There is a romantic innocence in this longing, yes, but also an experience of someone who has lost, and is unwilling to settle for anything, anything but Panama, wherever it might be.
Ilya Kaminsky
Ofrenda de cebolla
Not a red rose or a satin heart.
I give you an onion.
…
It promises light
like the careful undressing of love.
Carol Ann Duffy, “Valentine”
No me des la rosa
No me des el páramo, las calles.
No me des el tintineo del árbol,
No me des el agua y su cofre de cristales.
No me des las espinas de lo bello,
Dame la cebolla
Esas que se cultivan en Coclé o en otras partes
Donde su piel es blanca,
Nívea como un pecho de lobezno adolescente
Parda como el plumaje de una tierrerita
Desdoblada sobre la hoja inmóvil.
No me des del labio acuoso
Ni el bosque petrificado que llevas dentro
Como una copa de vino desmadrada
Los dones terrenales y celestiales
Que la creación te fue otorgando
Con las espigas demolidas,
Mejor el cráter nocturno
La cereza pálida
El venado derretido que alza los cuernos
En los festines de la cama
Olorosos como la canela llevada en el desierto
El sexo en el pico del ave
Que va goteando el semen táctil
O la enjundia del misticismo en la semilla.
Prefiero huir de tus reinos
Y dejar el servicio puesto,
Los utensilios, la comida fría
Esa es la comunión de tu cuerpo al pelarte
Al quitar la piel y ser poseso del cuchillo
Y descubrir tu carne en gajos curvilíneos
Que se abren despaciosos como un milagro
O un pacto de Dios en los corderos.
No me des nada,
Solo sembrad una cebolla aquí en mi tierra
Que el tallo vaya creciendo hasta alcanzar
La desmesura del cielo y el juicio de todos los confines.
Yo te dejo una rosa,
Te dejo los vientos, los mares, las residencias
Todo lo palpado, oído, gustado, visto y olfateado.
No me des los dones, no me des el cuerpo.
No me des las estaciones
Ni el abrigo ni el paraguas.
Arrebátame todos los vegetales del mundo
Pero no me dejes en orfandad
Sin la cebolla.
Enterradero del Ciprián
En este enterradero todos tenemos epitafio
Una oscura canción que nos persigue desde el pasado
hasta el presente
Como una guirnalda de pobres vegetales,
Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo
Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos,
Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto
amargo del agua
Se van navegando junto a mi sangre
Como se va escapando el invierno en su fragata.
¿A dónde se fue quedando el ropaje de nuestros
primeros abuelos
Y el disfraz de loca y pordiosera de mi abuela
Con su legajo estival después de pasar por los chamuscados
Telares del viento, si eso dicen que la locura entra por el aire
A su viento, donde todos hemos de ir con el primer
himno o la campanada
Terrena de esta suerte, de ser huérfano en la luz,
En la territorialidad y en el polvo?
¿A dónde está ella y el cruel abuelo
Que fue dispersando sus hijos por la tierra
(Vitervo, Bredio, Janeth)
Como las cuentas prófugas de un collar
Que halamos con la rabia del tiempo, con esa sacudida
De los animales que vuelven del espasmo
Cuando la noche se posa sobre nosotros
Como un gigantesco amaranto o como un pulpo
Que se ha sacado partituras con el orgasmo pétreo de su
tinta?
Oh, mis primeros muertos que el chubasco del invierno
Me trae en desordenadas imágenes
Donde se contemplan el bestiario de las musas
Si no he podido contemplar la levadura de sus huesos
¿Dónde está su tumba, abuela inmemorial de maíz y greda
Marcaria Espinoza la que se fue sin ataúd
Sólo con la mortaja de llanto de sus hijos ausentes
En su humildad y en su locura?
Nosotros abandonaremos estos cuerpos, habitaremos
estas burbujas
Que el invierno escupe.
Habrá tumbas desde el cielo a la fragata,
Nos hospedaremos en tu casa y seremos todos tan reales
y desconocidos.
Éste es tu enterradero de El Ciprián, donde todos
tendremos epitafio.
Marcaria Espinoza
Y en su vientre nos reunimos en un llanto compacto
Eugenio Montejo
A Mamá
Todos colocados en la misma escena.
En las esquinas los nietos
Y a los lados los hijos de ella (amortajada como una novia).
Yo estoy en el fondo de su pecho
Naciendo de su cuello como un tumor
O como una prismática vena.
Los poetas nacemos de los torrentes más extraños.
Dicen que el olvido presionará el disparador.
De esta nueva Lumix saldremos todos: la familia que
nunca fuimos.
La que se quebró como un espejo y donde se diseminó
Como un rio de larvas, la memoria.
Aquí cada uno muestra su mejor sonrisa
Y otros su disimulada alegría, ocultando la más notable
decadencia.
Unos tras de otros iremos faltando.
Aquí posamos con su único retrato, el que desconocemos.
¿Quién trazó los caminos de la loca?
¿Quién determinó los partos en el aire
Donde cuajaron los átomos de su maternal locura?
¿A dónde ese abuelo perverso que le arrancó
Los llantos, el hambre y la risa opacada de sus hijos?
Ella revolotea por los cielos de Las Minas
Como una cascocha en reposo,
Como un vapor de cristal en el arco del sonido.
En todas las aguas ella los busca sin hallar
Todas las teorías que fenecen en los ojos.
¿A dónde vivió? ¿A dónde fue? ¿A dónde estuvo?
Caminaba con un palo y terciaba
Las figuras moldeadas por el polvo,
Andaba con un traje limpio y con unas trenzas largas
Tejidas por la nervadura de la noche.
El humo nunca entró en sus ojos
Y se le oía cantar desde los lejos.
Abuela: voy moldeándote en cada paso por estas tierras
Con un cordel de furia
Donde no tengo nariz ni ojos ni manos en la opacidad
para palparte
Para ser como el arroz que crece como una mano de
pilón que sorbe gritos
Una enjundia de los terneros que tiritan
Acurrucos que danzan en el espacio hasta dominar el frio.
Si te he de imaginar entre las sombras
Portando la mortaja del alba en manicomio
Trazando una fábula por ese Matías Hernández en
donde te oigo llorar
Como una niña atiborrada de muñecas
Donde hay asfixia y musgo, o campanas sordas
atragantadas por el limo
Por una jofaina seca que se revienta en la pubertad del foso
Son estaciones inversas las que encuentro
En tu fervor de remolino.
Te da mucho miedo el enfermero negro.
No soy un conejo para estar comiendo tantas hojas.
Yo no he de estar aquí, he de estar en una casita de barro
Con la comida caliente y la infancia de mis hijos,
Pobres pero radiantes y mordiendo los tubérculos de la
tierra.
Mírenme aquí paciente psiquiátrica
Con expediente desaparecido.
¿Quién puede descifrar o imaginar el dolor
Que se postra en el cerebro de los locos?
Aquí estuvo y se sentaba a llorarlos en los resfriados
Y febricitancias del día.
Nunca imaginó la barba de sus hijos ni las primeras
menstruaciones de mi madre.
La queremos imaginar como era
Alta y bella como la esfinge
O como una diosa del Olimpo o una flor del Espíritu
Santo con pollera.
Se fue deslizando en un quejido agrario.
Al Ciprián fue a dar y no sabemos
El secreto de su tumba.
Posemos todos. Ella está aquí.
Tiene el vientre abultado, muy abultado.
Hemos regresado a ella.
Hemos vuelto a su vientre
Con un llanto compacto.
Hay una aldea hecha con los poemas de Ledo Ivo
Ledo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las
antologías con cara de loco.
Juna Carlos Mestre
Ya los cangrejos caminan sobre Ledo Ivo
Sobre las casas y los sueños
O los promontorios en la tierra de Maceió,
Ya se volvió mar bajo los barcos
Y desató sus palabras como gaviotas en el muelle
Silbando esta vez ese acorde funéreo para
las carnes de Hermengarda
Para esa ebriedad que traspasa las boquitas de los
murciélagos y las colillas de cigarro
En la caverna más oscura donde tintinean las almas
como oseznos,
Donde se mancha la oscuridad con esa iridiscencia de tus
constelaciones
Increpando la resurrección del gallo,
La leche estelar de las espuelas
Y el plumaje irredento corajeando entre los patios y
entre las casas marinas
Donde los niños se sientan en el lomo del caracol
Y las niñas fijan su belleza a las estrías teologales de las
conchas.
Esta es tu aldea donde un niño llamado Ledo empezó a
escribir sus poemas en la arena
En los pétalos de la caña y en los trapiches donde el
pueblo suda
El jugo inmemorial de la caña
El jugo equinoccial de la caña
El jugo demencial de la caña
El jugo sexual de la caña
Junto al aroma infinito del cacao, junto a las flores del
cacao, junto a las semillas del cacao,
Donde
Clareas esta vez sobre las piedras, sobre el testamento de
una negra bailando samba
Silba que te silba el vals funéreo
Para las carnes de Hermengarda
Y eres tú caminando mulatamente sobre las nucas
vacilantes de los cangrejos
Sobre una iracunda hoguera de agua, sobre los pilotes
azarados
Por la espuma reinante,
Abriéndose tu palabra como un lecho de hojas,
Como una almohada de árboles sobre esos sueños gualdos
Que van a la memoria del camino y terminan en los pies
De los infantes y se ponen a correr
Y rechinan como abejas o mariposas al cuidado de la
nieve profunda,
De la nieve inventada y del sol que ordeña los milagros
de las cabras
Donde hay brujas y mujeres explicando la redondez de
la tierra
Con rituales dibujados en las esferas monacales del coco
Y muchachas extrayéndose del corazón cardúmenes de
peces.
Ya los cangrejos caminan sobre Ledo Ivo en la tierra de
Maceió.
Allá en el Brasil hay una aldea
Donde aprendió a escribir poesía
Un niño antologado con cara de loco,
Separando las patrias de las lenguas,
Emigrante e inmigrante de la lengua portuguesa
Haciéndola tierra,
Haciéndola jugo de caña
Haciéndola cacao,
Haciéndola cangrejo sobre las playas de Maceió.
Allá en Brasil hay una aldea hecha de los poemas de
Ledo Ivo.
Dora Diamant
Sólo quien conoce a Dora sabe lo que es el amor
Robert Klosptock
Todo había sido postergado —desde esa huida y ese
largo peregrinar—
Hasta la prisión junto a su hija en la isla de Man, por ser
una “extranjera enemiga”
Y por hacer extrañas coaliciones con el fuego. También
se alió con el mar,
Alguna vez en un balneario conoció a un escritor.
Franz Kafka la había visto a través de otros ojos
Su miedo a sujetarse una y otra vez el bañador
—la playa—estaba llena
De lugareños y turistas y había quedado en esa búsqueda
De la frase legendaria o los últimos párrafos
Para acabar la obra,
Siempre lúgubre
Siempre insatisfecho,
Ante su máquina de escribir y ante los amores inconclusos
Que alguna vez poblaron las islas de Dios
En la deriva de las páginas.
Ciertamente la encontró en la “innoble tarea” al
descamar pescados,
“Unas manos tan tiernas para tan cruel oficio”
Y ambos rieron y partieron a caminar al atardecer.
Esta Dora Diamant contaba que había otro padre
Dentro del padre de Kafka
Que se asilaba tras su mesa de negociante
A escuchar de mala gana, la prosa de aquel hijo
Y aun así su crítica
Le hacía respirar ampliamente en los piélagos de la
mañana helada
Y aunque no hablara nada con su madre
Aún seguía esperando a los señores de negro
Alquilados para siempre en la rutina
De la cocina o el living
O en el aletear de los murciélagos en el desván.
Ya no queda un trabajo ni un jefe
Solo cuidar de la tos y las crisis, aquel el último amor de
Kafka
La actriz desde los escenarios de Moscú, en las salas de
Alemania;
Ahora en este invierno, desde el aguaviento de cualquier
lugar
Hasta esta tumba
En la United Sinagogue Cemetery de Marlowe Road, en
East Ham,
Cuando nos apoderamos de la calina
“Sólo quien conoce a Dora sabe lo que es el amor”
Lo escribió Robert Klopstock
Cuando nos asaltan las fiebres de Inglaterra
Fumando cigarrillos de contrabando;
Cuando nada queda eximido para apoderarse de los días
En que un cirio se apodera de las catedrales
Y todo se inflama como en la memoria de los cuervos,
Esos chirridos que corresponden al vecindario y la
belleza
De retener la palabra lejanía en un mantel
Puesto para el ofertorio de la tarde, así acabando
Con el silencio del silbato y la marmaja
Ahora que estoy aquí correspondiendo con una rosa
Al cuerpo, este último testimonio que se puede amar
Ante la negativa de los padres
Volviendo una y otra vez hasta el cementerio de Praga
Donde descansan los judíos muertos en la guerra,
De algún cansancio espectral, de una batida en el
holocausto
O de pulmones agotados por la tisis,
Esa expectoración cacofónica
Que persigue a Dora Diamant,
Gozando de cada día junto a él más que su obra
Y terminar en aquel acertijo de Kafka,
Cuando lo vio toser
Por última vez.