Ejemplo de extrañamiento
Cualquiera de estos autos en la lenta procesión junto a la playa
sus luces bajo tu departamento que circunda, tomado del vértice hacia la grieta
flotando sobre los riscos, en la niebla, que de pronto escoge su gobierno.
El extraño anochecer de la luz en una ciudad futurista a punto de desplomarse
a unos kilómetros de la virgen negra en la gruta serpentearte. Advierte.
El zumbido que se extiende desde las dunas, al agujero de piedra
donde las langostas crecían al amparo del esmero y el vértigo.
De qué te extraña que los golpes vengan de las paredes
que este único ruido venga del tibio acantilado interior.
Qué desgano trabar la piedra que desciende hasta su desembocadura,
lijar otra vez los sentimientos. La exasperante redondez de la piedra de río
inservible al final de su viaje.
Bádminton
Placer, mucho placer me causa este día soleado, el pasto
delicado y siempre verde, el atuendo blanco, la camiseta
de mi prima que trasluce eso pechos preciosos.
Y rebota la plumilla de raqueta en raqueta, elevada
confusa hasta lo indecible.
Donde duele el sol mirado de frente, y el sabor
de las frutillas, el ajenjo desesperado. No. Tal cual es
la brisa, la colina, el coto de caza donde
el abuelo percuta al viento un fusil Mauser y silencia
la perdiz, el abejorro, la liebre.
Y a la vez, unos movimientos antes que la plumilla devuelva
un poco de su tenaz certidumbre al perpetuo Sin Sentido.
Revival field
(lejos de los irritantes proyectitos latinoamericanos)
Las plantas acumuladoras del bienpensante evangelizador
crecen en la tierra roja intoxicada por los relaves.
Como en aquellas ciudades candado que tienen entre otras
costumbres retroceder ante las réplicas, asistiendo
muy a regañadientes a las nuevas formas del pensamiento.
Nuestras capitales se deforman por el ruido de la invisible
guillotina, o lo que queda de ella, blandiendo los cuchillos
para compensar lo que ha dejado la ciega apresurada del pastizal.
Aquella que quema la mitad de las veces al débil víctima por regla
y manifiesto. Inicia el fuego ese ángel descalzo de la empalizada
una mañana de apacible y permanente envidia. Desde el aire
el campo adquiere la forma de un crucifijo que separa los sectores
escogidos para las diferentes especies. Los días de riego el agua
se filtra a las raíces de un modo viscoso. Como buena voluntad.
Y esa viscosidad es tanto o más el final de un proceso
de divagación desde la metrópolis. Cuando a los treinta años
se te hace más difícil decidir que es de ti y qué de los otros.
Tienes esa vaga sensación de que no perteneces a ningún lugar.
Pero sabes que la tierra está intoxicada en la cuadrícula a pocos
kilómetros de una ciudad pletórica de ciudadanos comunes
y corrientes y eso termina por incomodarte.