Caja de fractales. Luis Othoniel Rosa. Buenos Aires: Entropía. 2017. 99 páginas.
Se ha dicho muchas veces que el ascenso de la novela en nuestra época es la señal más clara de la declinación del arte de narrar. En el deseo de recuperar ese arte perdido muchos escritores actuales han intentado regresar a la primacía de la trama, a llenarnos de aventuras, sin darse cuenta que juegan con una noción del relato que pertenece al siglo diecinueve. La novela, es cierto, es diferente de los géneros en prosa que vienen de la tradición oral por ser la expresión de un individuo solitario que no está ya reportando historias o leyendas que pertenecen a una colectividad. Es quizás un error moderno pensar que esa distancia que nos separa de épocas anteriores se puede solucionar cambiando el tema de lo que se cuenta, recurriendo a historias fantásticas que artificialmente recrean un mundo épico que ni el lector ni el autor han vivido. Es quizás más correcto, me parece, suponer que lo que se ha perdido con la llegada de la novela no es el carácter “épico” sino el de la comunidad, y que no hay que confundir ambos en uno. El regreso a la comunión entre el autor y su audiencia no tiene por qué funcionar con un regreso a una condición anterior. Las formas, ya hemos aprendido, contienen su propia historia. Habría que repensar así lo que significa volver a establecer la comunicación en una comunidad. Si el significado está en todos convertirnos en “autores”, entonces la solución que ofrece esta novela es innovadora
A grandes trazos, la trama de Caja de fractales trata de las vidas de diferentes personajes Alice, Trilcinea, Alfred, Lagartijín, la Chilena y otros), conectados entre ellos de maneras diversas —amigos, amantes, familiares, voces sin cuerpo que llegan de otros espacios y tiempos, etc. — existiendo a veces en un Puerto Rico futuro acosado por desastres de tipo pos-apocalíptico y un presente donde un profesor universitario -tan sólo conocido como el profesor O.— batalla con su situación de intelectual que forma parte de un sistema social y educativo, de un modo de llevar la vida, en el que él no cree. La novela va de los capítulos que hablan de un futuro muy lejano (el año 2037, 2040, 2701) o los que regresan al presente (2017, 2018). Si todo lo que se cuenta está sucediendo en la mente del profesor O., o si su vida simplemente anuncia lo que está por venir, son dos de las muchas posibles lecturas de este fascinante texto.
Los sucesos en la novela y las decisiones de los personajes que viven en el futuro se mueven entre proyectos para organizar la vida de una manera alternativa. Por ejemplo, existe la catedral, un refugio al que el estado ayuda a independizarse del estado —con excepción contributiva, con recursos militares— ; o el caso de un grupo en Ecuador que se organiza por medio de un algoritmo: “tienen una suerte de economía sin dinero basada en recursos y dirigida por una computadora” (24). En el presente, el profesor O., por su parte, intenta infructuosamente dar significado a su vida al subvertir el discurso oficial desde la universidad. Pero vive con la sensación de que su discurso subversivo es creado o fomentado por el mismo sistema que él ataca, como una especie de necesidad interior a la organización de la formación social en la que habita —es decir, se necesita la oposición para que todo siga igual. Este patrón se repite en otras partes de la novela. Otro ejemplo: la historia de la boxeadora que comienza como un reto a la sociedad puertorriqueña por ser una profesión inusual pero cuya vida se organiza bajo las fórmulas tradicionales, y termina derrotada por la más antigua de las reglas impuesta a la mujer, el machismo. De los varios temas en el libro, me gustaría destacar el de la comunicación. En uno de los capítulos, el profesor O. se encuentra con una copia de la dignidad, una especie de libro colectivo cuyos ingenioso detalles dejo descubrir al lector. Baste decir que su presencia resalta el problema de la comunicación moderna —de comunicarse entre todos sin que en esas comunicaciones intervengan las intenciones personales, la ideología, y sin que nadie quiera apropiarse el significado del contenido que se intercambia. Cada lector de la dignidad necesita crear otra vez el libro siguiendo reglas que garantizan que “el libro siempre cambia y se actualiza, en cada versión es un libro vivo. No tiene autores, ni números ni imprenta, ni un solo idioma” (46). No, no se trata de un gesto metaliterario, por suerte. El libro que leemos no es una versión de la dignidad, y eso es claro para el lector por la descripción que se nos da de esos libros clandestinos. Sin embargo, me atrevería a afirmar que así como para que la dignidad logre su propósito lo principal no es el contenido sino el modo de difusión “anónimo y secreto” del texto, para la novela de Rosa lo que importa más no es el orden de los sucesos específicos de la trama, sino que en la experiencia de leerla, nos imaginemos la comunicación como la posibilidad de que los lectores se conviertan en autores también.
Los lectores como autores fue la promesa en el siglo 19 de los diarios y periódicos masivos como medios de comunicación: la posibilidad de que el lector, al enviar sus cartas al editor, se viera a sí mismo publicado, expresando su opinión, comunicándose, volviéndose un autor que reflexiona sobre lo leído. Que los medios de comunicación tradicionales no hayan cumplido sus promesas, es el punto de origen del deseo de reconstituir la noción de comunidad que atraviesa esta novela. Unas páginas más adelante (se ha pasado ya a los años 2037-40) se nos habla de los futuros medios de comunicación para contactar mundos/seres extraterrestres. Una conversación entre Alice y su sobrino Lagartijín nos deja saber que el modo de contacto no es material, sino a través de ondas informativas. Otra vez, la necesidad humana de la comunicación adquiere una posición central: “En la galaxia sólo se puede conversar, lo único que se puede intercambiar son conversaciones. Si no podemos encontrarnos físicamente, ni intercambiar nada material, no hay ninguna excusa para una carrera armamentística, ni siquiera para transacciones económicas” (58). Esta obra de Rosa está constituida así por una colección de modos de comunicación, en contextos, tiempos y realidades diferentes, vistos desde diferentes puntos de vista. No creo que haya lector que termine esta novela y no sienta que todavía es posible descubrir conexiones ocultas, y ese es el comienzo de la comunidad.
José Eduardo González
University of Nebraska-Lincoln