Bogotá: Sílaba Editores, 2025. 340 páginas.
En su más reciente obra, El vientre de todas las guerras (Sílaba Editores, 2025), el poeta, ensayista y narrador colombiano Armando Romero se adentra en los laberintos de la memoria histórica que ha marcado a Colombia, ofreciendo una narrativa compleja y profunda. La novela que transita desde el siglo XIX hasta el XXI, entrelaza dos relatos paralelos que se desenvuelven en geografías y temporalidades distintas, pero conservan su autonomía estructural. La obra, cargada de matices sociopolíticos y culturales, pone en evidencia cómo las luchas del pasado continúan resonando en el presente, en una continua espiral de sufrimiento y resistencia.
La novela se estructura en torno a dos relatos que se interrelacionan a través de sus personajes, sus búsquedas de sentido y las tensiones entre historia y ficción. Ariel, el primero de ellos, un joven colombiano de Cali que se empeña en la tarea de reconstruir la historia de su abuelo Primitivo, quien participó en las guerras civiles colombianas del siglo XIX. La motivación de Ariel no es solo personal, sino también literaria: su deseo de escribir una novela que articulara la memoria individual con la memoria colectiva de su país. Sin embargo, la tarea resulta más compleja de lo que había imaginado, pues el testimonio directo de Primitivo es imposible de obtener, ya que su abuelo ya no vivía y figura como un espectro que atraviesa el tiempo.
Sin embargo, Ariel no está solo en su búsqueda. A su lado se encuentra Aminta, una historiadora española que, gracias a su relación con él, se introduce en el estudio de las violencias históricas de Colombia. Su trabajo académico, inicialmente centrado en la política española, se transforma en una reflexión sobre las conexiones ideológicas entre las élites políticas colombianas y el régimen franquista. A través de este vínculo afectivo e intelectual, Romero profundiza en las influencias extranjeras en los conflictos nacionales, proponiendo una mirada crítica sobre las relaciones entre Europa y América Latina, en especial durante las continuas guerras y la dictadura.
El segundo hilo narrativo remonta al siglo XIX, reconstruyendo episodios cruciales de las guerras civiles colombianas, particularmente en el suroccidente del país (el Gran Cauca). En este relato, el personaje de Primitivo emerge como una figura central, aunque misteriosa y casi intangible. A través de él, Romero explora las tensiones entre liberales y conservadores, presentando una visión sombría de la guerra y la lucha por el poder en una Colombia fragmentada y desgarrada. La figura de Primitivo, aunque distante y fantasmal en la memoria de su nieto, adquiere un sentido de tragedia personal y colectiva, representando la desconexión entre generaciones y la imposibilidad de reconstruir un pasado lleno de contradicciones y silencios.
“Romero, al utilizar textos como Nuestras razas decaen de Miguel Jiménez López, incorpora la problemática de las raíces ideológicas del racismo en Colombia, y su rol en la consolidación de un orden social excluyente.”
La obra destaca por su erudición y su capacidad para utilizar el archivo histórico, sin dejar de lado la invención literaria. Romero desafía las versiones oficiales de la historia, reconfigurando figuras históricas clave como el cuatro veces presidente Tomás Cipriano de Mosquera, José Hilario López o Jorge Isaacs. La intersección entre literatura e historia surge cuando Ariel encuentra en tecnologías contemporáneas como ChatGPT información sobre Isaacs. Este recurso digital introduce una reflexión sobre la evolución de los modos de producción de conocimiento, y subraya la mutación de las guerras que se adaptan a las realidades digitales. La inteligencia artificial se convierte en una metáfora del virus autoritario heredado del siglo XIX, mostrando cómo la violencia sigue siendo una constante histórica, solo que ahora adoptando nuevas formas y lenguajes.
Es preciso señalar también que otro de los encumbrados personajes que hallamos desde el comienzo de la novela, junto a Primitivo, es Ernesto Cerruti, a quien se le describe como “el hombre más rico de Cali”, quizás de todo el Estado del Gran Cauca. Cerruti fue una figura dual, contradictoria, porque como antiguo luchador con Garibaldi en la formación de Italia, es liberal progresista, republicano, anticatólico, abocado a las ideas de libre expresión, divorcio, libre educación, etc. Además, estuvo casado con Emma Mosquera Davies, nieta de Tomás Cipriano de Mosquera, con lo cual se confirma la continuidad de prácticas endogámicas por parte de las clases dominantes, resistentes a cualquier impulso transformador y excluyente de toda aspiración democrática amplia.
La ciudad de Madrid, donde viven Aminta y Ariel, no solo actúa como un escenario geográfico, sino como un espacio simbólico y crítico. En sus páginas, la ciudad se convierte en un punto de tensión entre el exilio y la pertenencia, entre el cosmopolitismo europeo y las reminiscencias de Cali. Así, la novela evita caer en el costumbrismo y en su lugar ofrece una lectura global y multifacética de las violencias urbanas, tanto en Europa como en América Latina.
Uno de los aspectos destacados de la obra es la crítica al papel de la Iglesia Católica, representada como una institución aliada del conservadurismo y como una fuerza oscurantista que ha contribuido a la opresión de los sectores más vulnerables de la sociedad colombiana.
Romero, al utilizar textos como Nuestras razas decaen de Miguel Jiménez López, incorpora la problemática de las raíces ideológicas del racismo en Colombia, y su rol en la consolidación de un orden social excluyente. Ariel, en un tono irónico, desacredita las tesis de Jiménez por atribuirles las interminables guerras civiles del país a supuestas deficiencias biológicas como el “enanismo” y la “dimensión del cráneo”.
Otra de las subtramas de la novela es la aparición de Clarice, una joven brasileña perseguida, y amenazada de muerte por una organización secreta rusa. Este giro narrativo, que trae elementos propios del “thriller” contemporáneo, amplía el espectro de la novela al abordar temas como la migración, la criminalidad transnacional y globalizada. Clarice se convierte en un símbolo del desarraigo y la vulnerabilidad de los individuos que, lejos de sus tierras natales, se ven atrapados en redes de explotación y opresión. Su historia introduce un ritmo narrativo cercano al “noir”, que nunca diluye la solidez histórica y documental de la trama principal.
Finalmente, la novela alcanza su culminación con dos escenas de gran carga simbólica. Ariel, después de enfrentar las tensiones de su propia historia familiar y la historia nacional, decide refugiarse en la isla griega de Ikaría, un espacio históricamente vinculado al exilio político. Por su parte, Primitivo, en un momento de amargura, clama: “¡Perdimos Panamá, carajo!”, evocando no solo una herida histórica del país, sino también una sensación de pérdida permanente. Estas escenas nos muestran la imposibilidad de una clausura definitiva ante las heridas colectivas, y subrayan la idea de un exilio que nunca termina, ni para los personajes ni para el país mismo.
El vientre de todas las guerras se aleja de las categorizaciones genéricas tradicionales al fusionar la novela histórica, ficcional y de suspenso. Romero crea un espacio literario en el que la memoria colectiva se convierte en un acto de resistencia frente a la barbarie, ofreciendo una visión dolorosa pero profundamente humana. Con una prosa cargada de sensibilidad y compromiso social, la obra invita a reflexionar sobre la necesidad de alternativas pacíficas frente a la opresión y la violencia, elementos que siguen marcando la vida social y política de Colombia. En este sentido, el autor no solo narra una historia, sino que se erige como un defensor de la justicia, la memoria y la dignidad.