Sin ellas no sería lo que es:
boca abierta de un lobo,
cuenca de un ojo con mirada impasible.
La luz hace combustión,
cuece la risa, los alimentos
y la sombra esconde en los armarios
vestidos que como pañuelos llevan siglos
secando lágrimas, miedos.
Ambas, luz y sombra, combaten por la vida.
En mitad de la lucha caen en sus brazos
los niños que dan su primer grito
y devorados, padres, tíos, abuelos,
perros, gatos, pájaros diversos.
La casa, jamás quieta, cruje, se estremece,
con sus paredes como velas
atraviesa el tiempo.
Nosotros dentro de ella somos simple polvo
que algún viento sopla cada tanto
y desaparece.