Austin, Texas: Hablemos, escritoras. 2023. Audiolibro. 5 horas, 9 minutos.
¿Somos capaces de decidir si queremos vivir o morir? ¿Tenemos en algún momento la posibilidad de tomarnos un tiempo para responder a esa pregunta sin caer en un abismo? Y si la tuviéramos, ¿qué tendría que pasar para que optáramos por la vida? ¿Qué pasaría si nada nos convence de que vivir vale la pena? Esta y otras preguntas están en el centro de la novela Andor, de la escritora venezolana Raquel Abend van Dalen. Esta ficción distópica –publicada originalmente en 2013 y relanzada en 2023 como audiolibro por el podcast/librería/editorial Hablemos, escritoras– anuncia muchos de los elementos que van a marcar la trayectoria de la autora: personajes en situaciones absurdas, la memoria como espacio de consuelo pero también como lugar del trauma, complejos estados emocionales, nostalgias recurrentes, cierto nihilismo con respecto a las relaciones humanas, una especie de cansancio anticipado por estar condenados a repetir todo, una y otra vez.
En esta novela, el centro de la historia es Andor, un espacio distópico que se presenta bajo la fachada de un hotel y que es una especie de limbo al que van a parar los que están entre la vida y la muerte. Y, sin embargo, es mucho más que eso. Mientras escuchamos los primeros capítulos que nos adentran en la ficción –narrada e interpretada por Nando Garza– vamos intentando descifrar junto con Edgar Enrique Crane, el protagonista, de qué tipo de espacio se trata. Pero estamos ante una búsqueda a ciegas. Por los primeros quince capítulos sólo sabemos lo que el narrador en primera persona nos cuenta; lo acompañamos en su confusión y en sus intentos de entender la lógica a la que se ve sometido en ese hotel en el que no se sabe si está preso, atrapado o condenado, si debe cumplir una sentencia o responder a una demanda.
En Andor todo pasa como en un sueño, con la lógica repetitiva de las pesadillas, que hace inevitable la referencia al laberinto, a los meandros burocráticos kafkianos, al absurdo bequetiano de los personajes que esperan contra toda esperanza. Todo se posterga en esta ficción. Incluso los vínculos entre los personajes se rigen por la misma lógica intermitente. Porque estamos entre figuras jalonadas por emociones extremas que van del tedio a la histeria, pasando por los distintos grados de la atracción y el rechazo, la violencia activa o pasiva, mientras deambulan por un territorio maleable, que se encoje o se amplía dependiendo de los intereses y emociones de quienes lo recorren.
“HEMOS ACEPTADO EL VIAJE Y HEMOS LLEGADO CON ÉL A LA ÚLTIMA ESTACIÓN. ES POSIBLE QUE HAYAMOS CAMBIADO JUNTO CON EL PROTAGONISTA. EN TODO CASO, LO MÁS SEGURO ES QUE YA NO SEAMOS LOS MISMOS”
A medida que la historia avanza vamos descifrando algunos misterios que tienen que ver con la decisión fundamental que deben tomar los residentes de Andor. Cada uno debe decidir si quiere vivir o si la muerte es su opción definitiva. La clave de esta decisión parece depender de que acepten enfrentarse con las emociones más básicas, las diferentes formas del miedo o del deseo, los traumas de infancia que incluyen las relaciones con el padre y la madre, los terrores diurnos y nocturnos, los vicios, los atavismos, las minúsculas miserias cotidianas.
Pero todos los personajes, y particularmente el protagonista, enfrentan su devenir sin saber realmente a dónde van. Reciben breves instrucciones que deben obedecer y, sin embargo, su recorrido se mantiene siempre al borde de la lógica. El contraste entre el absurdo de la situación en que se encuentran y el nivel de detalle con que se describen los rituales cotidianos –levantarse, bañarse, vestirse, salir, volver, dormir– contribuye a que la historia sea al mismo tiempo intrigante y repetitiva. Como en las peores pesadillas, la nitidez con la que aparecen los espacios, los vestuarios, las comidas, va creando una tensión que resulta casi insoportable. Pero ya dentro del laberinto no queda otra opción que buscar la salida.
En el capítulo 15 se produce un brusco cambio de perspectiva que permite que el público –que oye o que lee– adquiera una información que los personajes no tienen y eso nos ofrece un impulso para seguir escuchando. A estas alturas, hay que suponer que la mayoría de la audiencia de habla hispana ha aceptado ya el contrato de una voz con claro acento mexicano que habla con modismos y giros típicamente venezolanos, más específicamente caraqueños. Esta incongruencia puede que pase inadvertida para oyentes de otras nacionalidades, pero tanto mexicanos como venezolanos tendrán que hacer un esfuerzo considerable para llegar al punto en que puedan suspender la incredulidad y entregarse a la historia sin oponer resistencia.
El auge de este formato, que recupera en muchos sentidos la tradición oral de contar historias en voz alta, ha permitido que las novelas publicadas hace algunos años adquieran un segundo aire y es sin duda un hallazgo feliz que Hablemos, escritoras haya elegido esta ficción de Raquel Abend van Dalen para iniciar su colección de audiolibros. Pero justamente porque se trata de un ejercicio tan íntimo como lo es la escucha, la especificidad del acento importa. Escuchar un relato tan cargado de giros cotidianos caraqueños en un acento mexicano produce un ruido que cuesta pasar por alto, incluso entre quienes se encuentran en medio de la diáspora latinoamericana. Por suerte, Garza hace un excelente trabajo y la calidad misma de la ficción logra superar eventualmente ese obstáculo. Una vez que aceptamos que un narrador mexicano nos está contando una historia caraqueña, esta inconsistencia puede quedar en un segundo plano.
La última parte de la historia se desarrolla en un tren que llega a una estación donde es necesario continuar la espera. El viaje está por concluir y el protagonista ha hecho el recorrido al que estaba destinado, ha explorado sus límites, ha redescubierto el deseo, ha llegado al punto en que el horror ante su propia capacidad de violencia le ha obligado a regresar a una forma de cordura. Lo único que falta es que tome una decisión como quien se entrega al destino que le corresponde. Hemos aceptado el viaje y hemos llegado con él a la última estación. Es posible que hayamos cambiado junto con el protagonista. En todo caso, lo más seguro es que ya no seamos los mismos. Llegados a este punto, ¿seremos capaces de decidir por nuestra cuenta si queremos vivir o morir?