Edición y prólogo de Inmaculada Lergo. Sevilla: Renacimiento, 2024. 252 páginas.
El título que Magda Portal eligió para su autobiografía es ya una declaración de intenciones desde la hermosa portada que nos regala la editorial Renacimiento. Algo así como si dijera: he aquí la experiencia que me tocó en suerte, he aquí cómo la viví yo. Como si existieran otras posibilidades de vivenciarse y, sobre todo, de contarlo. En eso la escritora peruana exhibe una transparencia inexcusable que nos hace volver sobre las reglas de escritura implícitas en otros relatos de vida. En el proemio, una joya de concisión y arriesgada exposición personal, Portal muestra sus cartas para que nadie se lleve a engaño: “Las autobiografías nunca son sinceras o lo son a medias”. Pues en realidad ―eso lo sabremos después― ahí reside la verdad de su autobiografía, su verdad: en pormenorizar ante quien lee los detalles de la entrega ideológica de una vida que se le deshace entre los dedos a medida que la repasa. Queda finalmente su ardorosa nervadura, la pasión de una mujer que durante veinte años se volcó en la defensa del que consideró el proyecto político que podía salvar al Perú.
Magda Portal (Lima, 1900-1989) se nos desborda: escritora, poeta, defensora de los derechos de la mujer, dirigente de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), oradora, viajera incansable… referente, en definitiva, de tantas luchas vigentes en la actualidad. Demasiado tiempo hemos vivido de espaldas, o de costado, a una mujer en la que se detecta el origen de reivindicaciones a las que es imposible no adherirse; causas de difícil consecución todavía hoy, así que imaginemos el riesgo de enarbolarlas hace cien años. La publicación de este libro constituye, por tanto, una fiesta, y lo es por partida doble: por el incontestable valor de las páginas de la activista y, a la vez, por la esmerada y cuidadosa edición de Inmaculada Lergo, que tanto ha escrito sobre literatura peruana y a quien debemos antologías memorables y la publicación reciente de parte de la obra de Rosa Arciniega.
Cada capítulo de esta obra colabora en el retrato general que se va construyendo de la escritora, y a la vez son piezas con valor en sí mismas. Para empezar, encontramos un sustancioso prólogo de casi cincuenta páginas en las que Lergo nos presenta a la protagonista, su época en términos históricos, políticos e intelectuales y, por supuesto, una trayectoria vital que líneas después latirá desde dentro en palabras de la propia Portal. Una de las virtudes de este libro reside en la posibilidad de disfrutarlo tanto si se trata de una primera aproximación a la autora como si se busca en sus páginas una semblanza más completa, pues ofrece la bibliografía pertinente de la especialización junto con un tono ameno que discurre por acontecimientos de la época, figuras relevantes del ámbito literario, la evolución ideológica de Portal, polémicas… Un itinerario apasionante que la heterogeneidad de los documentos logra intensificar.
El corazón del libro se encuentra en las páginas autobiográficas de la peruana. Curiosamente, a ese capítulo central le sigue otro donde se recogen unas doce páginas de notas incompletas y mecanografiadas por Portal en las que se habla de la protagonista en tercera persona. Con el título “Apuntes para una biografía de Magda Portal” se nos fuerza a una nueva perspectiva: tras el prólogo de Lergo y el relato autobiográfico en primera persona, se vuelve aquí a la tercera persona, enunciada ahora no desde la estudiosa sino de la mano de la propia autora, que se enuncia como ella para volcar los hechos que en páginas anteriores vimos desfilar desde un yo rotundo.
“Hay cierto desapasionamiento de quien parece haber necesitado de distancia para digerir vivencias tan extremas como las que Portal cuenta sin énfasis.”
A continuación se incluye una selección de poemas que ilustran la fundamental faceta de la creación de Portal en verso, a la que renunció para obedecer la recomendación de dedicarse al estudio de la economía hecha por parte del fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre. Portal había debutado en poesía, como narra en un episodio, ganando unos Juegos Florales en la Universidad Mayor de San Marcos, que le depararon su “primera discriminación por ser mujer”. Años después, en un paseo por el campo, destruía ritualmente, hoja por hoja, un ejemplar de su poemario Ánima absorta. Sus páginas, como su íntima vocación de poeta, fueron arrastradas río abajo.
Para terminar se incluye un atractivo “Apéndice gráfico”. Encontramos aquí imágenes de los textos mecanografiados y manuscritos de la autobiografía, índices de trabajo, fotografías de la autora y su familia, y las distintas portadas de la revista que editó con Serafín Delmar (Trampolín, Hangar, Rascacielos y Timonel). Sobresalen en la galería algunas imágenes: Magda Portal en mítines multitudinarios, única mujer alzada sobre las cabezas de cientos de hombres, como en la impresionante foto de Martín Chambi. Entre las jóvenes uniformadas de la Escuela Nacional de Lampa. En Chile, junto a Salvador Allende, o con Gabriela Mistral. Son imágenes que dan la medida de quién fue, de quién es Magda Portal en la historia del Perú. Resulta imprescindible ese acompañamiento gráfico para que quede grabado en la retina el perfil de esta mujer excepcional.
No hay manera de resumir en el breve espacio de una reseña los numerosos puntos de interés que esta biografía concita. Uno de los más relevantes sería el papel que juega Portal, como mujer, en la conformación del APRA, y las consecuencias de su desempeño como referente de primera línea. Igualmente necesario resulta el cuestionamiento de Haya de la Torre, figura abordada desde sus sombras según la experiencia de la protagonista. Tampoco puede olvidarse el relato de sus días de prisión, cuando a pesar de la dureza logró instaurar un modesto programa de alfabetización para sus compañeras de reclusión. La denuncia del centralismo peruano, del racismo común a otros países latinoamericanos o del machismo sufrido en carne propia son asuntos que aborda valientemente en sus memorias.
En el proemio, Portal advierte del peligro de las autobiografías, de la invención que todas guardan y de las lagunas que la suya, al menos, presenta. En una narración que no será nunca sentimental ni victimista, reconoce, en cambio, que los recuerdos son imposibles de revivir, y que se configuran como “nebulosas o fantasmas o sueños” que “simplemente se borraron de mi memoria, como una defensa de mi naturaleza ansiosa de liberarse del dolor de su presencia”. Así lo confirma su autobiografía: hay cierto desapasionamiento de quien parece haber necesitado de distancia para digerir vivencias tan extremas como las que Portal cuenta sin énfasis. Las penurias de la infancia, la muerte de su padre siendo niña, la cárcel, la pérdida temprana de la hija, la movilización política femenina, el arrinconamiento sufrido por el partido al que había entregado sus mejores años, la traición del aprismo a la izquierda. Todo esto y mucho más guardan las memorias de Portal. Una mujer que decía deber a la poesía el no haberse endurecido y que creía en el valor como algo innato que se manifiesta cuando es necesario. “A este tipo de valor sí creo pertenecer, sin proponérmelo”. La vida que ella vivió nos lo confirma.