timidez o desconocimiento en literatura y que eventualmente, en la medida en que adquiere lecturas y experiencia, va prefiriendo soluciones más llanas y directas. Quizá por eso en Borges, por ejemplo, se puede notar una transición estilística importante en Los conjurados (1985), su último libro de poemas, un compendio de viñetas íntimas y personajes célebres, de corte sobrio; frente a su ópera prima Fervor de Buenos Aires (1923), retrato de su ciudad natal, minada de adjetivos y figuras intrincadas. Tal parece que así lo entendió Álvarez, quien en esta última entrega ha depurado su verso hasta casi rayar en lo anecdótico. Tras dejar atrás el lenguaje rebuscado de libros anteriores y abocarse a una poética confidente, clara y persuasiva, Soledad Álvarez sienta un precedente importante en su trayectoria artística y aporta un material digno de atención en la literatura dominicana contemporánea. La poeta ha dejado de buscar, a fin de cuentas, el verso sublime, y ha optado por rescatar lo que queda entre los rescoldos.