Roosevelt Island
Demasiado arriba: el cielo
sospechosamente blanco.
El día se resiste, la luz huye, se repliega
ocultando lo que halla. Todo busca
su pretexto en la memoria de la sangre,
las rodillas desconocen
la cadencia de una isla
sin espacio para el polvo.
Nada calza
con el hábito del ojo, pero siempre
la faena es una sola:
la apatía demorada en los cristales,
la insidiosa claridad
de un eterno mediodía que desciende
sobre un mundo saturado
de señales
sin misterio.
El peso de otra isla
Los cuerpos, dominados por la luz,
se repliegan ante el asesinato de la piel.
Virgilio Piñera
Ojalá pudiera hablar de la maldita circunstancia
más allá de la epidermis
enumerar las formas exteriores de la miseria
su proliferación convertida en fuego
testar el barro que penetra en los oídos
describir cómo se revientan córneas e incineran cuerpos
en una isla real y su horrorosa circunstancia.
Palpar el tiempo en los escombros de la carne
no tener más el derecho a imaginar
las circunstancias mientras sostengo todo el peso
de una isla inexistente en la cabeza.
En Long Island el alba
Esta es el alba.
Para decirlo de otro modo
habría que tener las sílabas del bosque
su rojo triste en las papilas su amargor
acoplado a la lengua.
Aquí no hay madre
que nos enseñe a amar los nombres
y nos guarde el silencio.
No sé decirlo de otro modo,
aquí amanece.