Cuando salió de imprenta en febrero de 2002 Los Tres, la última canción, yo estaba de vuelta en Argentina. La polémica desatada cerca del final de la investigación y profundizada durante el proceso de edición empañó el lanzamiento.
En el periodo de realización del libro vi pasar las balas, luego de un punto de quiebre en el que las diferencias entre Enrique Symns y la banda se tornaron irreconciliables. Aunque me parecía que Álvaro Henríquez tenía sus atendibles razones, me mantuve leal a Symns porque él era la persona que me había elegido de coautora. Elegir o ser elegido. ¿Es esa una cuestión determinante?
Algunos capítulos del libro habían tomado un rumbo incómodo para Los Tres y no representaban lo que ellos querían contar, por eso decidieron desautorizar la biografía, lo cual fue una buena opción para destrabar el conflicto. Pero a mí me daba bronca porque la polémica opacaba el trabajo que habíamos hecho, que era riguroso y dedicado.
Antes del derrumbe, en los meses dorados, disfruté de la investigación. Entrevisté músicos, actrices, cantantes, directores de teatro, de cine, periodistas culturales, dueños de bares de rock, productores musicales, productores artísticos, ingenieros de sonido, poetas, escritores, familiares, exnovias, amigos. La pasé realmente bien, toda gente interesante, trasandinos entroncados a mundos artísticos que me resultaban paralelos a los que yo había integrado en Buenos Aires. A pesar del aislamiento provocado por las dictaduras, había mucho en común y era fluido el entendimiento generacional. Conecté perfecto con el ambiente artístico que rodeaba a Los Tres e intenté reconstruir parte del under penquista de los ochenta. Estaba envuelta en un perfume de aventura. No conocía previamente la música de Los Tres y resultó afortunado que me gustaran las letras, las melodías, la instrumentación y el sonido. Leía recortes de revistas y diarios que me aportaban información de los primeros tiempos de la banda y sacaba todo el jugo posible a los datos de los cuadernillos de los álbumes. Me fascinaba la inteligencia y la sensibilidad de Álvaro Henríquez y todo el proyecto ambicioso de crear un rock chileno. No fueron los únicos, porque los Electrodomésticos, Los Prisioneros, Colombina Parra y otras, otros, anduvieron también en búsquedas de identidades, pero ellos llegaron más lejos por el rescate de la cueca y el viaje a las entrañas de la chilenidad con Roberto y Lalo Parra, creadores del jazz guachaca.
El anuncio de la separación había ubicado a la banda en un lugar central, de dramática expectativa para los seguidores y mucha cobertura de la prensa. Álvaro, Titae y Pancho habían estado juntos desde los 14 años, necesitaban nuevos aires, tomar otros rumbos, tener otras experiencias. ¿Se separaban simplemente para darse un respiro? ¿Estaba en cuestionamiento el liderazgo de Álvaro? ¿Era una forma de volver a captar la atención de la sociedad cultural? Típicas conjeturas inscriptas en las problemáticas de las bandas de rock a través del tiempo. De todos los motivos de separación quedaba exceptuado Ángel Parra, a quien la banda le alcanzaba tal como estaba funcionando. El núcleo de la crisis se daba entre los fundadores.