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BOOK REVIEWS
Issue 34
La máquina de leer los pensamientos de Gustavo Valle
By Emiro Colina
“La máquina de leer los pensamientos es el resultado de una deriva: orbitar en otro horizonte, probabilizando fugas, extravíos, hallazgos, subjetividades.”
Poetry
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  • June, 2025

Argentina: Luba Ediciones, 2024. 32 páginas.

La máquina de leer los pensamientos de Gustavo ValleAbro estas líneas con una pregunta: ¿qué es una máquina? Y la traigo sin adjetivo alguno porque hay algo de elemental; podríamos decir sistema, conjunto, combinación de piezas y partes planeada con ciertos fines. Tengo el hábito de recurrir al diccionario y registrar acepciones. Con La máquina de leer los pensamientos (Luba Ediciones, 2024), el reciente poemario de Gustavo Valle, escritor venezolano radicado en Argentina, quien además tiene publicadas las novelas Happening (2014), Amar a Olga (2021) y los poemarios Materia de otro mundo (2003) y Ciudad imaginaria (2006), reparé en algunos significados destinados al término máquina, en especial el asentado por la RAE: “Agregado de diversas partes ordenadas entre sí y dirigidas a la formación de un todo”. Partiendo de esta conexión el libro de Gustavo Valle sería un campo de trazos, posturas, materias, voces. Elementos del mundo cognoscente. De experiencias y lecturas engranadas. 

Justamente ahí, en las gamas, late el corazón del poemario. Fibras narrativas y poéticas fluyen, oscilan, trasladan constructos de otros universos. Hay entonces un decir, alguien habla, parafrasea. Las primeras piezas son cruciales: “Morábito dice que / cada libro que escribe lo envejece / lo vuelve un descreído”. La forma en cómo introduce el referente, de manera directa, marca el modo de la sentencia para hablar de aspectos mortales, coyunturas, objetos. La escritura es un devenir en donde el artífice deja, suelta partes de su ser. El padecimiento se materializa: “Cada libro se desprende / del síntoma / y la ocasión que lo estrangula”. De ahí la huella, los tejidos, el rastro orbitando. 

En otro texto, presidido por Montejo, reposa una concepción poética: “Montejo dice que / el poeta y la araña / tienen en común / el arte de crear forma”. Vemos las dimensiones del oficio, cuestiones existenciales y urdimbres: “Uno y otro alumbran la red / deambulan sus quicios / tenaces dígitos segregan / la materia y la técnica”. Aspectos que plantean finalmente el derrotero: “Hacia calles nacidas de sus salivas / se precipitan”. Los poemas a su vez disponen un registro, urden el archivo, esperan a un lector o a alguien que retorne y lea sus propias meditaciones. Figuras como Flaubert y Cavafis hacen acto de presencia para ahondar en las palabras, en el tiempo. Encontramos otro aspecto que tiene relación con lo anterior, diríase que forma parte de la estructura: la dedicatoria. Así Alexis Romero, Miguel Gomes, Eleonora Requena, nombres de la literatura venezolana, conforman el territorio, refuerzan la idea de tribu. A través de Gustavo Valle operan cogniciones, vibran memorias, un orbe. 

“Existe una pieza que se teje en resonancias a partir de trazos anteriores; desde el primer texto del poemario palpita el sentido de una deriva.”

El poema dedicado a Ricardo Montiel se refiere a un espacio y lo que burbujea en torno: “Las conversaciones me arrullan / estoy en el bar / sereno solo o casi / me sumerjo en la gente / sin estar con la gente / giro en el griterío”. El yo bordea las fronteras en ese recinto urbano concurrido. Se mimetiza el pensante en la coexistencia, parece estar dispuesto a la espiral de ruido y transmite una voluntad de inmersión situacionista. En el mar de voces, lenguas y palabras cruzándose el sujeto yace íntegro pues el terreno ambiguo de la simultaneidad potencia la experiencia: “Ruido / de personas que cuentan sus vidas / el más hermoso de los ruidos / no entiendo que dicen / lo imagino”. La coyuntura del yo viene originada por una tensión, ser y no ser, estar y no, que posibilita grados, planos de vivencia.

El sujeto poético padece los remontes de su cavilación. El bar, como en el poema anterior, es un lugar de palpitaciones, narraciones, paraje dimensionado por la pluralidad del acontecer lingüístico, cognitivo, corporal: “A través del cristal / un poco sucio / de este bar en Palermo / asoma el seso”. El hecho de ensimismarse plantea otro escenario crucial, aislarse en la arena intrínseca: “Frente a la taza de café / se encierra / perdura en su bóveda”. El movimiento psicológico viene dado también por la conciencia de ejecutarse narrativa y poéticamente hacia adentro y en esa meseta ser objeto del trance: “Su mente se pulveriza / en jadeos progresivos / pensar es acumular / monólogos mudos”. 

Existe una pieza que se teje en resonancias a partir de trazos anteriores; desde el primer texto del poemario palpita el sentido de una deriva: “Pienso en esto que escribo / pero siento / que no pienso cuando escribo”. Pensar, escribir, leer(se) y no pensar articulan y hacen posibles dinámicas inmersivas: el desandar del sujeto. La precipitación del poeta, del escritor al fin, hacia calles nacidas de su materia se hace aquí presente: “Pensar es perderse en un bucle / de propagaciones / baldías”. La escritura está orgánicamente conectada con la existencia originando derroteros, imprecisiones, “desvíos”, puntos de inflexión: “La mano hace bucles / como araña / teje un desvío / me lleva lejos / me olvida / la mano va en busca / de su propia mano”. 

Gustavo Valle, en suma, ha urdido un ecosistema apalancado sobre la base narrativa de la experiencia: el cerebro opera, entonces mente, cuerpo, órganos, ser, lenguaje bullen en el devenir denso, fluido, indefinido de una fluctuación poética que se percibe también angustiosa. La máquina de leer los pensamientos es el resultado de una deriva: orbitar en otro horizonte, probabilizando fugas, extravíos, hallazgos, subjetividades.

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Updated 06/27/2024 12:00:00
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