Pedro Lemebel es un fenómeno de la literatura latinoamericana de este tiempo. Uso el término fenómeno en su doble acepción: es un escritor original y un prosista notable y, para sus lectores, es un freak, alguien que llama la atención desde el aspecto y rechaza la normalización ofrecida. – Carlos Monsiváis
Pedro Lemebel (Chile, 1955) es el escritor latinoamericano a quien un día el gran Roberto Bolaño se le dio por definirle ingenuamente como: “El poeta más grande de su generación”.
Una reseña biográfica poco o nada diría de nuestro autor en mención. Para qué mencionar que fue artista plástico, que fundó el colectivo “Las Yeguas del Apocalipsis” junto a Francisco Casas, y cuyos performances fueron muy conocidos durante la década de los ochenta. Desde entierros en cal viva, bailes folclóricos sobre vidrios o cabalgatas nudistas en las instalaciones de centros universitarios, son las huellas barrosas de su galopar por aquellos años de llantos y desapariciones. Para qué decir que es un izquierdista de hueso rabioso, que se travistió más de una vez para que las calles de Santiago de Chile tuvieran una María Magdalena que les socorriera a los del Frente patriótico Manuel Rodriguez en medio del humo picante de las bombas lacrimógenas. Para qué revelar que se pasea en tacón alto por muchas ciudades del mundo declarando eso de que “ser pobre y maricón es peor que cualquier cosa”. Para qué decir que lleva el apellido Lemebel como una muestra de hombría y orgullo con su apellido materno, que estuvo de telonero en un concierto de Manu Chao, que se paseó altivo por los pasillos del Chereaton con un whisky en la mano mientras un amargado Miguel Bosé entres luces lo esperaba impaciente para conocer a ese mito llamado Lemebel. No está de más decir que el pobre de Bosé casi se va de culo al ver al Pedro aparecer con la cara toda pintorreteada como “una máscara de guerra que ofendió al conquistador”. Para qué competir y ufanarse de que ganó tal o cual premio, advertir que quienes lo entrevistan corren el riesgo de quedarse sin primicia porque a lo mejor el escritor no está de buen humor y los deja con los crespos hechos a mitad del cuestionario de interrogantes.
Leer a Pedro Lemebel es acercarse un poco al fuego, asunto que no resulta peligroso porque el autor ya puso las manos en el por nosotros, y algunos de sus libros como Los incontables, Loco afán, De perlas y cicatrices, Adiós mariquita linda, La Esquina Es Mi Corazón, entre otros dan fe de ello. Por estos días el renombrado cronista chileno estrena su nuevo libro titulado Háblame de amores, un recorrido de crónicas donde se ven implicados aquellos que tuvieron la oportunidad de pasar por su cuerpo y su alma, un libro divertido donde hace un pequeño homenaje a Barranquilla, en el texto titulado “Luna de Barranquilla que me hiciste sangrar”, en el que cuenta una noche de fiesta en que se disputó un efebo contra su colega Fernando Vallejo. Luego de rechazar decenas de invitaciones a encuentros literarios y muchas entrevistas a medios internacionales, el más ácido de los cronistas de América Latina dialoga con SOHO. Nos habla de sus primeros años, de Vallejo, el Chile actual y por supuesto de amores.
John Better: ¿Por qué Lemebel odia las entrevistas, algo en contra de los bien llamados periodistas prima?
Pedro Lemebel: Odio esa pregunta cruel que siempre está respondida en el rostro compungido del marica interrogado. Detesto la obviedad de la entrevista, porque hay algo de superioridad en quien pregunta; el periodista juez, el periodista inquisidor, hay algo de horror en esto de declarar en el juicio de tu vida donde eres sospechoso de ser quien eres y culpable de reafirmarlo con descaro.
JB: ¿Muy duros tus primeros años de vida, los recuerdas a menudo?
PL: La biografía minoritaria es tramposa, siempre te pone en ese lugar cristiano y demacrado. Ni tanto drama, algunos rasguños nada más, mis años pendejuelos los viví bien. La literatura le pone ese velo dramático a la biografía, al final es asunto de mercado y teatralidad homo. Viste que si la marica sufre, más vende, puro masoquismo teatral y lucrativo, prima.
JB: ¿Quedaste “embarazado” muy chico, como fue esto?
PL: Esa es una crónica de infancia cuando trague un huevo de guarisapo y me creció en el vientre, pero eso le pasa a los niños pobres, en Harvard los estudiantes gringos me preguntaban: ¿eso ser realismo mágico?.
JB: ¿En qué momento aparece Francisco Casas en tu vida y se convierten en las Yeguas del Apocalipsis?
PL: En el año de 1987, sentados en una vereda del Santiago en dictadura, tomando un vino, pensamos en fundar un colectivo que abriera las puertas de las homosexualidades chilenas. Estaba el Sida y la dictadura, y era semana santa. Por una ventana abierta se escuchaba la tele y esas películas del Hollywood bíblico. Por eso se nos ocurrió el nombre épico; Yeguas del Apocalipsis, como Ben Hur o Cleopatra. Nuestra primera obra fue reinstalar el nombre obrero en la marquesina hollywoodera. El bautismo dorado de nuestros proletarios nombres.
JB: ¿Y la escritura en que momento se presenta?
PL: Antes escribía cuentos y me iba bastante bien, pero la ficción me quedaba como un traje prestado y fingido. Entonces escribí El Manifiesto (Hablo por mi diferencia), me pagaron por publicarlo y me pidieron otro texto. Así nació mi crónica por necesidad de subsistencia. Me quedó como anillo al dedo, por eso digo con falsa modestia de reina calva, que en Latinoamérica, me peino con la crónica.
JB: Siempre te asocian con eso del escritor gay, el escritor marica, ¿cuán marica eres y cuan escritor, prima?
PL: Ante esta pregunta cito lo que dijo Monsivais, mi amigo que ya no está. Más que literatura homosexual, hablamos de una subjetividad castigada, de una sensibilidad ignorada. ¿No lo encuentras lindo? Aunque ahora pienso que los devenires escriturales minoritarios estallan en diversas eróticas parlantes, performaticas, actuantes. No es solo la escritura marica. Hay miles de gorjeos transurbanos, metáforas de sexualidades zoomorfas que están apareciendo, que están por venir.
JB: Roberto Bolaño amó tu obra y eso despertó celos entre muchos del establisment, acusaron a Bolaño de loco al alabarte como lo hizo. ¿Qué importancia tuvo él en tu vida?
PL: Bolaño ya me conocía desde las Yeguas, y él era riguroso en sus comentarios y no eran gratuitos. Su muerte fue un golpe inesperado.
JB: ¿Prima, insisten en eso de que eres un autor de culto, hay lemebelianos entre nosotros?
PL: Quizás eso del escritor de culto tiene algo de coleccionista, de anticuario marica. Que náusea. Detesto la mitomanía machista de poner a la literatura como centro de todo y rescatar a los escritores malditos y alcohólicos perdidos. Esos comentarios me hacen inalcanzable, y yo quiero estar ahí, en la calle, en la vereda, pirateado por el comercio clandestino, al alcance de la mano donde mi pueblo me quiera coger. Pertenezco a mi social popular y copular.
JB: ¿Cuándo empezaste a darte cuenta que las cosas en tu país no andaban tan bien?
PL: Desde siempre, desde antes de escribir descubrí con dulce amargura el paisaje proletario en mi niñez. Pero de niño uno cree que su metro cuadrado de miseria es el mundo. Y yo quería pintarlo, decorarlo con metáforas y adjetivos cursis, a eso le dicen barroco desclosetado, cuando yo nunca salí del closet, éramos tan pobres que ni siquiera teniamos ropero.
JB: ¿Cuándo has afirmado ser víctima de censuras y marginamientos, a qué te refieres?
PL: Mira, siempre la última segregación reflota todas las negaciones anteriores. Si bien es cierto ya no recibo tantas humillaciones, porque la homofobia letrada y liberal ha cambiado de actitud, ahora me leen, dicen ellos. Ahora lagrimean un poco con mis temas de travestis masacrados y detenidos desaparecidos. Ahora fingen integrarme a su horroroso mundo diet. Pero a mí nunca me interesó ese mundo, me da asco ser un triste funcionario de la literatura.
JB: Por cierto prima, te intentaron matar, un desquiciado en una lectura al sur de Chile, ¿Qué sentiste esa vez?
PL: Durante aquella lectura un tipo salió del público con la mano en la axila y comienza a insultarme y alguien me dice: “cuidado tiene un fierro” y yo no relacioné fierro con arma. Y me dije: que tanto, le doy un paraguazo a este fascista. Y ahí le cayeron encima mis amigos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y lo desarmaron. Yo me dije: Ni que fuera Lennon.
JB: ¿Pedro, en Chile algunos piensan que la dictadura quedó atrás con la muerte de Pinochet, qué dices a ello?
PL: Las dictaduras reaparecen en las paredes cada cierto tiempo, como esas manchas en los muros revenidos que pintan con su propaganda de país rico y feliz. Aquí no hubo juicio a Pinochet, se hizo una pactada transición y los torturadores victimarios andan sueltos. Hasta el miserable que asesinó a Víctor Jara anda por ahí muy campante. Cuando murió Pinochet, el nieto del general Prat, victima del dictador, hizo la larga fila camuflado en el funeral, y estando frente al vidrio de la urna lo escupió.
JB: Tu novela Tengo miedo torero fue un éxito en ventas, pero coincidió con la muerte de tu madre, ¿En qué forma te afectó la exposición mediática y si te afecta aun hoy?
PL: Odié esa novela por muchos años hasta que amainó el dolor de su partida, hasta que dejó de llover su muerte. Ahora la miro como un buen ejercicio de novela, me resultó ¿y qué?. A Bolaño nunca le gusto, decía que era un folletín, y eso fue, sin más pretensión.
¿Cuál era la pregunta?
JB: La exposición mediática, Prima.
PL: Eso es relativo, a veces es mucho cuando saco un libro nuevo, pero he aprendido a torear al monstruo mediático, camuflarse, ir de otra por el anonimato callejero. A veces paso por señora loca, por pobladora travesti a medio operar, a medio cirujear por cambio de sexo, lo que sea, lo que me sirva para invisibilizarme y poder sumergirme en las aguas profanas de la urbe, y conocer la ciudad, hacerse ciudad, mercado libre y libro manoseado, usado, neón pobre, vereda latinoamericana criolla, calzada mestiza y descalza. ¿Te fijas?
JB: Una vez le robaste un beso a Serrat, ¿A qué te supo ese beso y el dado a García Márquez, cuando sucedió aquello?
PL: No fueron solo hombres, también hubo mujeres, me pusieron La yegua besadora. Lo de Serrat fue furtivo pero lindo, esa historia está en el libro Loco Afán, pero Joan Manuel nunca habla de aquella vez que mi boca canto en su boca. El beso a Gabo fue consentido, a la salida de un teatro acá en Santiago y me supo a insectos muertos.
JB: Abriste un concierto de Manu Chao en Chile, ¿Cómo fue esa locura?
PL: Manu mi querido amigo, me pidió telonearlo en un concert, imagina, y aunque yo tengo experiencia con públicos masivos, esto era un estadio delirante de fans de Manu, pero pese al susto y los gritos, me escucharon y salió bien el texto: ¿Qué hora son mi corazón?.
JB: Jorge Carrion , crítico y escritor barcelonés, fue el compilador del libro “Mejor que la ficción” donde apareces junto a “Grandes luminarias” del género, él afirma ante la pregunta, de qué si lo escrito por ti se acerca a la auto ficción, que Lemebel no está muy lejos de Fernando Vallejo, con la diferencia que Vallejo asegura haber escrito una novela y tú una crónica, qué opinas, prima?.
PL: Lejos estamos pues hija de ser estrellas del género. Luminarias de la crónica son Monsivais, Edgardo Rodríguez Julia, una que otra amiga loca por ahí en los arrabales de Lima o Buenos Aires. El resto es papel picado, periodismo viajero y soplón. Les falta biografía y calle a esa tropa de cronistas del beau monde. Tristes funcionarios de la crónica. Yo no postulo a ningún cargo en la realeza de las letras, lo mío son apenas unos despuntes iletrados, unas trazas de estiércol tornasol en la página que se lee como deseo insatisfecho, anhelante, venga el burro, como dice Nicanor Parra. A veces dejo la arrogancia y soy terrible de humilde, para no ser igual a mi misma, me traiciono, pero no me creo mucho.
JB: Hablando De Vallejo tuviste un encuentro con él hace años en Barranquilla, en el célebre Carnaval de las artes que organiza la Fundación La Cueva ¿se habían visto antes? y háblanos de esa crónica que aparece en tu nuevo libro Háblame de amores donde cuentas una picante anécdota junto a vallejo.
PL: Mira, nada, Vallejo a ratos es un niño pálido y melancólico como un velero sin océano encallado en su retórica fantasiosa. Esa noche era especial porque Fernando volvía a Colombia y estábamos frente al mar con la orquesta retumbando el tema Lágrimas Negras. Ese encuentro fue muy lindo, y la crónica es una versión aumentada de esa noche tiesa y caliente en el carnaval de Barranquilla, por cierto la crónica se titula Luna de Barranquilla que me hiciste sangrar. Pero a él lo conozco poco.
JB: ¿Háblame de amores, qué pueden esperar los lectores de él?
PL: Está ya en circulación por editorial Planeta, y es un libro de crónicas mixtas, materiales diversos: fotos, dibujos, textos, cartas, panfletos etc, igual que el resto de mis libros, no esperen nada novedoso, en el fondo siempre cantamos la misma canción.
JB: ¿Te han amado los hombres?
PL: Puede que sí, solo que no me lo han dicho. Solo dicen te quiero, pero querer es una obsesión sin mística amatoria. Por eso digo que no conozco eso que llamas amor.
JB: En algunas de tus crónicas cuentas que has pagado por compañía, ¿Qué tan caro es el amor?
PL: Por sexo he pagado, sin culpa, pero como dice una loca amiga: sale más barato pagar, es un trámite preciso, porque si te enamoras y te lo llevas a la casa, el alcohol, las drogas, la manutención etc., se queda a vivir y es un dineral. La búsqueda del amor es tan cursi, amiga, prefiero que me amen por Facebook y en silencio. Nunca entendí esa algebra amorosa del intercambio de corazones. Kristeva, dice algo muy bello que puse de epilogo en Háblame de amores:
“Mi unico amor surge de mi único odio”(…..) “un odio en el mismo origen del entusiasmo amoroso, un odio preexistente al velo de la idealización amorosa”.
…..y estoy de acuerdo, tú no, Betty Better?
JB: Prima, soy de las que creo en el amor ¿ves esta cicatriz? Bueno, es prueba de eso que yo conozco llamado amor, pero mejor sigamos la entrevista.
Acabas de superar un delicado cáncer ¿Qué es peor? ¿La enfermedad o las secuelas de la dictadura?
PL: Prefiero el cáncer, quizás se puede revertir y cicatrizan bien las cirugías, la dictadura queda para siempre en la impune ausencia de nuestros muertos.
JB: ¿Qué tal las adaptaciones de tus libros al teatro o al cine, te han sentado bien?
PL: Me han dado para vivir un tanto más que las publicaciones en Anagrama, que es puro brillo y sofisticación cultural. Tengo Miedo Torero quizás ahora se haga película, la escribí pensando que podía ser un buen guión cinematográfico, ya se verá, falta money. Viste que vivimos hablando de eso. Debe ser porque en Chilito dicen que reina el vil metal, pero no chorrea a los más necesitados. Por esa propaganda de El Dorado neoliberal, llegan tantos inmigrantes, yo espero a un taxi boy (prostituto) colombiano que sea poeta para pagarle en metáforas.
JB: ¿Por último, te desnudarías para Soho?
PL: Hace poco conocí a Tunick, tiene algo de morbo en su mirada obesa. El desnudo para mi a estas alturas es agresivo, soy un cuerpo castigado, hija.
Octubre 2014