La poesía no siempre requiere comprensión, quiero
creer. Basta escucharla, que suene sin lengua, sin
sentido, con música de silencios
Jacqueline Goldberg
Fox Island, WA, Estados Unidos: LP5 Editora, 2024. 71 páginas.
Georges Didi Huberman señala que la imagen que mejor define la contemporaneidad es la de las luciérnagas porque la luz que emiten es intermitente, frágil, perecedera. Pensar el tiempo del ahora solo es posible en lo momentáneo donde las imágenes aparecen y desaparecen. De ahí la importancia de la poesía como lugar donde se manifiesta la imposibilidad de atrapar el tiempo actual de la experiencia. Porque, como las luciérnagas, la poesía es un cuerpo intermitente que aspira, no sin drama, a una luz perenne.
Sobre esta premisa quiero acercarme, sin rozarlo mucho, al poemario del poeta venezolano Juan Lebrun (Caracas, 1996), El libro de las improvisaciones. Lebrun es licenciado en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello. Su libro Salmista fue valorado en el Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana en el año 2021.
El libro de las improvisaciones fue galardonado con el Premio Internacional de Poesía Joven Ida Gramcko 2024. El título ya anuncia las paradojas de sus intenciones: ¿cómo un libro, artefacto que inscribe la tradición, puede ser el espacio para las “palabras efímeras / como el venado blanco de las letras”? Si atenemos a la etimología, la palabra improvisación se relaciona con lo efímero, lo imprevisto, lo súbito, lo repentino, lo desprovisto. Con respecto a este último término, es interesante que la improvisación tiene como premisa lo que no se vislumbra. Ese algo que carece de porvenir. En ese sentido, fijarlo en un libro contradice el propio campo semántico, pero si el libro es de poesía, entonces, potencia, como dice Agamben, la impotencia. Aquello que niega lo que, por sentido común, está negado. Por eso, un libro que es memorabilia fija con palabras lo que pensamos y hacemos para dejar nuestro rastro y trascender la inevitable mortalidad de la condición humana, demasiado humana; también es la estancia de los residuos que emergen del instante. El poeta declama: “Los recorridos de la vida caben en un solo metro // pero mi memoria es mucho más amplia: // cada cuadro es un detalle // que se infinita”. Desde una lectura metapoética, estos versos dan fe de la estancia como cuadro, marco, horizonte sin límites donde el poeta va reproduciendo la voz inefable de sus fantasmas.
La stanzi es para Dante Alighieri lo que define a la canción como arte. Solo en la estancia, la voz, propia de la presencialidad de la experiencia, toma cuerpo en la escritura, aunque como espectro de esa voz remota. Agamben señala, además, que la estancia es el lugar de la apropiación de lo inapropiable… Lenguaje apotropaico, donde manifestarse es también ocultarse.
“El poemario de Juan Lebrun es la intermitencia de una voz que paradójicamente solo puede ser escuchada en la espesura de la palabra escrita.”
Ahora bien, este registro de improvisaciones, al jugar con las ansias de infinito por medio de la escritura, genera no una acedia ante la impotencia, sino el afán de captar precisamente el sonido familiar que huye. A diferencia de los románticos Shelley o Leopardi, entre otros, la poesía de Juan es un canto que se abre al gozo de la experiencia del no poder. Dice: “la contención proteica del sonido // es afán de escucha. // No hay mayor dicha que lo fugaz del pensamiento”.
Gozo acrecentado por la relación con la música del in-prontu con que los recuerdos, las cosas, las personas, la calle y el paisaje se transfiguran en sonidos espasmódicos, desarticulados, repentinos: “la improvisación es el instante pensándose. // Sostiene la grabadora //con música del habla, // es varios géneros // sin forma de mentira”.
Gozo que va ligado a dejarse llevar por el asombro de lo que no tiene forma. Una oralidad sin ley articulatoria. Desaparecen las voces que pasan por el ruido que se metaboliza en versos. Ese Wave, que como la bossa nova de Tom Jobim, sube y baja en melodías sencillas del acontecer sin antecedentes y consecuentes.
De esta manera y para finalizar, el poemario de Juan Lebrun es la intermitencia de una voz que paradójicamente solo puede ser escuchada en la espesura de la palabra escrita. Es un cuerpo de luminiscencias instantáneas que nos invitan a reconocer que, a veces, la poesía es la única que puede dar un poco de luz en esta noche en que nos encontramos.