El relato que da título al recopilatorio Pajarito, de la autora peruana Claudia Ulloa Donoso, empieza con una descripción del gato de la narradora. Siete kilos, peludo, antisocial. Tiene siete vidas en Perú y nueve en Noruega, donde perdió al menos una al deambular por la calle durante el invierno polar. Hay fotos suyas en el blog de la autora, pero eso no se menciona en la historia. Es la mera verdad.
El blog de Ulloa Donoso es relevante para su faceta literaria. Se mudó a Noruega para cursar sus estudios de posgrado y empezó a escribir un blog sobre su insomnio —o un blog sobre el insomnio de alguien, puesto que ella nunca ha dicho que no sea ficción. En 2006 publicó un recopilatorio de relatos llamado El pez que aprendió a caminar, seguido un año después por Séptima madrugada, que es básicamente su blog en forma de libro. Pajarito combina ambos libros, integrando entradas del blog con relatos cortos, aunque a menudo no hay manera de saber qué estas leyendo. La mitad de los relatos del libro podrían ser ficción, memorias, o ambos.
No hay manera de saber si estás leyendo ficción, pero tampoco es necesario. Cada página tiene la inmediatez emocional de una entrada en un diario y la náusea flotante de una noche sin dormir. Ulloa Donoso tiene un rechazo al estilo Nell Zink por las convenciones narrativas. Le gusta ir al grano, y no tiene mucho interés en el ritmo. Habitualmente escribe en presente, con frases cortas y enunciativas que generan escenas profundamente extrañas. Mujeres que sangran hasta la muerte sobre ensaladas de comedor y después se levantan y se van; un protagonista acude a una entrevista de trabajo con un pájaro moribundo en el bolsillo; otro se va de vacaciones en el estómago de su gato porque, tal como describe, “Siempre es más seguro viajar con alguien que conoces”.
No todos los relatos de Ulloa Donoso moldean tanto la realidad, pero todos tienen un aire extraño. Los personajes en Pajarito ven el mundo a través de unos ojos tan exhaustos que lo ordinario se vuelve surreal. En “Sueños de plastilina” la narradora va a un parque el primer día de verano a ver un espectáculo que la emociona y la sorprende. Tras él, se encuentra tan eufórica por lo que ha visto que se queda dormida en público, en un banco del parque. ¿El espectáculo? Un hombre cortando el césped.
En parte por esto es por lo que me encanta Pajarito. Me encanta la velocidad a la que estos relatos me transportan más allá de la razón. Me encantan los personajes, tan perdidos y distantes de su alrededor, tan confundidos por la más simple de las interacciones y tan dispuestos a ver el lugar más simple como único. Pero la extrañeza en Pajarito no es siempre agradable, también hay mucha depresión y desubicación. Uno de los protagonistas, incapaz de creer en su capacidad para ayudar, ve cómo un hombre se ahoga en el mar, otro se lleva una pistola al trabajo, y otro se pasa el día suplicando que alguien “se haga cargo de su alma”, que es precisamente el trabajo que hacen los escritores de ficción.
Ulloa Donoso sí que se hace cargo de sus personajes, y en definitiva, siempre cuida de ellos. Es consciente de que la lucidez está por encima de ellos, así que los guía hacia la aceptación. Esta es otra de las razones por las que me encanta tanto Pajarito: su extrañeza se marida con empatía. Sus historias tienen una naturaleza a lo George Sanders, afecto por los desconcertados y equivocados. En “Eloísa”, la voz del personaje del título es tan seductora que convierte luciérnagas en hombres. En la última escena del relato, el novio de Eloísa está sentado con sus rivales luciérnagas, bebiendo cerveza y haciéndose compañía en silencio. «Juntos», piensa, «no necesitamos demostrar nada. Sabemos que por muy tenue e intermitente que sea nuestra luz, somos seres completos. Somos libres». Si existe una moraleja para estos relatos, es esa: somos seres completos. Eso es todo lo que debemos comprender.
Lily Meyer
Traducción de Ana Márques García