Todos tenemos unos zapatos que llaman los aguaceros:
los más blancos
los que más grabados de calle traigan en la suela
Acuérdate de mis zapatos de lona blanca
Te parabas en ellos y éramos la misma sombra
Aunque la suela fue desprendiéndose de la costura
tu pie nunca tocó el suelo
Acuérdate de ellos tirados bajo la cama
en un crujir de tablas
Su boca tragaba los ácaros de la noche
y recibía mi pie desnudo
para ir a desayunar
Acuérdate de cuánto te espantaban la vejez y suciedad que afligían a sus telas
Es una epidemia —pensarías—
que se extiende por mi pie y por el tuyo
y nos contagia todo
La suciedad no enloda si el recuerdo es limpio
la vejez no corroe si el recuerdo es joven
lo que mata no es la muerte
lo que mata es el olvido
Entonces acuérdate de que lavar esos zapatos
invitaba a la lluvia y al agua de charco
a entrar por donde la suela se alejó de la costura
Acuérdate de los saltos para huir de la tormenta
y escampar en los cobertizos
Tus pies empinados encima de mis zapatos
para que bajo el paraguas existiera el beso
Acuérdate
hoy que llueve
y es de noche
y no estás conmigo
Seremos distancia
nos haremos viejos
pero nuestra edad siempre será la que teníamos en el último recuerdo
Rescaté mis zapatos cuando los exiliaste al armario
Corrieron con los tuyos y nadie estuvo solo
se pararon bajo los tuyos y ambos estuvimos a salvo
porque las aguas no pudren si el recuerdo es limpio
las noches no tiznan si el recuerdo es diáfano
tú ya sabes qué es lo que mata
acuérdate
hoy que llueve
y es de noche
y estás lejos
y no me nombras
como mis zapatos
nombran los aguaceros.