Tú conoces el dulce sortilegio del recuerdo;
un río te empuja lejos de las riberas,
te lleva hacia el ancestral paisaje.
Escucha esas voces: cantan el dolor amoroso
y la melancolía. Escucha ese tam-tam; jadea
como el seno de una muchacha negra.
Jacques Roumain
Puerto Rico: Editorial Pulpo, 2024. 53 páginas.
En los últimos años, Haití ha padecido toda suerte de eventos sangrientos y traumáticos que han mermado hasta los rudimentos de sus bases institucionales. Desde el asesinato de su presidente Jovenel Moïse en el 2021, la crisis sociopolítica de ese país no ha hecho sino agravarse en magnitudes aún inmensurables. Inciertos son los números de secuestros, violaciones y muertes de civiles que yacen atenazados no solo por el yugo de bandas armadas, sino por la desidia o la complicidad del sector político y empresarial de la media isla. Esta vorágine de violencia e incertidumbre ha provocado que miles y miles de nacionales haitianos recurran al asilo de países vecinos y busquen remendar las sombras de sus vidas quebrantadas.
Frente a ello, algunos nombres haitianos locales o de la diáspora han respondido con arte para retratar esta realidad compleja con mayor o menor fortuna. Uno de estos artistas es Jhak Valcourt, quien desde su asiento en República Dominicana no solo evoca y denuncia los estragos que carcomen los cimientos de la primera nación negra de América, sino que repara con detención en la condición moral y espiritual de la figura del inmigrante.
“Cuando callan los ríos está orientado a explorar la psiquis de ese inmigrante desvalido y olvidado. Un inmigrante que lleva, además de cruces y sueños fatigados, una historia.”
En ese sentido, el presente libro, Cuando callan los ríos, compuesto apenas de 21 poemas, funge como una hoja de ruta del yo poético que evoca su infancia en busca del hogar arrebatado y perdido. Para esto, Valcourt se vale de un imaginario rico en paisajes y elementos culturales haitianos. Este peregrinaje debería remitir calidez y descanso, y así asemejarse al mítico “camino de Guinea” que alguna vez concibiera el poeta haitiano Jacques Roumain, donde el viento se desliza con sus “largos cabellos de eterna noche” y los arroyos “tiritan como rosarios de huesos”. Pero Valcourt, en retrospectiva, observa el trastero de la niñez y descubre que no es más que un limbo fúnebre:
¿…si la infancia es una tumba
donde solo crecen rosas negras,
que aquí,
en los subsuelos de la miseria
estamos solos en la gran Noche?
El poeta despoja rápidamente a la niñez de su calidad de refugio y le atribuye protagonismo al fuego, la miseria y la muerte. Todo vestigio de inocencia y languidez es ajado por una hoz de penitencia, y el clima elegíaco del poemario se torna más visceral y desolado. Valcourt se desprende de la tradición del romanticismo francés al estilo de Víctor Hugo o Arthur Rimbaud y su abordaje de la niñez perdida en un marco de desigualdades sociales. Importa más la crisis de identidad del yo poético que, en la fragua de la inmigración, ha sido fragmentado y desprovisto, como diría el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, de “anclajes narrativos”:
Pero de tanto marcharse
de tanto abandonarse en cada rincón
en cada recoveco del viaje
¿cómo es posible que quede aún algo de ti?
Esta sobra,
siempre dispuesta a marcharse de nuevo
porque ni a ti mismo te perteneces.
En suma, Valcourt se aboca a un cuestionamiento de carácter existencialista en torno del inmigrante y su cabida en una sociedad que tiende a la marginación. Un inmigrante despersonalizado, con la bandera rasgada en el pecho, que no termina de encajar en el mundo. El poeta recurre a las imágenes desvaídas y traumáticas de su niñez para buscar respuestas y tratar de sentir el calor de sus raíces. Pero, sobre todo, Valcourt se centra en el dolor, en los golpes de ser “hombre a destiempo” en tierra extraña y hostil; el fracaso permanente de una Patria que se desmorona (la metáfora es de Jacques Viau Renaud) “como una aislada brisa de yerba en los eriales”.
Cabe puntualizar que Jhak Valcourt se adscribe a una línea temática que es tendencia, sobre todo, en España. Se trata de poner en la palestra al inmigrante oprimido e invisibilizado. El joven nicaragüense William González Guevara, por ejemplo, en obras como Los nadies (2022) o Inmigrantes de segunda (2023), aborda el tema desde la perspectiva de un yo poético sensible a la explotación de una madre que, siendo extranjera y pobre, tiene que agotar largas jornadas de trabajo extenuante para cubrir los gastos básicos del hogar. Por otro lado, en Invocación a las mayorías silenciosas (2022), la poeta española Paloma Chen repara en los choques culturales, el rechazo y los insultos que han recibido y callado sus padres chinos, y cuestiona conceptos como sumisión y dignidad.
En última instancia, Cuando callan los ríos está orientado a explorar la psiquis de ese inmigrante desvalido y olvidado. Un inmigrante que lleva, además de cruces y sueños fatigados, una historia. Pareciera que, bajo el murmullo de esos ríos de memorias felices o trágicas, de ese niño perdido, subyace un hombre que el autor invita a descubrir y conocer. Un hombre al que le duele el destino de Haití. Después de todo, Jhak Valcourt, con este libro de poemas, incursiona con puño firme en un género que algunos ya han calificado de documental o nueva poesía social; que busca, entre otras cosas, servir de portavoz de quienes permanecen envueltos por los crespones del hambre y la desolación, la guerra y el olvido.