La materia sensible: Antología personal. Claudia Masin. Buenos Aires: Editorial Viajero Insomne. 2015. 94 páginas.
Geología de la memoria
Claudia Masin, nacida en 1972, es una poeta argentina que ha venido publicando desde fines de los años 90, una serie de libros de poesía que le han valido un reconocimiento no sólo en su país natal, sino también en Hispanoamérica y España, donde en 2002 obtuvo con su libro La vista, el premio Casa de América. Asimismo, varios de sus poemas han sido traducidos al francés, inglés y portugués, cosa que muestra la paulatina y justa difusión de su obra más allá de las fronteras lingüísticas de nuestro idioma. Es desde esta perspectiva donde se puede apreciar la publicación, a fines de 2015, en la editorial bonaerense Viajero Insomne, del volumen que es motivo de esta nota: la antología La materia sensible, libro que hace un recorrido generoso por más de 18 años de poesía diseminada en nueve libros y que dejan entrever una sensibilidad imaginativa que hace de su fuerza lírica, un discurso que no teme abordar los más variados hitos de la experiencia como una verdadera radiografía interior. Esos hitos –el recuerdo de infancia, las presencias evocadas en esas palabras que asoman en una empatía serena y mágica para con nuestros sentidos, las imágenes de la más concentrada subjetividad, ya sea invitándonos a la reflexión o abismándonos hacia la sima cavilosa de un desasosiego intenso– son eslabones de una cadena de afectos, pero también episodios de una constante rebelión, tal como apunta Masin en su nota introductoria al presente volumen: “[…] una desobediencia que nos permite rechazar el discurso adulto, patriarcal, blanco, el discurso de la normalidad […] y abrazar el habla, la sensibilidad de la infancia antes de que seamos sometidos al proceso de embrutecimiento y desensibilización que nos permite adaptarnos al mundo”.
Será de esta manera que para Masin, la poesía no es una mera adaptación al mundo que experienciamos y que desembocaría en una superficial satisfacción de asombro, sino que se trataría de hacer explotar a ese mismo mundo hasta sus cimientos más recónditos, hasta sus entrañas más secretas, en donde las palabras no develan sino esas pasiones íntimas que se ocultan en el fondo de las cosas, en la sima abismante de cada cosa. Porque no se trata de intercambiar al mundo por poesía con sus contradicciones irresolubles en un acto de ingenuidad, sino que se trata de buscar el modo más pertinente y claro para poder sobrevivir en el mundo entre las ruinas de la experiencia que, el lenguaje, asumido como esclarecimiento de sí mismo, hace de ellas, en tanto que conforman una verdadera costra de pasiones tristes y que más que consolarnos, nos hacen olvidar nuestra mismidad acosada por el desamparo y la finitud. Así, la poesía se plantea como una tarea fundamental, no de mera rememorizacion, sino de férrea auscultación, de perforación geológica sobre las capas de lenguaje sancionadas por el uso y que predisponen a las palabras hacia una resonancia no feliz de significados, tal vez obvios, pero superficiales y en absoluto decisivos. Es tal vez por eso que entre los títulos que reúne esta antología, resalten aquellos poemas que advierten una acción de profundización, de verdadera introspección, no tanto hacia el ámbito subjetivo de los sentires tan a la mano en un romanticismo mal entendido, sino más bien, hacia una verdadera fenomenología que inspecciona y describe lo que está en nosotros y que nos conduce a relacionarnos con las cosas y sus nombres de otra manera, de otra forma. Una poesía del reconocimiento y de la exploración, del viaje hacia abajo y de la auscultación memoriosa. En poemas tales como Geología, Grafito, Poligrafía o Resistencia por ejemplo, se puede apreciar cómo Masin lleva a cabo esa exploración, utilizando imágenes y palabras del mundo de las ciencias de la geología.
Pero no se trata de “poetizar” un pretendido lenguaje científico o de hacer neologismos ingenuos como a veces encontramos en esa poesía de afán exploratorio de un Lugones o un Girondo, sino que acá, el sujeto que enuncia se asume como un niño que juega con las palabras en el uso impertinente de ellas mismas, estableciendo así, una especie de mecanismo que posee por partida doble tanto un entendimiento de sus consecuencias, como por otro la innovación lúdica del tropo. De aquella forma, esta poesía, por un lado “juega” y, por otro lado, establece una relación inédita y por ende crítica con la realidad que funda al esclarecerla en el acto de decir, acto que implica tanto asombro como simultáneamente un retorno hacia una atmósfera prístina de maravillamiento. Como dice en el poema Geología: “De pequeña/ probablemente pensara que la geología/ era la ciencia que enseñaba a vivir en la tierra./ Geo, tierra, logía, ciencia. Era razonable,/ y desde entonces Yo voy a ser geóloga/ cuando sea grande, informaba/ como quien dice voy a averiguar sola/ lo que nadie me sabe contar,/ voy a clasificar todos los géneros/ de dolor que conozco como si fueran piedras […]”
Pero ciertamente los recursos de esta poesía se amplían desde esta base conceptual hacia universos que abarcan tanto los fragmentos de la sensibilidad explorada, como los recodos del discurso cultural que se asume como parte fidedigna de esa misma sensibilidad. Será de aquella manera que se establece una singular asociación entre poemas que dan cuenta de recuerdos de infancia o que proyectan las repercusiones de experiencias vitales de alta densidad –la muerte de un ser querido, la huida de lugares o sitios irrecuperables de una geografía tanto real como simbólica– como su intenso correlato en otros poemas que recrean a modo de fogonazo, siluetas sugestivas de films de Fasbinder o Tarkovski. Es así, por ejemplo, que poemas como Paris/Texas o Una película de amor, no recrean tanto la narrativa de un cuerpo de imágenes rememoradas, sino más bien, sirven de referencia para hacer una exploración abisal en la conciencia misma del sujeto que va enunciando los avatares que le acaecen verso tras verso. Del último poema citado, estos versos me parecen reveladores: “Quizás la intimidad entre dos personas dura/ lo que dura ese momento en que sabemos/ de los cuerpos y las cosas que otro amó/ […]”. Es como si esta poesía, tan cercana a los cuerpos materiales e imaginados, se viera en la necesidad de cerciorar una y otra vez el talante despojado de su propio encanto.
En ese sentido, no deja de ser interesante que ello se logra con una dicción que no se adentra en aventuras formales innecesarias: verso libre, poema en prosa, verso blanco sin rima, versificación que no rehúye el ritmo del pensamiento en lo que significa desbordar desde el verso hacia el versículo, borrando seductoramente toda frontera con la prosa. De aquella manera, la voluntad formal de Masin está al servicio de la expresión, donde más que encadenarnos con el embrujo metafórico de lo extraordinario, se nos invita a una consideración sosegada y serena del fraseo verbal: una poesía carente de aspavientos, una poesía que no teme las palabras comunes o hasta mínimas, como también se aleja de las altisonantes o chillonas, una poesía que huye de la paráfrasis como de la peste –pues nos delata en aquel gesto una profunda vaciedad de aquellos que aman la grandilocuencia– y que hace de la búsqueda de la palabra justa su necesidad interior y, por ende, artística. Una poesía que asume lo político desde la comprensión de algo otro que radica en nuestra hondura subjetiva, más allá de cualquier consigna reivindicatoria, tan a la moda. Para esta poesía, nada puede ser contemplado con indiferencia, pues ha descubierto que es un lente necesario para ver las cosas del mundo tal como son, no en su vociferante hipérbole o en su seducción espectacular. Esto, quizás, hace pensar que una poesía como la de Masin es una llamada profunda y vasta para recuperar lo sensible de las cosas y de la experiencia. Sensibilidad que implica adentrarse en un gesto compasivo por los seres y enseres que hacen del mundo algo más que una mera imagen.
Ismael Gavilán Muñoz