Tacos altos. Federico Jeanmaire. Barcelona: Anagrama, 2016. 166 páginas.
¿Qué hay de esencial y divertido en la siguiente frase? “Me cuesta el pasado. Y me cuesta el futuro, también. Soy china, me defiendo siempre. Pero la profesora de castellano se enoja igual conmigo y entonces le pone una calificación a mi prueba que no es buena. ¿Soy china? No sé. Ahora no importa”. La frase pone en escena la voz novedosa, hecha de puro presente, irónica, aunque práctica, de una joven obviamente preocupada por su identidad, pero cargada de urgencia. Si lo que define a una obra, y más especialmente a aquellas escritas en primera persona, es su voz, Federico Jeanmaire logra en su nueva novela Tacos Altos, como antes en Vida interior (Premio Emecé 2009) y Más liviano que el aire (Premio Clarín 2009), una voz lograda y distintiva que pone en tono de confesión adolescente lo que en verdad termina siendo una tragedia profunda y, de algún modo, universal.
El personaje que habla o, más bien, que escribe ese cuaderno (o diario) al que Jeanmaire nos da acceso, es Su Nuam, una adolescente china que vivió diez años en Argentina, donde su padre tenía un pequeño supermercado, y que viaja a Buenos Aires pocos meses después de su regreso a China. Si la identidad de Don Quijote –sobre el cual Jeanmarie es un reconocido especialista es el resultado de su obsesión por la lectura de numerosas obras de caballería, la identidad de Su Nuam, se desarrolla a través de su obsesión por escribir en su cuaderno/diario. “Tengo la ilusión cuando llego al mercado y abro el cuaderno, de que si escribo en detalle lo que sucede desde ayer, puedo, en algún renglón, quizá de casualidad, entenderlo”. El cuaderno, escrito en el castellano de su infancia, en el idioma que preserva los secretos de su vida en Argentina, mantiene en escena los elementos ocultos de su pasado y de su identidad. Está escrito en un inusual tiempo presente que corresponde, de algún modo, a la estructura del idioma chino, pero que, también, se corresponde con la cuestión más profunda de la intemporalidad de lo que uno realmente es. En línea con el legado aristotélico de que lo que es en acto ya es en potencia, el tiempo presente es un recurso excelente para reflejar el tema central de la obra, el pasaje de la potencia al acto, que es de algún modo atemporal y que refleja ese borgeano instante de saber de lo que uno es capaz. Del mismo modo que Borges en su Biografía de Isidoro Tadeo Cruz dice “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es”, el cuaderno de Su Nuam dice “sospecho que hay un momento de la vida en el que cada hombre o cada mujer descubren quienes son. Lo saben, de repente. Frente a una instancia crucial o frente a un hecho insignificante, da lo mismo”.
El diario de Su Nuam nos lleva, siempre en presente, de los vacíos sarmientinos de la plaza de Glew en la que estaba el supermercado de su padre en Argentina a la mucho más vívida plaza de su pueblo en China, de la presencia del agua en su lugar de China a sus conversaciones frente al río en Buenos Aires con su abuelo que hizo con ella el viaje del relato a la Argentina, de su inseguridad de niña ante las críticas de su profesora de castellano hasta su determinación al afirmar que “Pasan cosas, profesora. Y esas cosas que pasan, nos modifican para siempre”. En tiempo presente, Su Nuam escribe o vive, da lo mismo, ese momento de su vida en el que ella descubre quién es, y de qué es capaz, ese momento en que “me pongo los tacos altos para sentirme más adulta, y hago la llamada que debo hacer”, ese momento revelador por el que “el orden del mundo vuelve a su sitio. La justicia triunfa por sobre la injusticia. El humo llega por fin, con ganas, hasta el cielo. No estoy feliz con el asunto, no lo disfruto. Pero, al menos, puedo comunicarme con él más allá al igual que cualquier otra mujer china. Estoy en paz. Soy yo”.
Disfruté francamente de la frescura con la que Federico Jeanmaire complementa en la voz original de Su Nuam el fatalismo del tema tan argentino y universal del destino, con la supuesta practicidad de lo chino, cuando concluye su diario contenta porque está finalmente completa por saber quién es y también porque “y todavía tengo quinientos dólares en el bolsillo para comprarme un lindo par de zapatos de tacos bien altos cuando dentro de unas horas el avión aterrice en Londres” (166). Como en el resto de la obra reciente de Federico Jeanmaire, la construcción de una voz única es lo que está permanentemente en juego y Tacos Altos es una excelente puerta de entrada al mundo de este notable autor argentino contemporáneo.
Carolina Sitya-Nin
University of Oklahoma