Santiago: Descontexto Editors. 2021. 67 páginas.
En su iluminadora nota preliminar, Carlos Almonte revela la vacilación ante la gestualidad espiritual como síntoma del lector actual. Esta inquietud permanente no solo se presenta en el desconocimiento de la historia religiosa y sus códigos simbólicos —signo de nuestra época secular—, sino también en el mismo acto de interpretación. El lector actual se encuentra detenido por la presencia material de lo sagrado, ya sea en la onda de agua, la veta de la roca o la línea de arena, en constante búsqueda de su manifestación discursiva: de lo dicho por sobre el decir. En Visiones de María Magdalena, Juan Carlos Villavicencio no solo trabaja con el gesto espiritual, sino también con el diálogo medial entre palabra, música e imagen. Desde esta conversación en voz baja, el autor chileno se apoya en la escritura como experiencia sinestésica, es decir, en el poema como un campo de fuerzas más allá, pero también detrás del lenguaje.
Este gesto espiritual descansa en la figura de María Magdalena en tanto fuente literaria a través de siete capítulos, como “Gólgota”, “Elí, Elí, Lama Sabaktani (Dos visiones de una traición ignorada)” y “Kyrie Eleison”, entre otros. En el título de estas estaciones, el cruce lingüístico entre el español, el hebreo, el griego y el latín propicia la apertura, traducción y encuentro de diferentes formas artísticas, lenguas y tiempos históricos en torno a la pasión de Cristo. En este poemario, el autor chileno no imita ni reproduce el relato bíblico, sino, más bien, avanza, sugiere y transforma este sustrato simbólico desde la economía verbal, la negociación medial y la sutileza expresiva. Estos mecanismos retóricos construyen la poética de Villavicencio, ya avizorada en Oscuros ríos (2018) con la paradoja temporal en la alegoría heraclitiana, y ampliada en Antígona en el espejo (2021) con la reversión radical de la tragedia ática. En otras palabras, estamos frente a verdaderos gestos experimentales, propios de la tradición modernista europea y norteamericana, contenidos en el collage imaginista de T.S. Eliot, autor traducido por Villavicencio, y la reescritura clásica de Rainer Maria Rilke, poeta citado en Visiones de María Magdalena, así como también extremados en la literatura contemporánea, como en W. G. Sebald y Anne Carson.
A nivel lingüístico, el autor chileno imagina la visión poética como una manifestación verbal que antecede al habla como instrumento de comunicación. A lo largo del poemario, el sujeto lírico se concentra en la articulación de la lectura y la gesticulación del lenguaje como actos de habla significativos por su carácter negativo, material y afectivo. En el poema IV, perteneciente al capítulo “Elí, Elí, Lama Sabaktani”, el hablante declara: “pero ahora no / nada hay / ni estas palabras / acaso meros artificios imposibles. / La traición o la cobardía han labrado con su invierno / cada letra musitada por su voz”. En vez de un mensaje o una palabra, el acto de lectura se detiene en la materialidad metafórica y sinestésica de la letra y del fonema, así como también en la ausencia, indefinición e imposibilidad del lenguaje como clausura, encarnado en clave subjuntiva: “acaso meros artificios imposibles”. Esta atención poética hacia la articulación descansa no solo en la dicción, ya sea desde la precisión del encabalgamiento, la variación métrica y la repetición de ecos textuales, sino también en el poder metafórico de la imagen. En el poema V, perteneciente a la estación antes citada, el hablante regresa a la figura de la hoja otoñal para activar sus efectos sonoros, lingüísticos y expresivos en el cuerpo muerto de Cristo: “Un gemido extenso reitera en el vacío / el crujido de un cuerpo / que se pudre en su abandono”. Como en el pasaje anterior, el hablante se preocupa por revelar el dolor como un evento incapaz de ser expresado desde un lenguaje articulado, discursivo y arbitrario, un evento material que es, desde allí, pura potencialidad y gesticulación: un “gemido extenso” que se “reitera en el vacío”.
A lo largo del poemario, este compromiso expresivo es ampliado por la imagen y la música, el sentido visual y el sentido acústico. Respecto al primer ámbito, cada sección reproduce acuarelas de Pere Salinas con motivo del título y tema de los poemas. Al igual que la escritura de Villavicencio y su trabajo sigiloso con el lenguaje, estas pinturas dibujan, insinúan y difuminan los símbolos cristianos y los íconos bíblicos de la pasión de Cristo a través del oficio, el medio y el material de la acuarela. En este sentido, el poema IX, perteneciente al capítulo “Liberación del Pecado”, pareciera reflexionar sobre la dimensión visual del libro como gesto poético, contrario a su clausura discursiva: “la confusa luz del ayer no ha de asomarse / hasta que decida hablar”. Por otro lado, más allá de la dicción sostenida de Villavicencio, la música se manifiesta en ausencia a través de citas paratextuales, indicadas en la sección “Notas: Referencias de cada poema”. Las piezas musicales, ya sean de Bruno Maderna, Gérard Grisey o Helmut Lachenmann, entre otros, se entretejen desde sus títulos y movimientos dentro de la textura poética del libro, capaces de sostener y transformar el sustrato bíblico. Junto con ello, estos signos paratextuales refieren no solo a las citas literarias integradas al poemario, como las de Rainer Maria Rilke y Paul Éluard, sino también aquellas que se encuentran ausentes de la publicación final, como las de Milan Kundera y Hans Christian Andersen. De este modo, el poema IX antes citado imagina esta música silenciosa como “un coro de otras visiones” que “acompaña la piedad asomada”.
En este libro, Juan Carlos Villavicencio recurre al gesto lingüístico, visual y acústico para trazar una poética atenta a la fuerza, autonomía y vitalidad del lenguaje. El compromiso ético frente a la lectura y la escritura en Visiones de María Magdalena se canaliza a través de la apertura del poema frente a sus múltiples direcciones, es decir, a su decurso retórico por el relato cristiano, la cita literaria, la imagen acuarelada y la composición musical. Desde este diálogo, el autor chileno se apoya no solo en la imaginación bíblica, sino también en una constante reflexión metapoética respecto a sus medios expresivos. Así, esta nueva publicación retorna al motivo místico y romántico del poema como visión, o, mejor dicho, del poema como visión de las visiones.
Diego Alegría
Universidad de Wisconsin-Madison