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BOOK REVIEWS
Issue 35
Noche oscura del cuerpo/Dark Night of the Body de Jorge Eduardo Eielson
By César Ferreira

“En la poesía de Eielson el cuerpo se postula como una vasta indagación del mismo como materia orgánica, y, sobre todo, como depositario secreto de las emociones humanas más íntimas.”
Poetry
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  • September, 2025

Providence, Rhode Island: Cardboard House, 2024. 48 páginas.

Noche oscura del cuerpo/Dark Night of the Body de Jorge Eduardo EielsonJorge Eduardo Eielson fue un creador de gran talento, un artista total que exploró el lenguaje escrito y visual con un ímpetu innovador y apasionado. Nacido en Lima en 1924, su vida estuvo marcada por un incuestionable espíritu cosmopolita: llegó a Europa en 1948 y residió en París, Roma, Ginebra, Cerdeña y Milán, donde falleció en 2006. Artista prolífico, Eielson renovó continuamente sus capacidades expresivas, dejando aportes notables en el campo de la poesía, la narrativa, el teatro, el ensayo, las artes plásticas y los medios audiovisuales.

Aunque escritos en 1955, los poemas de Noche oscura del cuerpo se publicaron por vez primera en París, en 1983, en una edición bilingüe en español y francés a cargo de Claude Couffon. La presente edición de Noche oscura del cuerpo/Dark Night of the Body, que cuenta con una fina traducción al inglés de Shook, llena un vacío que debemos agradecer; entre otras razones, porque permite dar a conocer a una de las voces más sobresalientes de la poesía peruana a un público angloparlante.

El título del poemario nos remite de inmediato al poema “Noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz. Pero si en la poesía del místico carmelita la imagen de la “noche oscura” supone poner a prueba al cuerpo en su proceso de purificación para alcanzar la unión con Dios, en la poesía de Eielson el cuerpo se postula como una vasta indagación del mismo como materia orgánica, y, sobre todo, como depositario secreto de las emociones humanas más íntimas.

El poema que abre el poemario, “Cuerpo anterior”, puede leerse como una suerte de prefiguración del nacimiento del “yo” poético. Dice: “El arco iris atraviesa a mi padre y mi madre / Mientras duermen. No están desnudos / Ni los cubre pijama ni sábana alguna / Son más bien una nube / En forma de mujer y hombre entrelazados / Quizás el primer hombre y la primera mujer / Sobre la tierra”. En estos versos, la binariedad hombre-mujer que dará origen a la vida del “yo” poético son todavía un anuncio, una entidad abstracta previa a su existencia. Por eso, un arco iris, entendido como símbolo de lo terrenal y celestial, se “llevará” finalmente a los padres del sujeto poético al cerrarse el texto. No obstante, de manera táctica, el poema anuncia su futura llegada al mundo.

Si el cuerpo es la materia a partir de la cual se constituye física y emocionalmente el sujeto poético, este se muestra como un “yo” fragmentado e incompleto a lo largo de todo el libro. Por eso, la soledad y la ausencia del “otro” —esa unión de “la Amada en el Amado transformada” de San Juan de la Cruz—, aquí no es un amor correspondido y, por tanto, es motivo de una búsqueda constante. En “Cuerpo melancólico”, por ejemplo, el “yo” se siente víctima “de una antigua enfermedad violeta” —léase melancolía—, cuya mejor expresión de soledad es la de “una silla vacía”. Por otra parte, en “Cuerpo mutilado”, lejos de ser un todo, el cuerpo es solo un compendio fragmentado de manos, pies y uñas; de quejidos y dientes y de “cabellos y corolas / Que sonríen y que duelen”. Por ello, el hablante, instalado otra vez en su soledad, se siente “un ciervo / Un animal acorralado y sin caricias”. Lo mismo podría decirse de “Cuerpo en exilio”, donde el dolor físico que le causan al “yo” las distintas partes de su cuerpo viene acompañado de un profundo sentimiento de enajenación con respecto al mundo que este habita.

En “Cuerpo enamorado”, Eielson le da voz al erotismo del hablante poético. Este es un ser que mira su sexo con callada “ternura”, al tiempo que “toca” la punta de su cuerpo enamorado”. Sin embargo, su “glande puro y sus testículos” están “repletos de amargura”. Y es que el suyo es un deseo insatisfecho y triste ante la ausencia de otro cuerpo que pueda ser amado. 

“Noche oscura del cuerpo es una lúcida exploración del cuerpo entendido desde su dimensión material y orgánica.”

La confesión anterior parece contrastar con el pudor que se expresa en “Cuerpo transparente”. Ahora el hablante poético confiesa que, para vivir sin zozobra, este precisa del uso de “una máscara de carne y hueso” a fin de esconder su verdadero rostro. Mientras tanto, su cuerpo es solo “humo”, una “materia indiferente” que finalmente desemboca en la nada.

Más enigmático que el poema anterior resulta el “yo” de “Cuerpo secreto” donde el hablante manifiesta una conciencia plena de su corporalidad: su cuerpo, dice, está hecho de órganos internos e invisibles (“bilis, nervios, excrementos”) y es una laberíntica “construcción de carne y hueso”. Todo ello lo lleva a sentirse como un ser atrapado en un cuerpo extraño, “un animal amurallado bajo el cielo”. Algo parecido sucede en “Cuerpo de tierra” y “Cuerpo vestido”. En estos poemas, el “yo” siente su humanidad degradada, un sentimiento que lo hace identificarse con un cocodrilo, una cucaracha, o cualquier animal de cuatro patas. Carente de sensaciones positivas, su cuerpo es una suerte de objeto encerrado, escondido “encima de dos zapatos / o debajo de un sombrero”. Esta imagen se repite en “Cuerpo vestido” o “Cuerpo pasajero”. En ellos, las prendas de vestir esconden glándulas, tejidos, células y otros órganos internos del hablante; pero, en definitiva, el “yo” se siente un ser vacío y alienado que vive camuflado debajo de sacos, pantalones y corbatas.

Este tono enajenado también está presente en “Cuerpo de papel”. Allí el acto de escribir se postula como una extensión automática del cuerpo. Sin embargo, lejos de ser una expresión creativa, escribir es una actividad efímera y carente de sentido. Por eso, el hablante declara que, junto a la “página vacía” que pronto arrojará al fuego de una chimenea, también se irán todas sus “dudas” y su “corazón”.  “Cuerpo multiplicado” y “Cuerpo dividido” subrayan el vacío existencial del sujeto. En “Cuerpo multiplicado”, si bien el cuerpo del “yo” se reconoce en su semejanza física con otros seres humanos, también es consciente de que la aventura vital es esencialmente una experiencia solitaria; en ella se alternan, a la manera de un péndulo, la alegría y la tristeza o la sonrisa y el llanto, como leemos también en “Cuerpo dividido”.

Si Noche oscura del cuerpo se abre con un poema que presagia el nacimiento del “yo” poético, el libro se cierra con un poema de carácter escatológico titulado “Último cuerpo”. Allí el cuerpo se rinde ante su materialidad más elemental, una cualidad que se resume en el acto cotidiano de “defecar”. Gracias a este, “una parte inútil de nosotros vuelve a la tierra”. Dicho de otra manera, aunque por momentos el cuerpo aspire a convertirse en un objeto sublime y aspire a algún estado de trascendencia, lo cierto es que su efímera condición material, su caducidad convertida en deshecho, será la que finalmente prevalezca.

Noche oscura del cuerpo es una lúcida exploración del cuerpo entendido desde su dimensión material y orgánica. Sin embargo, el cuerpo es ante todo un vasto espacio de indagación de la existencia humana y del lugar que ocupamos en el universo. Como bien demuestran estos poemas, el camino hacia una verdad más trascendente está repleto de dudas y anhelos, de placer y desencanto. Todos los cuerpos posibles de Eielson son, en suma, una manera de ser y estar en el mundo, vale decir, una inmensa alegoría de la vida misma. 

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