Lima: Peisa. 2023. 141 páginas.
La lectura de Estremecido verbo, la antología poética de Elvira Ordoñez seleccionada y prologada por Marco Martos, nos revela la existencia de una poeta de mucho oficio, cuyos versos no temen expresar los dilemas de la experiencia humana con una voz genuina y franca. Leo los poemas de La palabra y su fuego (1960), por ejemplo, como quien atraviesa una tierra ignorada, recóndita y en soledad. De este paisaje emerge un “yo” que se reconoce sin temor, despojado de mayores ornamentos verbales, para expresar su deseo de ser y su hambre de vida, así como su deseo de autonomía e infinitud. En el primer poema, esta presencia del “yo” poético se intensifica al leer versos como los siguientes: “si no atemorizo al frío con mi desnudez/y no me acerco al sol como si fuésemos iguales:/estoy perdida”. La presencia de esa posibilidad de perderse y el signo que indica su ser femenino inevitablemente nos recuerdan la búsqueda histórica del sujeto humano, y, sobre todo, del sujeto mujer; esto es, de una verdad que señale la dignidad de su existencia. Este deseo se vincula a la sombra –una imagen muy presente en la poesía de Ordónez–, vale decir, del lado oscuro del humano, de la humana. A ello se suma su inclinación hacia la violencia y la destrucción, como en el poema XIII: “Necesito asolar para alcanzar la plenitud humana,/no puede vivir mi tacto solo de ternuras./La otra mitad del día está en la noche/La otra mitad del tiempo no transcurre”.
Como en paisajes de palabras cromáticas que traslucen matices y sombras, en estos poemas se enuncia una reflexión constante sobre las más profundas contradicciones humanas, un cuestionamiento de las propias acciones y deseos. A pesar de ello, o acaso por ello mismo, la mujer que canta en este libro se crea a sí misma de forma múltiple y contradictoria. Dicho de otra manera, en ella se encarnan todas las formas y sentidos como cuando escribe: “Pulpa de rosas soy/sólido mar y roca deshojada/soy multitud de vides donde se embriaga/el trueno/huerto de los volcanes de frutal llamarada”. Y esa figura que permite el encuentro de dos elementos completamente disímiles, que podrían incluso negarse, también articula un nuevo mundo que dice de modo genuino y más justo ese deseo humano de ser el propio dios de uno mismo, con todo lo que ello implica. En la lectura de este estupendo libro, encuentro el legado de Vallejo en las antítesis perplejas, la impronta de la libertad y la concisión de cierta vanguardia; esto es, de la rebeldía, tierna en muchos momentos, cara a una época en la que se iban despojando los hombres y mujeres de la tiranía de una racionalidad alienante. En Oración blasfema (1963), encuentro un tema que Ordóñez ya había esbozado: las imprecaciones hacia el hombre y su violencia. Su tono duro y algo pesimista no impide que se observe la fe en un Otro mayor, la divinidad, a la que paradójicamente también se increpa. El poema IV, por ejemplo, dice al respecto: “Aún el hombre/es una bestia ardiendo sobre la estepa oscura/cuajada de dientes y de puños. Aún el hombre/es un aborto que el destino cobija/es que tal vez la Tierra no es la Tierra/sino un hosco desierto”. El poema XI, a su vez, hace de la violencia un deseo de desenmascarar lo que es dado como “bueno” o “correcto”; así, lo “angélico” cae a golpe de palabras en actitud blasfema: “Si tuviera un fuete flagelaría a los ángeles/me atragantaría su sangre y reiría hasta ganar mis rejas”. Luego de estos poemas, el tema del amor se hace recurrente, el lenguaje cambia y se torna más claro. Como en todo recorrido, viaje o río, existe un remanso; así, esta etapa de la poesía de Ordóñez se caracteriza por el sosiego, aunque no deja de señalar lo que estremece. En los poemas de Vivo en ti (1971) y Sea mi vida un rayo de tu amor (1974), por ejemplo, se aborda el afecto hacia la persona amada y también hacia un Dios. No obstante, el “yo” poético no abandona la reflexión sobre la sensación de soledad, de orfandad y de abismo que rodea a quien escribe, a quien vive y ama. Así lo dice este fragmento del poema “Como una noche” de Vivo en ti: “¿pero qué herida me vierte hacia el vacío? (…) Quiere asomar una oración/pero deshabitado el amplio cielo/me devuelve a mi abismo./No es que quiera morir/ni es grave sentirnos muertos/es una de las tantas maneras de vivir”.
Sus versos nos invitan a una caída, pero también nos permiten abrir los ojos hacia el misterio de lo humano entre el asombro y un velado regocijo.
Resulta difícil explicar el deslumbramiento y la experiencia del caer que la poesía de Ordóñez propicia en el lector. De esas luces que destellan/raspan rodillas, como en Síntesis dinámica (1977), solo diré que quien lea los poemas escogidos de este libro notará el gran amor e irrespeto necesario que la autora le tiene a la lengua castellana. Cortos, sonoros, algunos versos son arrullos, juego, paisajes de lo nuevo y canciones. Dan ganas de ponerle música, aunque música ya son.
Cierro este comentario haciendo mención de dos poemas más. Uno pertenece al libro Abracanto (1982) y el otro es de Sinfonía de amor y contrapunto (1999). El primero se titula “Tu fondo mi alma”. Quien lea este texto notará la referencia hacia una experiencia común a la humanidad: el parto. La viven hombres y mujeres de distinta manera, pero Ordóñez logra transmitir la experiencia de alumbrar con todo el dolor y el vacío que implica traer al mundo a un semejante, a un otro que se aleja poco a poco. Es posible reconocernos en este poema, tanto en su belleza y su dureza. Es, sin duda. otro tipo de amor y de dolor el que el “yo” poético decide mostrarnos, como si descorriera un velo negado por mucho tiempo. Magda Portal hizo algo semejante. Y las poetas peruanas de los ochenta publicaron, con palabras y estilos muy distintos al de Ordóñez, también abordaron esta experiencia. Por último, en Sinfonía de amor y contrapunto, desde la voz plural de un nosotros, la poeta evoca el amor, la soledad y ese otro mundo creado a través de los años con el barro de las palabras. La segunda parte del poema “Qué densidad” demuestra que la vida es también una poética que, con todas sus luces y sombras y a pesar del horror humano, mantiene en el misterio un ancla; en los afectos está su orilla más clara y en los versos compilados a través del tiempo está un gran mar que comparte en este libro con todos nosotros.
Leer la poesía de Elvira Ordóñez es un descubrimiento que se agradece. Sus versos nos invitan a una caída, pero también nos permiten abrir los ojos hacia el misterio de lo humano entre el asombro y un velado regocijo.