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BOOK REVIEWS
Número 36
Mis piletas alemanas de Juan Vitulli
Por Christian Elguera Olortegui
“En Mis piletas alemanas, la poética de la fluidez es también una poética del error; la vida se siente con mayor profundidad en sus equívocos, en los actos fallidos.”
No ficción
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  • November, 2025

Chile. Bulk ediciones, 2025. 150 páginas. 

Mis piletas alemanas de Juan VitulliEn Mis piletas alemanas, el escritor argentino Juan Vitulli (1975) nos sumerge en Berlín desde una perspectiva singular: visitar las piletas de esta ciudad alemana. En un primer momento, el libro destaca por ofrecernos un minucioso recorrido del espacio físico. Describe –con desilusión, con humor, con sensibilidad– sus viajes en tren, sus encuentros con personas locales, los caminos de vuelta a casa. En esta línea, sobresale el esfuerzo por describir diversas piletas de Berlín: sus decorados, sus estatuas, sus interiores, el tipo de agua que usan, las colas que se hacen para entrar, el sistema de seguridad que se emplea en cada visita. Dicho esfuerzo se enfatiza con numerosas fotos de las piletas, que el mismo Vitulli tomó durante su viaje. Sin embargo, los momentos más valiosos del libro aparecen cuando el autor nos muestra su mundo interior, sus frustraciones, sus recuerdos, permitiéndonos percibir su visión de mundo, su propia alma. De esta manera, Mis piletas alemanas es un libro donde el autor se presenta sin caretas, invitándonos a descubrir sus dilemas, sus malestares y, también, sus risas. A diferencia de otros textos de Vitulli donde los símbolos son como un atuendo (ya sea hablando sobre animales o extranjeros en Estados Unidos), en Mis piletas se aprecia un trasiego hacia la desnudez, hacia la búsqueda de una transparencia, que se convierte en una poética de vida. 

El periplo por las piletas de Berlín resulta ser accidentado, siempre colmado de óbices. Aun así, Vitulli persiste en encontrar una fluidez, una liberación, en cada una de ellas. Pero llegar a una pileta no es tarea sencilla. Diferentes elementos obstruyen los pasos y cada viaje pareciera frustrarse a mitad del recorrido. No se trata solamente de los errores que un turista puede cometer, como tomar el tren equivocado, sino de obstáculos ontológicos. La senda pareciera estar rodeada de trampas que dejan a Vitulli anonadado, frustrado, casi deshuesado. Uno de estos primeros elementos es la lengua. Mis piletas alemanas es una honda reflexión sobre la imposibilidad de hablar una lengua. Para Vitulli no se trata de algo que se solucione pasando del alemán al español, o usando un sistema tecnológico de traducción, sino de una total imposibilidad para conocer una realidad. No se trata de la dificultad por pronunciar un vocablo, sino del impedimento por adentrarse dentro de una cultura, por lo cual Vitulli siempre se siente afuera, excluido, casi como un estorbo. La angustia crece porque se reconoce que lo único que puede ayudarlo es otra lengua que no es la suya: el inglés es como un salvavidas de flamingo para niños, que tiene que usar para no ahogarse. 

“Nadar es también una manera de entender la estilística de Mis piletas alemanas. En este libro Vitulli vierte su ser sin caretas, sin edulcorantes.”

El espacio urbano también está signado por el desaliento. Pero aquí la ciudad no es solo una estructura física, sino un entramado de desencuentros, de maletendidos, que asemejan más a un laberinto. Vitulli puede andar en la ciudad, movilizarse en el transporte público, guiarse con el celular o algún mapa, pero al mismo tiempo se diría que no puede moverse. La ciudad no paraliza su cuerpo, sino su alma. Es difícil fluir en una ciudad donde hay tantas formas de control, tantos protocolos, tantas inspecciones para nadar en una pileta. Y es aquí donde vamos atisbando el deseo de Vitulli: nadar es una forma de recuperar una vitalidad que ha sido atrofiada en medio de la urbe; nadar es una forma de reconectarse con su cuerpo, tal como confiesa el autor: “Y lo único firme lo encuentro en el cuerpo, específicamente en la acción de nadar”. 

La ciudad y sus habitantes frustran, constantemente, este deseo. Como resultado, Vitulli se siente torpe una y otra vez. Nuevamente, no se trata solo de una torpeza por no entender una expresión alemana, por confundir una cosa con la otra, sino de un sentimiento de torpeza ontológica, de no saber vivir en un mundo tan automatizado y controlado por leyes absurdas. En medio de este desasosiego, Vitulli explora diversas maneras de sentir mayor confianza. Los recuerdos familiares se vuelven una forma de alivio y le permiten entender con mayor claridad la ciudad de Berlín. Al respecto, podemos mencionar cómo el encuentro con un hombre que está quedándose ciego le recuerda la historia de su propio padre. En otra escena, en medio del hartazgo ante un guardián de las piletas, Vitulli recuerda a su abuelo y comienza a hablar en italiano. Asimismo, debemos mencionar las memorias de aquellos momentos en que Vitulli ha quebrado leyes que prohibían nadar. En tales descripciones, volvemos a identificar la tensión que desespera al autor: su deseo de fluir es impedido por un discurso racional y legal, que finalmente detiene sus acciones. Cuando los policías de Indiana le prohíben nadar en un lago, en realidad, le están impidiendo liberarse, transformarse. De hecho, como si se tratara de una iluminación, ese breve tiempo nadando en el lago le permitió sentir que la vida se había transformado. De tal modo, el autor nos confiesa: “El lugar donde a diario enseño mis clases se había transformado. Todo se veía desde una perspectiva diferente”. 

La búsqueda de libertad es lo que motiva la decisión de Vitulli por visitar piletas. Sabe que, una vez dentro del agua, podrá repotenciar su vitalidad, “su perdida naturaleza anfibia”, aquella que ha sido mermada en medio de enredos lingüísticos, los tropiezos urbanos, la confusión existencial. Nadar al aire libre es el epítome de la vitalidad, tal como se advierte en estas líneas: “Hay algo diferente, algo conectado con la experiencia de nadar al aire libre que por momentos me hace olvidar la forma, el olor, el color, las características arquitectónicas de cada una de mis piletas alemanas”. Este contacto con la realidad, fuera de un espacio limitado, más allá de las coordenadas habituales, revela la esperanza de Vitulli por rehacer su propio ser. Por esto, el deseo de nadar en las aguas de un lago, tal como lo evoca, me trae a la mente el emblema XXI de Michael Maier en su Atalanta Fugens, donde nadar es un paso fundamental para que los metales se liberen en la Gran Obra alquímica.  

En Mis piletas alemanas, la poética de la fluidez es también una poética del error, ya que la vida se siente con mayor profundidad en sus equívocos, en los actos fallidos. Esto me recuerda un poema de Fernando Pessoa titulado “Poema em linha reta”, donde un verso nos dice: “estou farto de semideuses!”. El mundo ordenado, donde nadie comete errores, donde se busca lo artificial, donde todo está bajo control, es el mundo de los semidioses. 

Nadar es también una manera de entender la estilística de Mis piletas alemanas. Como he mencionado antes, en este libro Vitulli vierte su ser sin caretas, sin edulcorantes. De aquí que la prosa sea directa y que cada confesión sea sincera. No hay un alarde por maquillar un sentimiento o exagerar una tragedia. Atendamos a esta cita: “Y es esa forma simple de brindarse a los que nadan que amortigua cualquier nueva significación, y consecuentemente nos protege, por un rato, del demonio de las analogías que acecha en la escritura”. Aquella escritura que se basa en analogías resulta ser un riesgo para fluir, ya que esa cadena de comparaciones se vuelve un incordio, un ornato, que nos aleja de la verdadera vitalidad. 

Fluir, lo primitivo, la ebriedad, solo dejarse llevar. Al final del libro, el autor confiesa que no entiende esa idea de wild swimming que urdieron los ingleses. Entiendo que esto se debe a que tal expresión parece un artificio muy racional, justamente aquello que no le satisface a Vitulli (la semiosis hasta el infinito). Pero dejando de lado la palabrería y el talante inglés que ingenió dicho término, se puede apreciar un intento por sentir la realidad más allá de las retóricas, por huir de los espacios falsos y grandilocuentes. El nadador en contra del dandy más estrafalario. Y quizá, contrario a Baudelaire –quien odiaba a la naturaleza–, este libro de Vitulli resulta ser un sincero llamado por volver a lo primigenio: sin vergüenzas, sin temores ante los errores y la torpeza. Es un libro que, finalmente, invoca la fluidez, la total desnudez. Y este llamado, en nuestros tiempos, debe ser considerado radical y a contracorriente.

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