La escritora argentina Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974) es una de las voces literarias latinoamericanas más prominentes en la actualidad. Su novela Cadáver exquisito (Alfaguara, 2017), traducida a más de 30 idiomas y ganadora de importantes premios como el Clarín-Alfaguara de Novela (Argentina, 2017) y el Ladies of Horror Fiction (USA, 2021), es una de las más leídas y estudiadas tanto por el público general como por la crítica.
Su versión en inglés, publicada bajo el título Tender Is the Flesh (Scribner, 2020; trad. de Sarah Moses), fue finalista en la categoría “Terror” del Goodreads Choice Awards (2020), premio a los mejores libros del año de una de las comunidades de lectores en línea más influyentes del mundo, compartiendo terna con autores de la talla de Stephen King como la única obra escrita originalmente en español. Cuatro años después, la novela reafirma su vigencia al colocarse entre los 100 libros más leídos del mundo como parte del 2024 Goodreads Reading Challenge, ocupando el cuarto lugar en popularidad dentro del género.
Con su obra más reciente, Las indignas (Alfaguara, 2023), próxima a publicarse en inglés bajo el título The Unworthy: A Novel (Scribner, 2025; trad. de Sarah Moses) y ya camino a convertirse en un nuevo éxito editorial, conversamos con la autora en un café de Buenos Aires acerca de su visión en torno a la dimensión política de la literatura, el fenómeno actual de escritoras latinoamericanas y algunas claves de lectura inéditas sobre su libro más influyente.
Fernando Valcheff García: ¿Cuál es para vos el papel de la literatura en la construcción de una estética política? ¿De qué manera pensás que tu proceso creativo articula la dimensión individual con la colectiva?
Agustina Bazterrica: No sé si la literatura puede efectivamente cambiar cosas, pero sí creo que lo que ofrece muchas veces es nuevas miradas con respecto al mundo. Tampoco me interesa crear literatura partidaria, moralista. Sí me interesa, en todo caso, que el libro movilice, interpele, que la gente reflexione. Quizás mi libro lo que puede generar es una mirada diferente, una comprensión, una empatía con el otro.
Para mí no hay dimensión individual, porque por más que el acto en sí de escribir sea solitario, vos no estás nunca solo. Porque acarreás con vos todas las lecturas, todos los autores y autoras que llevás de manera consciente o inconsciente. Cuando escribo, leo, releo, estudio otros libros para poder pensar mi propia obra y en ese sentido es algo colectivo.
Mi proceso creativo implica una reescritura de todo aquello que leí y pensé, de las experiencias que viví y lo que sentí. Por eso vuelvo a mis textos, mis propias reflexiones y escribo sobre lo que me interpela, lo que me parece injusto, lo que me molesta del mundo. El buen arte, o el arte que me interesa a mí, es ese que me sigue generando preguntas o me incomoda y para mí eso es una postura política. La pasividad también es una elección. Y yo elijo todo el tiempo tratar de ir más allá, de sorprenderme, de seguir leyendo, de seguir aprendiendo. Y lo mismo me interesa hacer con la literatura.
F.V.G.: ¿Considerás a la escritura y la literatura como formas de militancia? ¿Cómo crees que podés afectar y ser afectada por ellas?
A.B.: Con Pamela Terlizzi Prina, que es amiga, poeta, escritora y feminista, hicimos el ciclo “Siga al conejo blanco” de 2015 a 2020 [que tuvo una edición especial en junio de 2024 convocada por la Biblioteca Nacional Argentina]. Están todos los videos en YouTube. Invitamos a un montón de escritores y escritoras conocidos y noveles a leer una vez por mes. Eso por un lado es la militancia de difundir a colegas y, por otro lado, a mí me enriqueció muchísimo, porque empecé a leer contemporáneos, conocí a escritores increíbles. Todo eso influye en la manera de escribir y de mirar el mundo. Porque al mirar a los contemporáneos uno tiene el pulso de la época, de lo que está pasando.
También las experiencias que tengo visitando escuelas. Hablar con adolescentes sobre la trata de personas, sobre la esclavitud moderna, sobre la empatía. Para mí lo que importa es el vínculo con las cosas, con la literatura, con los lectores. Nunca tuve esa posibilidad en el colegio, nunca hablé con un escritor o una escritora. Entonces que ellos me vean después de haber leído la obra, que me insulten por el final, que me puedan hacer preguntas, que me pidan que recomiende otros libros. Me parece que eso va construyendo, va iluminando la matriz muy cruel en la que vivimos.
Además está mi experiencia con los talleres. Liliana Diaz Minurry, que es mi maestra desde los 19 años, siempre fue muy generosa. Empecé en su taller y lo que ella me enseñó fue a leer con una mirada crítica, a empezar a entender las herramientas para construir un universo. Hoy dicto talleres, a veces con otros colegas y otras veces sola y enseñar me enriquece todo el tiempo.
F.V.G: ¿Cuál es tu relación con el movimiento feminista y cómo pensás que fue cambiando?
A.B.: El feminismo me interpela en toda la vida. Creo que uno está en permanente deconstrucción y construcción, con lo cual me considero feminista, pero considero que todo el tiempo estoy aprendiendo y repensando y volviendo a pensar. Es importante seguir leyendo y actualizándose. Hay injusticias y cuestiones que me parece que hay que trabajarlas muchísimo, hay que tratarlas de manera diaria para seguir ampliando los derechos.
En el fondo, todos somos víctimas y victimarios del patriarcado. Pero yo, como alguien con cierta sensibilidad, no puedo no hacer algo al respecto, desde donde sea. Entonces he leído sobre feminismo y sigo a feministas y trato de volcarlo [en mi escritura], pero nunca trato de bajar línea.
Es genial que se esté abriendo, pero todavía falta muchísimo. Porque todavía hay gente que sigue pensando que es una moda. Ya por eso solo hay que ser feminista. Te estás perdiendo de entender la mirada de la otra mitad del mundo.
F.V.G.: Últimamente, la crítica acude de manera recurrente a la metáfora de “la caída de la ciudad letrada” para describir el fenómeno editorial actual de publicación masiva de obra literaria de escritoras emergentes y consagradas. ¿Estás de acuerdo con esta apreciación? Si se está deconstruyendo la ciudad letrada, ¿qué es lo que se edifica en su lugar y cuál es el papel de las luchas feministas en los nuevos modos del pensar, el decir y el quehacer literario?
A.B.: Se habla de que los autores estaban en otro nivel en el que, por ejemplo, nunca hubieran ido a una escuela a dar una charla; o que el sustrato de esta idea de “lo letrado” estaba en una cuestión patriarcal y que ahora, de alguna manera, entran desde los márgenes otro tipo de escrituras, gente que decide mantener un contacto cercano con sus lectoras y lectores a través de las redes sociales en un nivel de relacionalidad mucho más horizontal. Me parece que todo surge de lo mismo, que es la empatía: con la otra “mujer”, le otre “disidencia”, el otro “animal no humano”, el otro “naturaleza”, el otro “víctima”. Entender que todos estamos atravesados por esta matriz que es el capitalismo, que nos enseña la crueldad, que nos enseña, sobre todo, a escindir el vínculo con el otro.
Lo que vos hacés impacta en el otro. Lo que uno dice, lo que uno piensa, impacta en la matriz. Entonces, para mí el feminismo tiene que ver también con esto de dejar de ver al otro/otra/otre como una amenaza, ir alimentando o cultivando vínculos. Tiene que ver con un intercambio de ideas, con sentarnos a hablar, estar en permanente construcción y deconstrucción, aprendiendo y repensando. El patriarcado excluye todo el tiempo. En cambio, el feminismo, el que a mí me interesa, incluye, dialoga y respeta, genera algo fluido.
F.V.G.: ¿Creés que el foco actual en literatura escrita por mujeres está contribuyendo a erradicar una lógica patriarcal de excepcionalidad, o que, inversamente, podría agudizarla mediante categorías como el “nuevo boom”? ¿Qué alternativas son posibles?
A.B.: Por un lado, me parece muy positivo todo lo que está ocurriendo con las escritoras mujeres latinoamericanas. El hecho de que se las esté premiando, se estén traduciendo, que estén teniendo una carrera internacional hace que se ponga el foco en el tema del género, que se lea más mujeres o se empiece a tomar conciencia de todo lo que no se lee, de bibliotecas vacías de mujeres, de los concursos en los cuales solo hay jurados hombres.
Entonces, creo que durante muchos años, espero que no siglos, va a ser importante seguir dándole visibilidad a las mujeres. En otro sentido, me gustaría que en algún momento no se hable más del género del que escribe, porque lo que pasa también en las mesas de las ferias es que te invitan para hablar de literatura femenina y a los hombres los invitan para hablar de temas. Quisiera que me inviten porque consideran que mi obra vale, no para llenar el cupo femenino. La realidad es que las mujeres escribimos desde hace siglos: contando historias de manera oral, con seudónimos, como Charlotte Brontë… En parte todas estas olas del feminismo están ayudando a que se tome conciencia de estas desigualdades y que la gente quiera empezar a leer a mujeres y disidencias.
Pero hablar del “nuevo boom” me parece desacertado. Eso fue un suceso literario, pero más económico: eran cuatro varones debajo del ala de la agente literaria Carmen Balcells. Las mujeres que escribimos cada una tiene su agente, cada una vende distinto y cada una llega por sus propios medios. Obviamente que Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez, que eran los representantes, ya son clásicos… O sea, es increíble lo que escribían. Pero ¿qué hubiera pasado si en ese grupo metían a Clarice Lispector, o a Elena Garro que, por sus obras, por su literatura, ahora son también clásicas?
F.V.G.: En relación con tu novela Cadáver exquisito (2017), me pareció observar una ambigüedad inquietante en la construcción de los personajes femeninos. ¿Qué buscaste mostrar con las sugestivas contradicciones que los atraviesan?
A.B.: No me interesa escribir sobre mujeres como víctimas únicamente, porque también hay victimarias. Me molesta mucho la idealización de la mujer. Esta imagen de mujer amorosa, rodeada de flores y perfecta. Está lleno de mujeres que son mala gente, que tienen todos los matices del ser humano y todas las complejidades. En la novela intenté mostrar eso trabajando con la lógica del capitalismo: me servís o no, me sos útil o no.
La doctora Valka es esta jefa Alfa admirable, pero que tomó mucho de los vicios de los varones. Spanel –que surgió de un retrato de Marcos López, un famoso fotógrafo argentino está más allá del bien y del mal. Es una abusadora de menores, porque ella tiene sexo con Marcos cuando él era menor, pero también es la primera mujer que se anima a abrir una carnicería de carne humana. Toma ese lugar del poder y de sobrevivir. Marisa es una sobreadaptada al mundo, que no sólo no cuestiona nada, sino que además lleva el paradigma al extremo. Y Jazmín representa a todas esas mujeres silenciadas, pero también representa y pone en cuestionamiento la frontera borrosa entre ser un animal y una persona. Ella siempre va a ser algo intermedio entre un producto, un humano y una mascota.
F.V.G.: Cadáver exquisito escenifica la compleja relación entre las palabras y el mundo. ¿Qué vínculo estableces en la novela entre el lenguaje, los silencios y lo que en entrevistas anteriores observaste como ese “círculo de violencia que nunca termina” del capitalismo?
A.B.: Cuando se quiere imponer un nuevo paradigma, que en este caso es comer carne humana, el lenguaje es fundamental, porque el lenguaje crea realidad.Para mí lo crucial en una obra es cuál va a ser el punto de vista. Lo que vos tenés que encontrar como escritor, y es una de las cosas más difíciles, es el narrador perfecto para contar esa historia. A mí se me ocurrió primero que el narrador fuera una cabeza que se escapa. Hubiese sido experimental, imposible de leer y no era lo que quería hacer. Entonces, me senté a escribir y surgió la voz de Marcos, o sea, el primer párrafo de la novela, o la primera página, está escrita como yo me senté a escribirla la primera vez. Prácticamente no hay modificación. “Media res” fue la primera palabra.
En las palabras no hay sinónimos, cada una tiene su matiz, su peso, su sonido. Me parece que la violencia está en el lenguaje tan seco, tan narrativo, tan visual. Porque si yo hubiese escrito la novela con un lenguaje más complejo, mucho más barroco o poético, no hubiese generado lo que genera: pesadilla, náuseas. Al ser tan fácil de leer, el lector se engaña. De repente, se va metiendo en esas imágenes que no le causan tanta gracia. En la novela hablo de olores, de texturas, del entorno, de los personajes. En cambio, cuando vos solo hablás desde un lugar medio abstracto es muy difícil involucrarse corporalmente con la historia.
Y además esta cosa del desapego a la hora de narrar, porque no es que yo estoy juzgando lo que hacen los personajes. El narrador está focalizado en Marcos, pero no lo juzga, nunca lo nombra, y ese es uno de los silencios que tiene la novela. ¿Y por qué no lo nombra? No sé si en las traducciones a los 31 idiomas respetaron eso, pero en la de inglés hicimos que lo respetaran porque hace a la textura del libro. Por ahí el lector conscientemente no tiene idea, pero en algún lugar presiente que el narrador no está nombrando a Marcos.
La cuestión de los eufemismos, todo el tema de la Transición y no explicar prácticamente cómo fue, lo hice adrede. Por ejemplo, el nombre del virus no se sabe. Yo digo que a partir de la GGB (para mí es la Gran Guerra Bacteriológica) apareció un virus. Lo que pasa con muchos lectores es que creen que el virus es real. Bueno, en la novela eso está cuestionado. Quizás la empiezan a leer y al no tener toda la información empiezan a naturalizar ese paradigma, ese mundo, y se ponen a pensar cómo serían ellos: si comerían, o si serían cabezas (meat).
F.V.G.: ¿Qué puntos en común y qué diferencias tiene Las indignas (2023), tu novela más reciente, con Cadáver exquisito? ¿Cómo ha sido la recepción de la obra hasta el momento?
A.B.: La recepción es espectacular. En Argentina se publicó la quinta edición, se está traduciendo a idiomas (por ahora firmé 10 contratos), se da en muchísimos clubs de lectura, la gente la recomienda. Estoy muy agradecida y feliz por lo que pasa. El punto en común con Cadáver exquisito es la pregunta ¿por qué creemos en lo que creemos?, ¿por qué naturalizamos ciertos paradigmas? Además, es una novela con violencia, y oscuridad, pero, a diferencia de Cadáver exquisito, el registro es poético entonces muchos lectores sienten placer al leerla. Me dicen que sufren, lloran, se emocionan, sienten miedo, pero también les parece bella la manera en la que está escrita. Y aunque las dos novelas pueden catalogarse como “distopías”, a mí me parece que hay que salirse de las clasificaciones y los corsés literarios. Lo que me interesa es que mi obra genere distintos diálogos, distintas preguntas, que se expanda.
Fernando Valcheff García
University of Michigan
Con apoyo de Tinker Foundation y U-M Center for Latin American and Caribbean Studies