Le debemos mucho a la poesía de Coral Bracho, sobre todo le debemos la revelación de una manera de nombrar el mundo, la realidad, las distintas capas de la compleja realidad, como nadie antes lo había hecho. Desde su primer libro, Peces de piel fugaz, ya estaban presentes las obsesiones, los temas, los ritmos acuáticos de una escritura que podría bien definirse con una cita de ese mismo libro inaugural: “Tu voz [la voz de Coral Bracho] era un camino de hierba desbordada, y el tiempo, un pausado recuento de futuros paisajes, de solitarias aguas iluminadas”.
Se abre paso en esta poesía lo acuático, el paso del tiempo, la naturaleza, y todo sucede a través de una mirada que procede de manera lateral, por destellos, por roces, por iluminaciones o intuiciones que van llevando al lector a que abandone su previa concepción del mundo para abrirse a nuevas texturas, sensaciones, superficies, profundidades e ideas. Y es necesario entregarse, escuchar, sentir de otra manera, abrirse paso con otros instrumentos de la sensibilidad. Eso es lo que la poesía de Coral nos entrega: descubrimientos, revelaciones. Como en este poema:
Detrás de la cortina
Detrás de la cortina hay un mundo de calma,
detrás del verde espeso
el remanso,
la profunda quietud.
Es un reino intocado, su silencio.
Desde el espectro líquido
de otro mundo,
desde otra realidad de sonidos dispersos;
desde otro tiempo
enmarañable, me llaman.
En esta “maraña”, donde sin embargo no se percibe desorden sino sucesión pausada del paisaje que el poema va desarrollando, la voz lírica pide siempre una tácita participación del lector, necesaria contraparte que completa lo que se va diciendo. Se trata de una obra que apela a todos los sentidos, que busca tender puentes para cruzar parajes que parecen remotos, muy distintos a los cotidianos, pero que si reflexionamos bien están a la vuelta de todos los días, en los abismos del sueño, en los goznes entre una cosa y otra, en los espacios que creemos vacíos pero están habitados por presencias casi invisibles. Pero no para los ojos de esta poeta, ni para los paisajes que nos ofrece, entregados en un tono como en sordina, sincopado. Así sucede en el siguiente poema, donde se alude a un misterio nunca descifrado, sino sólo nombrado en los versos que lo intuyen:
Esto que ves aquí no es
Esto que ves aquí no es.
Alguien te oculta una pieza.
Es el fragmento
que da el sentido. Es la palabra
que altera el orden
del furtivo universo. El eje
oculto
sobre el que gira. Este recuerdo
que articulas
no es. Falta el espacio
que ajusta
el caos.
Alguien jala los hilos. Alguien
te incita a actuar. Cambia los escenarios,
los reacomoda. Sustrae objetos.
Cruzas de nuevo
el laberinto a oscuras. El hilo
que en él te dan
no te ayuda a salir.
Entre el misterio, la belleza, la indagación del mundo y una profunda mirada a la naturaleza (pero también a los vericuetos del recuerdo y del pensamiento) avanzan estos poemas, dejándonos en ocasiones desconcertados, como en el caso anterior, que se antoja el escenario perfectamente armado de una pesadilla, entre ficticia y real. Imágenes desconcertantes, como salidas de los sueños, se van abriendo, se despliegan en los versos como una flor de raros pétalos, cayendo uno tras otro con un ritmo magnético de donde no es posible escapar.
Resulta difícil esbozar una idea general de la obra de Coral Bracho, que ha ido cambiando con el paso de los años, adquiriendo nuevos tonos, formas, matices y temas. En ella podemos encontrar desde poemas breves hasta poemas de largo aliento, compuestos por muchas estancias de música verbal diversa, fluctuante, donde sonido y sentido se encuentran absolutamente unidos. Lo que yo podría decir que me asombra y admira más de ella es su tono acuático, la forma en que fluye y se desliza en la mente y los sentidos de sus lectores, en versos que se suceden y se entrelazan, se requiebran, se recrean, sin importar el tema o los temas que aborden los poemas. Hay un gozo por y en el lenguaje, un ritmo irrenunciable, un constante riesgo, un caminar al filo del abismo pero también una explosión de sensaciones, no sólo visuales sino también táctiles, olfativas. Como escribe David Huerta en el prefacio de una antología de su obra, “Es una poesía para los sentidos y para la inteligencia”. Para terminar, dos breves poemas, de distintos libros; una ventana para que el lector se aventure a hacer sus propios descubrimientos de todo lo que en esta obra lo espera, para que en ella encuentre su propio espacio, su jardín de palabras.
Como un acuario
La luz de la tarde escoge algunas plantas
y en algunas de sus hojas penetra.
Como un acuario encendido por sus peces;
como un fluir
de la noche
entre rastros de estrellas,
transcurre
en su quietud
la maleza.
Lluvia de oro sobre el estero
Las semillas del sol nos guían
sobre el oscuro cristal del agua.
Abajo, entre las raíces,
como una llama incipiente
y silenciosa, vibra
la selva.