Liliana Ancalao contesta el teléfono desde Comodoro Rivadavia, ciudad de la costa de la provincia del Chubut, en la Patagonia Argentina. Para el pueblo mapuche, el nombre que denomina a la región donde se localiza Comodoro es Puel Mapu, “la tierra del este” por encontrarse al oriente de la cordillera de los Andes, una cadena montañosa que, en lugar de ser una frontera, un límite, históricamente ha constituido un puente de intercambio, un nexo entre las diversas comunidades y habitantes del territorio ancestral denominado Wallmapu.
La bienvenida de su voz del otro lado de la línea, y el recorrido por esta conversación, resultan tan cálidos como el recibimiento que una tarde soleada de agosto de 2016 tuve en su casa del barrio Juan XXIII, después de haber asistido a un taller sobre poesía mapuche que Liliana ofreció a la comunidad de Comodoro. Esa dedicación por la difusión cultural y la reflexión colectiva es uno de los pilares de la actividad de Liliana Ancalao, junto con la escritura de su propia poesía y ensayística, las cuales conforman, en la actualidad, una obra referente en la producción del campo intelectual y literario mapuche en Puel Mapu.
Melisa Stocco: En primer lugar ¿podrías contarnos cuál es el contexto en el que comenzás a interesarte por la lectura y escritura de poesía, y cómo se va consolidando esta actividad a lo largo de tu vida?
Liliana Ancalao: Es un contexto que podría llamar culturalmente mestizo, porque yo no tengo parientes que se hayan ocupado de la poesía como discurso o práctica, pero sí tuve una mamá asombrada de la naturaleza, de los animales, de las plantas, y un papá con una nostalgia del campo. Ellos venían de Cushamen y de Fitatimen, espacios ocupados por sus familias después del füta winka malon, la guerra del desierto, eran territorios entregados por Julio Argentino Roca durante su segunda presidencia, en 1902 aproximadamente. Si bien se cedieron estas tierras, las familias asentadas en ellas fueron creciendo y el espacio se hacía chico para alimentar a todos, lo cual resultó en la migración hacia las ciudades. Por mi parte, fui a una escuela primaria de Diadema Argentina, allí nos daban poemas para memorizar. Eran poemas tradicionales, con rima, las maestras hacían una buena selección de textos. Esa actividad me gustaba mucho, me gustaba redactar y lo hacía bien. Además, había una biblioteca donde empecé a conseguir libros. Después mi papá nos compró Corazón, La cabaña del tío Tom y una colección de 25 volúmenes llamada “El mundo de los niños”, que incluía relatos universalizados, de la mitología griega, historias bíblicas, también había relatos de los indios yaquis, era una colección que me encantaba leer, esa era mi literatura de la infancia. En la adolescencia llegó mi hermano con el rock. Mis padres bailaban tango, teníamos un tocadisco en casa y mi papá escuchaba a los payadores. Ahí también hay poesía vinculada a la canción, a los ritmos, a la métrica. Y cuando llegó el rock nacional, la música de León Gieco o Sui Generis, por ejemplo, entendí que era posible expresar a través de las letras esa nostalgia y ese asombro que recibí de mis padres. Ese es el contexto mestizo donde entró la poesía en mi vida. Después en la adolescencia, escribí poemas de amor. Hice la secundaria durante el proceso militar, en un colegio religioso donde nos negaron el conocimiento de lo que estaba pasando en Argentina. La escuela era una burbuja. Más adelante, en la universidad, elegí la carrera de letras por esto de que me gustaba leer y escribir.
En los ochenta, con el advenimiento de la democracia en Argentina, apareció en Comodoro Rivadavia un grupo que se llamaba Centro Creativo Sur, donde había jóvenes músicos y poetas. En ese tiempo fui a mi primer encuentro de poesía. En la universidad conocí a otros escritores, presentamos una muestra de poesía que nos alegró mucho y también organizamos talleres de escritura que después se institucionalizaron.
MS: ¿Qué lugar ocupa en tu poética la historia de tu pueblo?
LA: Desde los primeros poemas que leí en público o mostré a otras personas, lo cual es ya comenzar a publicar, escribía sobre temas que me vinculaban con mi origen, venían desde ese sentimiento, desde esa pertenencia, que era bastante emocional porque entonces carecía de conocimiento. Sabía que mis abuelos que vivían en el campo eran mapuches, por lo tanto mis padres era mapuches y yo también, pero desconocía el idioma, la religión, el modo de ver el mundo, todo. Siempre hablo de esa etapa como la de la desmemoria. Sin embargo, me puse a escribir igual, con bastante temor de tergiversar, porque también había empezado a tener una visión crítica de otros artistas que pregonaban su origen mapuche, pero yo no notaba ningún conocimiento en lo que decían o expresaban. Tenía temor de caer en eso y escribía y al mismo tiempo seguía indagando, conociendo. El año 1992 fue bastante importante, coyuntural no solo para mí sino para todos los que tenían este origen. Desde ahí empecé a buscar el conocimiento entre la gente más anciana, en el campo. Lamentablemente mi abuela falleció sin que yo pudiera tener consciencia del tesoro que tenía tan cerca. En 1994 conformamos la comunidad Ñankulawen en Comodoro Rivadavia con mapuches que habían venido a parar aquí como mis padres: buscando trabajo. Se aceleró el proceso de conocimiento a partir de trabajar con la comunidad. Ya en grupo buscamos quién nos enseñara el mapudungun, nos sostuvimos bastante, tuvimos una etapa de mucho cierre, donde necesitamos mucha intimidad para contarnos qué nos pasaba, cómo vivíamos esta identidad, mucho llorar y mucho reírnos también, por eso la comunidad se llama “Ñamkulawen”, que es una planta sanadora. En ese entonces fui a mi primer camaruco que fue un segundo nacimiento, y empecé a vivir los que de alguna manera había escuchado y sabía que existía, a vivir y practicar el ritual, las ceremonias. De esas experiencias surgió mi segundo libro, Mujeres a la Intemperie. En el primer libro, Tejido con lana cruda, que está dividido en tres partes, recién en la última sección “guardo” los poemas más vinculados con mi identidad, aquellos con los que tenía cierta certeza de que iba apareciendo el conocimiento que yo quería recuperar.
MS: ¿Cuáles son tus referentes poéticos?
LA: Elicura Chihuailaf fue el primer poeta mapuche que leí, mi hermana me regaló el libro Invierno, su imagen y otros poemas azules. Su poesía y su mundo, el modo que tiene de vivir esta identidad es lo que yo rescato, resulta inspirador y conmovedor. A veces cuando leo algo de Elicura siento que se acomoda algo interior, una cuestión espiritual que se desprende de sus escritos.
Me gusta la poesía de Jaime Huenún, las imágenes deslumbrantes y fuertes de su discurso.
De Bernardo Colipán me gusta el simbolismo, y de Lienlaf, la historia.
A nivel patagónico me gustan muchos poetas, están vinculados al colectivo Peces del Desierto, casi todos han sido editados en esas cartillas.
Además, te debería nombrar a Eduardo Galeano, a Atahualpa Yupanqui, a Silvio Rodríguez, a los trovadores patagónicos. Mi poesía siempre aparece vinculada a la música (de hecho estoy casada con un músico), así que también hay una admiración por la poética del cancionero de la región.
Son referentes contemporáneos y compañeros, es algo así como un montón de gente de distintos espacios culturales que nos encontramos, hay una cuestión estética que nos vincula. He tenido la felicidad de escuchar en vivo sus trabajos tanto en recitales y escenarios compartidos como en la cocina de mi casa, es una experiencia muy bella.
MS: ¿Qué significó para vos participar del Taller de Escritores en Lenguas Indígenas de América de 1997 en Temuco?
LA: Ese encuentro fue un deslumbramiento, una maravilla, el descubrimiento de algo que yo no sabía que estaba pasando en el mundo. Para empezar, aproximarme al concepto de “oralitura” que para mí era totalmente desconocido y que ya se estaba usando. Ahí tuve la felicidad de estar entre poetas de pueblos originarios charlando mucho y escuchando mucho, una maravilla porque uno empieza a encontrar cercanías, cuestiones simbólicas que se repiten en los pueblos, y también esta posibilidad de publicar en el idioma originario y en el idioma impuesto, porque me encontré con poetas de América que publicaban en su idioma originario y en francés, portugués, castellano. Me pareció una belleza y un hallazgo ético esta cuestión de escribir en tu idioma originario pero no dejarlo cerrado para tu pueblo sino abrirlo a la posibilidad de que otra gente pueda leerlo y entenderlo al escribirlo en el otro idioma. De ese encuentro surgieron amistades que se prolongan hasta la fecha. Me reencontré con algunos de esos poetas en el Festival de Medellín en 2014 con libros para intercambiar y la posibilidad de conocer un poco más de sus pueblos. Es una experiencia que perdura. Este año en abril, por ejemplo, me reencontré con Elicura en la Feria del Libro en Buenos Aires, en un espacio de promoción de la lectura. Estuvimos compartiendo un diálogo entre poetas, leyendo, conversando.
MS: ¿Esos encuentros te dieron el impulso para pensar en escribir tu propia poesía en mapudungun?
LA: Sí, me abrió un nuevo deseo, apuntar a encargarme también de la traducción al mapudungun. Ya venía estudiando la lengua con Marta Melillán y con Ignacia Quintulaf, pero, como siempre, en el tiempo que me quedaba de mis otras actividades. Con Mujeres a la intemperie, pude hacer la traducción al mapudungun, habiendo escrito primero en castellano.
MS: ¿Cuál es hoy tu vínculo con el mapudungun?
LA: El aprendizaje del mapudungun para mí ha sido como el aprendizaje de una segunda lengua, en condiciones precarias. Mi vínculo con el mapudungun sigue siendo amoroso, y va unido al aprendizaje de la cultura y de la historia del pueblo mapuche. Lo sigo aprendiendo, afinando el oído en las ceremonias dirigidas por hablantes, dándome una vuelta por internet, yendo a los libros de gramática y diccionarios. Lo aprendo también, cada vez que traduzco mis poemas, del castellano al mapudungun. Mi proyecto de vida es continuar aprendiéndolo y difundiéndolo. Por una cuestión de salud, de equilibrio. Recuperar lo que nos pertenece, recuperar lo que tan traumáticamente nos fue arrebatado, me restaura, sana y alegra.
MS: ¿Qué reflexiones suscita en vos el hecho de no haber crecido en un contexto en que tus raíces mapuche fueran visibles para vos y tu generación?
LA: Ahora miro a otros jóvenes mapuche que están haciendo su camino y noto impaciencia, intolerancia y creo que pasé por esa etapa de enojo por lo que no tuve y debí tener. Tiene que ver con la etapa identitaria en la que uno está y con la edad. Ahora tengo otra mirada más amplia, de no resolver tan dentro de la comunidad y abrir el diálogo, escuchar qué piensa la gente. Tuve esa actitud y ahora estoy leyendo mucha historia y antropología. Ese es un alimento que siempre tuve. Mi poesía se alimenta de mi experiencia, de mi memoria familiar, de la memoria que voy recuperando desde la práctica con la comunidad Ñamkulawen, y también se alimenta de lo que leo y busco en textos de historia. Me pasa sobre todo cuando me encuentro con documentación que habla del genocidio, del maltrato, de las traiciones, de esta visión que se tenía de nosotros de barbarie, esta construcción europeísta de las naciones, todavía miro a Europa y distingo: “este país fue colonizador, este fue esclavista”. Ahí ando también, por ahí se amplía la mirada y el diálogo con mi entorno, con los seres con los que convivo, que son mis compañeros de trabajo. Cada vez va apareciendo más documentación, se van abriendo más archivos y uno se va enterando de cosas que, en verdad, enojan mucho.
MS: Si bien la persecución y la violencia sobre los pueblos originarios son históricas en la Argentina, ¿qué podés decirnos de la nueva arremetida represiva y criminalizadora que vive en este momento el pueblo mapuche en Argentina?
LA: Esta es una visión personal que todavía ni se ha planteado en mi comunidad, que tiene otros ritmos. En conjunto tenemos otros modos de ir avanzando. Noto que hay luchas y resistencias que tienen que ver con la salud del territorio, con proteger el territorio de la depredación. Y si bien los pueblos originarios van a la vanguardia de estas resistencias, me parece que hay que abrirse más para dar espacio a la humanidad en su conjunto, ya que esta lucha dejó de ser solo de los pueblos originarios. La sociedad espera que los pueblos originarios vayan al frente para ponerse atrás, y me parece que todos tenemos que estar adelante en esta lucha.
En cuanto al panorama político, estoy desencantada, hay una involución del mundo, cuestiones que se habían ganado y que pensaba ingenuamente iban a permanecer. Las leyes de trabajo, las que se consiguieron con tanto dolor, la ley de medios audiovisuales que se había conseguido. Pensé que esos eran triunfos y batallas ganadas pero resulta que no. Y cuando uno se entera que Donald Trump ganó las elecciones en EE.UU o que en Alemania el grupo nazi tiene un espacio, genera un desencanto total. En Argentina tenemos en el poder a empresarios y a la sociedad rural ocupando espacios tan importantes como el ministerio de agricultura, por ejemplo. Es todo una involución. Soy muy respetuosa de la democracia, la gente eligió este gobierno, pero también soy pesimista. Miro alrededor y veo gente cercana que se está quedando sin trabajo, jóvenes que están terminando la escuela y que no consiguen trabajo. Las políticas económicas de este gobierno no ofrecen oportunidades laborales ni de proyectarse en el futuro.
MS: ¿A qué proyectos estás abocada en la actualidad?
LA: Estoy escribiendo el tercer libro de poemas que quiero publicar, bilingüe.
MS: Alguna vez dijiste que la poesía mapuche es una de las voces que pueden hacer más saludable el mundo. ¿En qué aspectos crees que la poesía y el ensayo de autores como vos o Elicura Chihuailaf puede hacer eco en las problemáticas del mundo actual?
LA: Creo que siempre para mí es una evolución en la salud espiritual del mundo que a quienes no dejaron ser, puedan ser lo que son, libre y felizmente. Y que quienes han impuesto, tal vez desde la ignorancia, modos de ser, modos de organizar el mundo, puedan abrir su pensamiento y su corazón a otras formas que existen. Creo que en el arte hay un lenguaje que ingresa más fácilmente o más profundamente que otros discursos. De ahí puede venir la conciliación, escucharse, conocerse y aceptarse, desde todos los lados en los que haya algo que necesita ser con libertad.