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Número 36
Entrevistas

Luchar contra el silencio para volver a jugar con las palabras: Una entrevista a Héctor Abad Faciolince sobre Ahora y en la hora

  • por Natalia Consuegra
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  • November, 2025

El escritor colombiano, víctima de un atentado en Dnipró (Ucrania) junto con cuatro personas con las que recorría algunas zonas de guerra en 2023, nos entrega una sentida crónica sobre aquella experiencia de vida y de muerte, de preguntas y desesperanzas, de palabras insuficientes y una literatura que necesita contar lo inenarrable.

De la bestia que se despierta cuando muere el hombre y de “la extraña belleza que tienen las cosas tristes” en medio de la barbarie; de la escritora ucraniana Victoria Amelina cuya vida se convirtió en una sucesión de funerales y del terror “como arma para doblegar la moral de un pueblo” nos habla Héctor Abad Faciolince en Ahora y en la hora (Alfaguara, 2025).

Tras ser invitado a la Feria del Libro del Arsenal en Kyiv en junio de 2023, el escritor colombiano recorrió algunas zonas de un país violentado para acompañar la iniciativa “¡Aguanta Ucrania!”. Allí conoció a Amelina, devenida en investigadora de crímenes de guerra, a quien luego vio morir en un atentado al que Abad Faciolince y otros lograron sobrevivir. Para el autor de El olvido que seremos, solo si escribe podrá entender lo que ocurrió, “solo si lo cuento deja de ser horrible”. Por eso hoy Victoria palpita dentro de él e impulsa la escritura de un libro como segunda oportunidad a la que él busca darle voz, esa que no tuvo la mujer de ojos desamparados a quien la guerra le destruyó su propio lenguaje, pues “devora la coherencia de la trama / devora la coherencia / devora”.

Luchar contra el silencio para volver a jugar con las palabras: Una entrevista a Héctor Abad Faciolince sobre Ahora y en la hora

Alfaguara, 2025

Natalia Consuegra: Al leer Ahora y en la hora me hiciste pensar en Salman Rushdie, cuando nos cuenta en Cuchillo sobre el momento en el que decidió que quería y necesitaba escribir sobre el atentado que sufrió en Nueva York en 2022. Tú dices: “Tal vez si lo escribo lo pueda entender, solo si lo cuento deja de ser horrible. Escribo para aprender a morir”.

Héctor Abad Faciolince: Yo no hice ese viaje para escribir un libro. De hecho, en esos días me vi con Javier Cercas y él me contó que el Vaticano lo había invitado a Mongolia para escribir El loco de Dios en el fin del mundo. Le dije que yo no era capaz de escribir esto: yo no fui a Ucrania a escribir ningún libro, yo estoy muy mal; me quiero quedar callado, yo no aguanto, quiero que mi cabeza empiece a hacer el trabajo del olvido. Entonces Cercas me dijo: “Lo tienes que escribir; empieza ya mismo con algún artículo, mándalo a El País, a El Espectador, a donde sea”. Entonces yo escribí porque soy muy obediente. De hecho, fui al este de Ucrania por obediente, por mi incapacidad de desobedecer. Escribí un artículo para El País, empecé a leer compulsivamente a Victoria, todo lo que encontré de ella, una novela que acababan de sacar y que me llevaron a la casa en el momento del atentado, prácticamente. Mis hijos, mi esposa, todos quedaron muy afectados y en parte ofendidos, aunque amorosos, con el hecho de que yo hubiera expuesto así mi vida. 

N.C.: Parece que estabas en un momento muy complejo.

H.A.F.: Y hay muchas cosas que se me cruzaban por la cabeza; unas más reales como el shock postraumático, la depresión por haber vivido esto, pero lo que más se iba imponiendo era la culpa porque otros mucho más jóvenes que yo hubieran muerto, sobre todo Victoria. Ahí empiezo a sentir la responsabilidad de hacerle caso a Cercas y de escribir el libro como fuera. Me pongo a escribir en mis libretas y no me sale nada. Mientras tanto, ocurre el atentado de Hamas en Israel y luego lo de la venganza criminal de Netanyahu en Palestina. Eso también me afecta mucho, cuando Irán lanza un bombardeo masivo contra Israel, yo pienso que va a empezar la Tercera Guerra Mundial. También me obsesiono mucho con la idea de hacer algo por Ucrania, escribiendo, pero también con mandar café allá. Empiezo a buscar productores de café en Colombia que me vendan café barato o me lo regalen y no encuentro. Estoy muy disperso; soy un viejo loco buscando café y se me ocurre que puedo escribir una novela de un viejo loco tratando de llevar comida a Gaza como sea.

N.C.: ¿Alcanzaste a escribir algo de eso?

H.A.F.: Empecé a escribir una novela de un viejo loco que quiere llevar comida a Gaza pasándola por algún túnel clandestino en Egipto. Les comento a mis amigos que no sé si escribir una novela o una crónica sobre esta experiencia. Fernando Trueba me dice: “Haz las dos cosas, la crónica y la novela”. Juan Gabriel Vázquez y uno de mis editores, Sebastián Estrada, me dicen: “¡No! Tiene que ser solo la crónica de la experiencia”. Así pasé un año y medio, intentando hacer las dos cosas; algunas semanas escribo la novela, otras escribo la crónica y no estoy contento con ninguna de las dos. Todo lo tenía en un mismo archivo, un capítulo de crónica y uno de novela, alternados, y un día no sé qué me pasa, meto las patas en el computador y se me borra todo el archivo.

N.C.: ¡Una suma de infortunios!

H.A.F.: ¡Claro! Yo, que ya estaba deprimido, confundido, me desespero y siento que he perdido algo valioso. Nunca me había sentido así. Mientras el archivo estaba vivo me parecía una porquería, pero lo pierdo y ahí sí siento que perdí mucho trabajo que valía la pena. Entonces llamo desesperadamente a mi editora en Madrid, Carolina Reoyo, y le cuento. Ella llama a un técnico de Random, él me da instrucciones, pero yo no sé hacer esas cosas, que son para gente más joven. Al final, logramos recuperarlo y pienso: “Si yo sentí esta angustia tan horrible, al punto de llamar a Carolina a decirle ‘sálvame la vida’, después de pasar un año de lo que yo creía que era mal trabajo, de un libro que no salía, y el perderlo me produjo esta sensación tan espantosa, pues a lo mejor sí vale la pena”.

N.C.: ¿Tenías una fecha de entrega establecida?

H.A.F.: Yo tenía que entregar el libro en 2024, entonces seguí y seguí, escribí y escribí. El 31 de diciembre entregué el libro “doble” con capítulos de ficción y otros de crónica o ensayo intercalados. Mi mujer, que también es editora en Angosta, muy bruscamente me dijo: “La parte de ficción no parece tuya, no reconozco tu voz y eso es muy malo”. Mis editoras, Carolina Reoyo en España y Carolina López en Colombia, muy delicadamente y con mucho más cariño y cuidado me dicen: “Vamos a dejar solamente la parte real”. Lo entregué el 31 de diciembre, pero el 29 acababan de nacer mis primeros nietos, prematuramente, y estaban en cuidados intensivos. Así que les dije: “Se hace lo que ustedes digan, pero yo no soy capaz de hacer nada más. Si me tienen que amputar ese miembro, háganlo, pero yo no soy capaz de operarme a mí mismo”. Entonces ellas amputaron y aquí está. 

N.C.: Hay algo que siento que atraviesa el libro sin ser su núcleo ni su motivo, y es la manera en que honras el lenguaje. Hablas de la extrañeza respecto a este, dices que te sentías sin palabras, que no emergía ese lenguaje, pero que las palabras son mágicas y buscas que estas se conviertan en cosas más reales. Al final hablas de la escritura desatada.

H.A.F.: Eso es muy importante porque esta fue una lucha contra el silencio. Jorge Semprún decía que después de algo muy duro y muy trágico, la gran tentación es el silencio. Eso me pasó, también porque todos en mi familia estaban muy dolidos con lo que había pasado. Yo me sentía culpable y pensé: “Yo soy muy bueno para olvidar, entonces mejor me quedo callado, me voy para mi finquita en La Ceja (Antioquia), camino, medito, pienso, miro dos vaquitas que hay allá, me meto en la naturaleza y trato de olvidar”. Esa fue una pulsión; la otra fue encontrar las palabras, pero no me venían; me costaba horriblemente y creía que no las encontraba. 

N.C.: Eso también debió ser un golpe tremendo.

H.A.F.: Encima estoy deprimido, tengo que ir donde un psiquiatra, me receta antidepresivos. Todo eso también me produce muchas dificultades para concentrarme, entonces siento, de verdad, que el lenguaje me está abandonando, que a lo mejor la vejez me ha entrado por el peor de los lados para un escritor, que es perder el don —que cree tener, o que a lo mejor tiene— del lenguaje. Pero lucho por encontrar las palabras todo el tiempo; vuelvo y empiezo, vuelvo y empiezo, siempre buscando un tono, una voz, una y otra vez. Nunca estuve seguro de si lo había logrado o no. Cuando les mandé el archivo doble a mis editoras, les dije: “Puede que no funcionen juntas la ficción y la no ficción, puede que no funcionen ni la una ni la otra. Si es así, no importa; yo ya no soy capaz de hacer nada más con este libro, y menos ahora con mis primeros nietos”. Ahí ocurre una gran transformación: yo me desprendo del libro, dejo de sentir la responsabilidad de tener que contar, decido que ya no voy a trabajar más en este libro, que no voy a pensar más en la muerte, que voy a pensar en mis nietos y en su futuro, gradualmente dejo los antidepresivos y de repente estoy bien. Eso ocurre en diciembre y empiezo a sentirme bien, cada vez mejor e incluso siento que ya puedo jugar con las palabras como antes. Me siento como si me hubieran operado de cataratas y estuviera viendo bien otra vez.

N.C.: Precisamente sobre lo que nos permite la escritura, ese poder ver, dices que Victoria “peló estratos de historias y capas de pinturas sucesivas para contar su territorio”, y siento que hiciste lo mismo en este libro, con diferentes instancias de narración que nos van descubriendo algo de poesía, unos pequeños ensayos, crónica, muchas metáforas, algo de ficción, la contextualización del conflicto, de Ucrania… 

H.A.F.: Cuando dices, por ejemplo, que hay algunos fragmentos que parecen de ficción o de novela, es porque Catalina López rescató algunos trozos originales de la novela de Gaza. Ella dijo: “No vamos a poner la novela, pero voy a rescatar algunos fragmentos que sirven para esto”. Como yo estaba tan mal, realmente nunca antes los editores y en particular una editora había sido tan importante en un libro mí, ni había hecho tanto trabajo. El libro es lo que yo entregué, pero de algún modo es como si Carolina hubiera recibido un rompecabezas desarmado, porque el orden del libro era muy distinto. 

N.C.: ¿Ella captó lo que tú ni siquiera tenías claro, tal vez?

H.A.F.: Ella captó esa estructura coherente, que no parece fragmentaria o deshilvanada. Yo también la encontré en mi lectura del resultado, pero nunca encontré esa lectura de lo que yo había hecho. Ella estaba saliendo de un tratamiento de cáncer, y muy amorosa y generosamente cogió esas piezas dispersas como primera tarea después de curarse; ella lo tomó como su curación como editora, y fue muy lindo. Parece que la mía es una frase exagerada que cualquiera puede poner en un agradecimiento, pero yo lo digo con total convicción: este libro no existiría como es si no fuera por ella. 

N.C.: ¿Qué pasó con la ficción?

H.A.F.: Esa parte desaparece por influencia de gente como mi esposa y también de Carolina. El libro empezaba con “Acaricio el aire a mi alrededor como si fuera el fantasma de mi hija muerta”; ahora esa parte está mucho más adelante. Yo acepté la estructura que ella le dio y te digo que hizo un trabajo extraordinario. Este es un trabajo colectivo, pues está firmado por mí. Y digo más: yo no creo en fantasmas, pero creo que me pude concentrar en la escritura de ciertas partes porque confiaba en que Victoria me estaba dictando. Eso es ficticio, pero yo sentía que ella me dictaba y yo me dejé dictar.

N.C.: En la de Ucrania, como en tantas guerras, el asunto de la identidad cultural, política, religiosa es parte del trasfondo, y tú nos dices que Victoria fue educada para ser rusa, pero su identidad surge justamente de apartarse de eso y de formarse como una persona nacida en ese país naciente que era Ucrania. ¿Cómo lees este tema de lo identitario y la idea de lo nacional, que a veces termina por ser tan peligrosa?

H.A.F.: Hasta esta experiencia directa con Ucrania yo había sido siempre un antinacionalista total; siempre defendía la idea de que no hay identidades colectivas, que la identidad es algo que uno mismo construye como individuo. Yo he defendido ideas sobre todo cosmopolitas, de unión de pueblos distintos, de tratar de olvidar las diferencias y acentuar las afinidades, como lo decía Borges. Pero con la guerra de Ucrania me di cuenta de que hay nacionalismos e imposiciones de identidades disimuladas, y que los países más poderosos y más grandes atacan todo tipo de nacionalismo para disimular el suyo propio, que es brutal. En la Unión Soviética todo nacionalismo estaba prohibido, había una propaganda feroz contra este, pero eso disimulaba el gran nacionalismo ruso, su lengua, la imposición de su modelo. Algo similar pasa con España, un país al que quiero tanto, que odia todos los nacionalismos, pero no a la derecha española y mucho menos el nacionalismo español. Trump se opone a cualquier país que defienda sus intereses, pero no se opone al propio y sí impone sus intereses. 

N.C.: ¿Sigues siendo antinacionalista?

H.A.F.: Sí, pero entiendo también lo que los países, las naciones, las lenguas minoritarias sienten frente a los países, las economías y las lenguas imperiales. El inglés, el español, el francés, el ruso, el chino son muy potentes y avasalladores. Por ejemplo, en mi vida, que no es corta, he visto muchas veces en los periódicos la noticia de que una lengua indígena desaparece en Colombia, y creo que lo bonito del mundo es su variedad, que haya muchas lenguas, muchos tipos de comida. Puede que el pan sea mejor o más rico que la arepa, yo no lo sé, pero lo maravilloso es que haya un mundo donde existan la arepa y el pan. Es maravilloso que los países conserven sus tradiciones culinarias; puede que una hamburguesa sea muy rica, pero no pueden desaparecer el sancocho, el ajiaco o la frijolada, porque son cosas muy elaboradas, lentas, difíciles. Entonces, respecto a la defensa de ciertas cosas que se presentan como nacionalismos o como identitarios o cosas que durante mucho tiempo me parecieron jartas y medio ridículas, de repente siento más simpatía y comprensión por eso. Cada vez me gusta menos que haya un poder central impositivo que lo dicte todo. Creo que todos los pequeños tienen que tener su palabra y su defensa frente a los más poderosos, eso en lo individual y también a nivel global de las naciones.

 

Foto: Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano, en la Feria del Libro de Miami, 2023, por Alberto E. Tamargo/Sipa USA/Alamy Live News.
  • Natalia Consuegra

Photo: Walter Gómez Urrego

Natalia Consuegra earned her undergraduate degree in Psychology from the Pontificia Universidad Javeriana (2002) and her master’s in Digital Humanities from the Universidad de los Andes (2024). She is the author of the Diccionario de Psicología (Ediciones ECOE). She works as a cultural journalist and has contributed to many international outlets, including the Confabulario supplement of El Universal (Mexico), Quimera and Publishers Weekly en Español (Spain), Latin American Literature Today (LALT, the University de Oklahoma), Mundo Diners (Ecuador), and Intervalo (Uruguay), as well as El Espectador and Contexto (Colombia). She also works as a proofreader and copy editor for educational, cultural, and literary publications, and is proficient in APA style and RAE guidelines. She has formed part of prize juries for the Instituto Distrital de las Artes (Idartes, Bogotá), sharing her expertise in cultural and editorial management.

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