Fogón
Menos que el silencio pesa el fuego, papay, tu
gruesa sombra que arde
entre leños mojados;
menos que el silencio a la noche
y al sueño,
la luz que se desprende
de pájaros y ríos.
“Hermano sea el fuego”, habla, alumbra
tu boca,
la historia de praderas y montañas
caídas,
la guerra entre dioses, serpientes
de plata,
el paso de los hombres
a relámpago y sangre.
Escuchas el galope de las generaciones,
los nombres enterrados
con cántaros y frutos,
la lágrima, el clamor de lentas caravanas
escapando a los montes de la muerte y la vida.
Escuchas el zarpazo del puma
al venado,
el salto de la trucha en los ríos
azules;
escuchas el canto de aves adivinas
ocultas tras helechos
y chilcos florecidos.
Respiras ahora el polvo de los nguillatunes,
la machi degollando el carnero
elegido;
respiras ahora el humo ante el rehue, la hoguera
donde arden los huesos del largo sacrificio.
“Hermano sea el fuego”, dices retornando,
el sol ancho del día
reúna a los hermanos;
hermano sea el fuego, papay, la memoria
que abraza en silencio la sombra
y la luz.
*Papay es el nombre afectuoso que se da a las ancianas.
Hermana
Aquellos ojos del color del color,
a una altura gris, miran
copihues, hilos de agua.
¿Es por el viento de esta hora su silencio o
son abejas borrachas
trayendo miel y sangre
al panal de sus sienes?
Porque el agua es hermosa,
y el cielo es hermoso
y ambos son buenos amigos—dice.
Porque la luz es mi alma en la estrella,
y mis pechos son fuentes de luz.
Porque callados sabemos lo que somos:
el águila y el cisne,
el venado y el puma,
montañas, manantial y viento,
sementeras de la eternidad.
*Los versos en cursiva pertenecen al poeta Pablo de Rokha.