Chile: Zuramérica Ediciones & Publicaciones, 2023. 338 páginas.
El genio de Raúl Ruiz decía que los chilenos podemos hablar sin verbo ni sujeto, como en las obras de Beckett, y que por eso sobran poetas y faltan narradores. Articular un relato exige verbo y sujeto. Pero de vez en cuando, cosa rara, aparecen narradores capaces de intentarlo o de arriesgarse.
Es el caso de Nicolás Bernales (Santiago de Chile, 1975) con Geografía de un exilio (Zuramérica, 2023), su primera novela. No voy a ahondar en la trama —¿para qué?—. Basta decir que su protagonista, Nicolás Sánchez, es un aspirante a escritor de clase alta, heterosexual, bueno para nada, que en una sociedad emergente, tras una separación y verse involucrado en asuntos políticos turbios, se autoexilia en Italia con su hijo. Allí encuentra su liberación, o tal vez la distancia necesaria para reinventarse.
Es un tema clásico: el escritor que observa su clase con suspicacia. Sánchez encarna a una élite atrapada entre el cálculo y la arrogancia, despreciativa del arte y la cultura. La historia ocurre en el Chile próspero de 2012, antes de que la corrupción se hiciera tan visible. Un país que se miraba al espejo con optimismo, sin ver aún las grietas.
No esperen aventuras desbordadas ni personajes excéntricos. No hay aristócratas decadentes ni villanos abismales. Todo transcurre en ambientes cómodos pero anodinos, donde el protagonista flota, sin encajar ni rebelarse. Y, sin embargo, algo se mueve. La estructura es contenida. No hay alardes técnicos ni ambición de crear personajes memorables. Los políticos ambiciosos, las editoras posmo, los emprendedores de ocasión, todos son planos porque, en ese mundo, la gente lo es. Un mundo que, al ambicionar lo mismo, perdió profundidad y cuerpo.
¿Dónde está la gracia, entonces? En la prosa. Simple, dinámica, sin relleno. Diálogos ágiles, descripciones certeras, adjetivos justos. La voz no embellece: apunta. El mensaje se expresa en la acción, en un relato donde hay movimiento. Algunas escenas se quedan: noches insomnes en Santiago, vagabundeos por la Vega y, hacia el final, el baño con su hijo en el Lido de Venecia. Imágenes precisas, no subrayadas. Literatura de la sutileza.
“La gran literatura social nace de la nostalgia de quien ve su mundo desmoronarse. De esa decadencia brota un músculo narrativo vital.”
El ritmo es clave. Cada historia tiene su tempo: algunas respiran en frases largas, otras en golpes cortos. Lo importante es que el ritmo sirva al relato. Geografía de un exilio lo logra. Y eso no es poco. La literatura, ya se sabe, insinúa. Aquí, lo no dicho pesa tanto como lo dicho. Otro acierto: el equilibrio entre lo sensorial y lo intelectual. Algunas novelas pecan de frías, otras se ahogan en emociones. Esta, en cambio, camina entre ambas aguas con solvencia.
Por la cadencia del relato y la soltura estructural, es evidente que Bernales ha preferido la brújula al mapa. No se ata a arquitecturas narrativas rígidas, sino que avanza a tientas, confiando en que el ritmo de la escritura le marque el camino. No se equivoca. Una melodía tenue, sincopada, recorre la novela de principio a fin.
Otro punto a favor: la ironía. Hay humor. Ligero, puntual, nada frecuente en nuestra tradición narrativa, tan dada al lamento. El protagonista se ríe de su entorno y de sí mismo. Un ejemplo: un empresario lo apoda “Only You”, marcando su rareza en un país obsesionado con el éxito. Un gesto simple, revelador.
Nuestros narradores sociales —de Blest Gana a Donoso— han tendido a la autoflagelación. Por culpa, progresismo o moralismo cristiano, han exagerado los vicios de su clase hasta deformarla. No es el caso de Bernales. Su protagonista no se victimiza ni se glorifica. Observa sin renegar ni levantar banderas. Sabe que la ambición y la mezquindad cruzan todas las clases. Geografía de un exilio expone el comportamiento de una élite, pero su mirada es universal.
La buena literatura no busca la reivindicación social. El escritor es ajeno, disidente, alguien sin club. Su desafío es desentrañar lo humano en medio de los condicionamientos. Y esa distancia es la que permite ver con claridad. Por eso la literatura nunca será un arte colectivo.
Arriesgo una última observación: en el Chile actual, contra lo que dicta el canon, algunos escritores de clase alta están creando retratos sociales sugerentes. A medida que la sociedad muta y emergen nuevas élites, ese desplazamiento los deja en la mejor posición para escribir: la orfandad. La gran literatura social nace de la nostalgia de quien ve su mundo desmoronarse. De esa decadencia brota un músculo narrativo vital.
Escritores decadentes los ha habido siempre. Lampedusa retrata el ocaso de la aristocracia siciliana, Proust la nobleza caída, Wilde la estética de un mundo que se desvanece. Y si subimos la vara, El Quijote es la caída del viejo orden caballeresco. Por eso, cuando la narrativa chilena tiende a exaltar unas tribus sociales sobre otras —sean minorías identitarias o mayorías victimistas—, Geografía de un exilio destaca. Su retrato social expone la tensión entre la aspiración individual y el peso de la pertenencia.
Evoca al entrañable antihéroe de Explicación de todos mis tropiezos de Bustamante y el fresco social de Oír su voz de Fontaine. Bernales ha sorprendido. Veremos con qué nos desafía más adelante.