Nota del editor: Esta es una de las tres reseñas finalistas del I Concurso de Reseñas Literarias de LALT (2023). Nos complace compartir las reseñas seleccionadas en el presente número de la revista.
Buenos Aires, Argentina: Penguin Random House. 2023. 192 páginas.
En Las indignas, tercera novela de Agustina Bazterrica, la escritora argentina nos presenta un mundo posapocalíptico devastado por una serie de desastres naturales, cada uno más violento que el anterior, el cual podría suceder en un futuro no tan lejano. Ahí, una hermética sociedad vertical de mujeres sobrevive encerrada en un antiguo convento de monjes bajo el mando estricto de una Hermana Superior, como medida desesperada, quizá, de sobrevivir a las adversas condiciones de vida del exterior. Además, dicha sociedad femenina es encabezada por un hombre santo al que nunca se le mira el rostro, siempre referido como Él, a quien todas las mujeres sirven. Todo ello narrado por una sobreviviente quien a escondidas y con precarias herramientas de escritura (en papeles y con tinta que dejaron los monjes del pasado o fabricada de plantas), va dando cuenta, temblorosa y dubitativamente, de los personajes, ritos, jerarquías y demás acciones que transcurren intramuros, en esa distópica cárcel conventual. En parte como advertencia y en parte como testimonio, la narradora nos cuenta su desesperación y psicosis producto del enclaustramiento en un contexto de fin de los tiempos donde ya no quedó ni rasgo alguno de civilización, una suerte de Penélope que teje en espera de que algo le acontezca.
El lector que busque un relato entretenido sobre mundos apocalípticos hallará en Las indignas los mismos tópicos de otros relatos parecidos con tintes de ciencia ficción. Está presente el gobierno dictatorial, patriarcal y conventual de El cuento de la criada de Margaret Atwood (su deuda más notoria); el mundo contaminado, humeante y gris de La carretera de Cormac McCarthy como referencia literaria más inmediata respecto a la devastación ambiental; así como ecos de series de televisión como The Walking Dead o videojuegos como The Last of Us. Estos relatos de escatología gráfica en el que se describe el fin de una era, de una forma de vida, o de toda la sociedad mundial, no nacen de la nada sino como producto de las ansiedades colectivas. No es casualidad que hayan aparecido en forma de novela o películas muy cerca del año 2000. En el mismo año una hipótesis geológica, el antropoceno, comenzó a cobrar fuerza entre ambientalistas y activistas climáticos, preocupados justificadamente por un aumento de la degradación ambiental y los altos niveles de gases de efecto invernadero que han producido lluvias, sequías y fenómenos meteorológicos de efectos mortales.
En Las indignas Agustina Bazterrica se propuso recoger buena parte de esas ansiedades ambientales tan de nuestra época; pero su mayor virtud no está en la descripción de ese mundo posapocalíptico porque se usa más como pretexto que como contexto para mantener encerradas a un grupo de mujeres oprimidas por una autoridad masculina. Lo más llamativo de la novela está, en cambio, en la historia de su narradora, la única por la cual nos enteremos de todo el relato y en cómo lo cuenta. Sin embargo, el recurso de manuscrito encontrado empleado resulta ya bastante viejo, y de larga tradición en la literatura española (a este respecto, tan sólo véase No voy a pedirle a nadie que me crea, del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos). Incluso sus particularidades saben más bien a poco, como por ejemplo las tachaduras presentes tipográficamente así: “Las elegidas (las mutiladas)”; o las frases que quedan suspendidas sin el correcto y ortográfico punto final, para dar a entender que la redacción del manuscrito de la narradora se despliega como work in progress a la par que la narración de la historia misma avanza, se detiene o se interrumpe. Las tachaduras advierten titubeos al momento de redactar de la narradora. La falta de punto final en ciertos párrafos y las tachaduras podrían ser tomados como erratas por los lectores, pero la novedad expresiva termina en el momento en que queda explicado el recurso por la voz que narra. La novela, por desgracia, no da oportunidad al lector a pensar o cuestionar sobre lo que ve publicado, pues lo tachado sí puede leerse.
“Pese a los peligros a que la narradora está expuesta en ese convento, da la sensación de que ella se mueve por el claustro con relativa facilidad”
Como el manuscrito es un texto prohibido, cosa esperada bajo el gobierno represor y religioso de la dupla de la Hermana Superior y Él, la historia y la necesidad de contarla se convierte en el único leitmotiv de la narradora, un rasgo que mantiene en común con otros narradores al filo de la muerte o que padecen el encierro. Lo mismo pasa con el Pascual Duarte de la novela que da nombre al título de Camilo José Cela o con el asesino confeso Juan Pablo Castel de El túnel de Ernesto Sabato. En el relato de Las indignas se echa en falta un mayor conflicto. Pese a los peligros a que la narradora está expuesta en ese convento, da la sensación de que ella se mueve por el claustro con relativa facilidad, incluso de poder salir al “bosque” (una de las palabras tachadas), y hasta de disfrutar de las brutalidades cometidas por la Hermana Superior contra las monjas y de las propias monjas contra otras. La novela comienza a volverse interesante ya cuando todo pareciera estancado, con la aparición de Lucía, objeto de interés sexual y afectivo de la narradora. La pérdida posterior de Lucía lleva a la protagonista a vencer a Él y a su cómplice la Hermana Superior, en un clímax que bien pudo llegar muchísimo antes y que se resume en el clásico argumento del caballero que libera a la princesa de las garras del dragón. La falta de psicología de los personajes crea también un vacío narrativo que no termina de redondear a ninguno, a excepción de Lucía y la Hermana Superior, a quien podemos imaginárnosla como una versión latinoamericana de Agatha Trunchbull, la temible y a la vez entrañable creación de Roald Dahl. Los demás personajes quedan como nombres sin mayor profundidad: María de las Soledades, Lourdes, Catalina o Élida podrían ser cualquiera, pues ningún rasgo las caracteriza salvo las acciones que llegan, pocas, a cometer.
Dado todo la anterior, pareciera que esta novela sólo habla de un futuro en el que galoparon los cuatro jinetes del cambio climático. Pero vale recordar que toda novela distópica es en realidad una alegoría sobre el presente, y sobre todo, una alegoría moral, no necesariamente aleccionadora. Con Las indignas, Agustina Bazterrica propone a los lectores una alegoría más moralina que moral sobre nuestra sociedad y su relación con la naturaleza, a la que depreda sin piedad. Sin embargo, los recursos narrativos no son suficientes para saltar la valla de las buenas intenciones, y lo que hay es un mero pretexto llamativo para hablar de otra cosa y no del clima: de las mujeres y la sociedad misógina y machista en la que viven. Para eso quizá ni la distopía ni las preocupaciones climáticas adicionales eran tan necesarias.