Luz negra. Noel Luna. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña. 2017.
Luz negra, de Noel Luna (Puerto Rico, 1970), es un libro que se vivió antes de ser escrito en forma escrita. La textura plástica de estos poemas se extrae de mitos y nociones oníricas de la realidad poética para formular una composición por profundidad de campos. Es decir, el movimiento entre los elementos en el poema o entre múltiples textos poéticos. Galardonado con el Premio Nacional de Poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016, la colección de poemas de Luna engloba la inmanejabilidad de los sentimientos, expresada por una voz lírica que, frente a la contradicción emocional, encuentra sentido a través de un comercio dialéctico con Luis Palés Matos. Vida y poesía. La voz entra en conflicto con la lógica y la causalidad, y solo puede accederse a ella mediante la vocación poética del autor-poeta. Sólo en el lenguaje de la poesía el amor es sublimable; sólo en la poesía se domesticó el amor.
Del poeta se conoce una trayectoria dedicada a la depurada artesanía del verso. Su primer libro, Teoría del conocimiento, fue premiado en el Certamen del Ateneo de Puerto Rico en 1995 y publicado en el 2001 por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Años más tarde, inicia un ciclo de poesía minimalista que comienza con Hilo de Voz (Terranova, 2005), premiado por el Instituto de Literatura del Ateneo de Puerto Rico, al cual le siguen los poemarios Selene (Folium, 2008) y Música de cámara (Terranova, 2009). En la década del 2010, publica La escuela pagana (Folium, 2014). También es editor de Piel fugada: antología poética de Luis Palés Matos (Editorial UPR, 2008). Y aquí del discípulo a su maestro.
Luna llega tras la huella de Luis Palés Matos en “Puerta al tiempo en tres voces”, donde el objeto de su eros es la Medusa caribeña, como Mercedes López Baralt ha nombrado a Filí Melé. En Luz negra, el deseo trunco por el eros filimeliano se revierte y es la luz mulata la que triunfa sobre el poeta agotado por los desafectos que padece hasta el momento lumínico donde llega su cazadora.
“No esperaba que fuera/ ni corto ni benévolo el invierno/ que cala y persevera/ ni que una claridad de primavera/ brillara en el infierno”, dice la voz en el Poema I, y luego añade: “Me sorprende que ahora/ que daba por perdida la existencia/ llegara y que la ciencia/ de su alma cazadora/ prendiera en mí la súbita querencia”.
Como en los sonetos alusivos a la Dama Morena por la cual William Shakespeare se apasiona, el Eros se texturiza. Una mujer —la luz negra— llega en la liviandad de un aliento. Es una “divina cazadora” que plenamente revierte el mito palesiano donde el poeta es el cazador y Fili Melé, su “pan de luz”, es la buscada, la perseguida, la escapada. En Luz negra, a diferencia de Fili Melé, hay posesión.
Del amor como cacería, no nos queda mayor representación que la de Cupido con su arco y su flecha. Asimismo, nos remonta la idea de Francesco Petrarca “Una cándida cierva”, poema en el que el poeta tiene una visión de su amada —ejemplificada en cierva— que se desvanece en el intento fallido del sujeto deseante por aprehender a su presa. Es la misma idea que recrea Thomas Wyatt en su poema “Whoso List to Hunt”. Palés, sabemos, cayó preso de la inescapable trampa del amor imposible en una mulata de ojos verdes y mucho más joven que él. El amor de Palés se dirime en búsqueda, en instancia del saber que no se encuentra o no se sabe, sino que, como todo lo sólido, se desvanece en el aire. En Luz negra, sin embargo, el amor se nos asoma en su carácter ontológico. Mantiene todo unido y la perdida de sus facultades se desentiende de lo ordenado.
Es esa proyección fantasmagórica en la que nos buscamos en el otro. Sin otredad, el eros no existe. El amor —esa figura diluida en nuestras reducidas concepciones de espacio; esa búsqueda ágil que se disuelve al completarla— se genera como unidad mínima de significación.
En la Luz negra de Noel Luna, el cazador persigue a la ninfa, igual que Ovidio nos cuenta a Febo acechando a Dafne. El amor es luz. Cuerpo sublime. Numen y lumen. Y lo que prosigue al encuentro es previsible en la débil —más bien, seductora— resistencia que la mujer, puesta como presa, ofrece. Aquí, la mujer árbol de Palés en “Puerta al tiempo” es aludida: “del trasfondo de un sueño la escapada/ Fili-Melé. La fluida cabellera/ Fronda crece, de abejas enjambrada;/ El tronco —desnudez cristalizada—/ Es desnudez en luz tan desnudada/ Que al mirarlo se mira la mirada”.
El amor parece ir acompañado de algo misterioso, que se conoce exactamente pero sólo se puede explicar de un modo insuficiente. O sea, del mito.
Se trata de una interpretación de la búsqueda y la inconsecuencia de un amor no correspondido, que el poeta solamente puede aplacar en el plano poético. Luz negra se escribe desde lo numinoso palesiano, en donde, como han notado Julio Marzán y Mercedes López Baralt anteriormente, habita la poesía amorosa de Palés.
En los poemas de Luna, entonces, la realidad merece el lenguaje del sueño y solo puede ser entendida por imágenes y sensaciones que nos provocan y nos alejan de ese otro lenguaje que Samuel Taylor Coleridge identificó como el lenguaje del día: el lenguaje de la razón y su lenguaje: deseo de representatividad. De este modo, Luna reapropia el lenguaje onírico que desborda los versos de Palés. Desde el imaginario metafísico romántico, donde reina la incertidumbre del sueño, las limitaciones de la palabra también presagian la capacidad redentora de la imaginación.
Irrestricto dentro de su métrica, los poemas de Luz negra se organizan en 25 unidades de 5 estrofas que suman 125 liras —la forma de versificación que Bernardo Tasso innovó en su obra Amori—, elevando los andamios de Luz negra a la perfección estructural de una composición musical. De hecho, el libro puede leerse como una serie de impresiones poéticas particulares o dentro del contexto más amplio de la plácida musicalidad de un largo poema, como si estuviera compuesto en la escala pentatónica de las teclas negras de un piano, una progresión de uso popular en la música tropical. En efecto: Luz negra es también soneo.
Después de todo, en el reino de lo visible, la luz más fuerte y visible es la que más quema.
Elidio La Torre Lagares
Universidad de Puerto Rico-Río Piedras