Poema
(“Nuestro amor”)
Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca, ni en las manos:
todo nuestro amor guardase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.
Segregación N° 1
(a modo de un pintor primitivo culto)
Yo, mamá, mis dos hermanos
y muchos peruanitos
abrimos un hueco hondo, hondo
donde nos guarecemos,
porque arriba todo tiene dueño,
todo está cerrado con llave,
sellado firmemente,
porque arriba todo tiene reserva:
la sombra del árbol, las flores,
los frutos, el techo, las ruedas,
el agua, los lápices,
y optamos por hundirnos
en el fondo de la tierra,
más abajo que nunca,
lejos, muy lejos de los jefes,
hoy domingo,
lejos, muy lejos de los dueños,
entre las patas de los animalitos,
porque arriba
hay algunos que manejan todo,
que escriben, que cantan, que bailan,
que hablan hermosamente,
y nosotros rojos de vergüenza,
tan solo deseamos desaparecer
en pedacitititos.
Oh Hada Cibernética
Oh Hada Cibernética
cuándo harás que los huesos de mis manos
se muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo
Amanuense
Ya descuajaringándome, ya hipando
hasta las cachas de cansado ya,
inmensos montes todo el día alzando
de acá para acullá de bofes voy,
fuera cien mil palmos con mi lengua,
cayéndome a pedazos tal mis padres,
aunque en verdad yo por mi seso raso,
y aun por lonjas y levas y mandones,
que a la zaga me van dejando estable,
ya a más hasta el gollete no poder,
al pie de mis hijuelas avergonzado,
cual un pobre amanuense del Perú.
Sextina: Mea Culpa
Perdón, papá, mamá, porque mi yerro
cual cuna fue de vuestro ajeno daño,
desde que por primera vez mi seso
entretejió la malla de los hechos,
con las torcidas sogas de los hechos,
donde cautivo yazgo hasta la muerte.
Como globo aerostático en la muerte,
henchida por la bilis de los yerros,
la conciencia saldrá desde la zaga,
y morir cuán cercado por los daños,
del orbe será el más lastimoso hecho,
que suerte no es del ilustrado seso.
Pues son cosas de un aturdido seso
no ser despabilado ni en la muerte,
y en verdad es un inaguantable hecho
que adherida prosiga el alma al yerro,
hasta cuando sumida en crudos daños
el cuerpo pase a polvo en plena zaga.
De los oficios y el amor en zaga,
por designio exclusivo de mi seso,
me dejan así los mortales daños,
aún en el umbral de la propia muerte,
que tal sucede por labrar con yerros
los espesos lingotes de los hechos.
Yo, papá, mamá, vuestros dulces hechos
cuánto agrié por yacer no más en zaga,
perdido en la floresta de los yerros,
y corridos os fuisteis por mi seso,
entre ascuas de rubores a la muerte,
bajo el largo diluvio de los daños.
Porque el error engrana con el daño,
al errar yo os dañe como feo hecho,
os lanzando cuán presto hacia la muerte,
en tanto inmóvil yazgo siempre en zaga,
al arbitrio del antro de mi seso,
donde nacen los más mortales yerros.
Si mi seso, papá, mamá, en la zaga,
que postrer hecho sea ante la muerte
pagar los daños y lavar los yerros.
No salir jamás
¿Cuándo, cuándo de nuevo volveré,
en qué minuto, día, año o centuria,
al sacro rinconcillo de mi dueña,
paraje oculto para mí guardado,
y a merced de su excelsa carne allí
yacer adentro y no salir jamás?
A aquel lugar yo quiero retornar,
hasta el punto central eternamente,
introducido en el secreto valle,
y en ella cuerpo y alma así cuajado.
No quiero nada más sino volver
adonde fugazmente ayer estuve,
cruzar el umbral con seguro paso
y ahora para siempre allí quedarme,
no como dueño de un terrenal sitio,
mas por entero rey del universo.
Oh padres, sabedlo bien…
¡Oh padres, sabedlo bien:
el insecto es intransmutable en hombre,
mas el hombre es transmutable en insecto!,
¿acaso no pensabais, padres míos,
cuando acá en el orbe sin querer matabais
un insecto cualquiera,
que hallábase posado oscuramente
del bosque en el rincón más manso y lejos,
para no ser visto por los humanos
ni en el día ni en la noche,
no pensabais, pues, que pasando el tiempo
algunos de vuestros hijos
volveríanse en inermes insectos,
aun a pesar de vuestros mil esfuerzos
para que todo el tiempo
pesen y midan como los humanos?
Epigrama V
Estos mil neonatos borrones
como del todo los desaira
Aristarco tan infecundo,
aunque prefiere solo un poco
los oscuros paleoborrones
que escribió la moza plumilla
en la página inmaculada.
¡Pero por qué tan vil ceguera
si en los nuevos y viejos versos
por igual late el miedo atroz,
ayer ante la cruda vida,
hoy cuando ya la muerte acecha!