Sabiduría
De un bosque soy, de sus humedales.
Vivo temporadas lluviosas todo el año.
Mis días son sogas líquidas que se expanden
y nutren hojarascas con insectos desconocidos.
Voy con las hormigas a construir laberintos.
Colecciono hongos y raíces que se esparcen
en microcosmos repartidos en el arenal.
La lluvia ordena planicies en los pantanos.
El día es veloz y lento como un sol disperso.
Me rodea un albergue de troncos, un fantasma de agua.
Estoy en ruta a la estancia y camino por varaderos improvisados.
Un bote me espera en puertos momentáneos.
Me estremece una tempestad que no termina.
La gravedad deja caer nubes de gotas sobre mi cuerpo.
El agua no se detiene en su tormenta múltiple.
Aunque no tengo un paraguas extraño la garúa.
“El tiempo es asunto de la lluvia”, dice mi madre.
Viento de Santa Rosa
En agosto se espera un viento despojado de poder
sin excesos que levanten olas y desaten las canoas.
Aunque la televisión anuncia ventarrones nunca vistos,
no hay señales del paso de la santa limeña.
Por alguna razón las copas de las lupunas
son las primeras en escuchar su voz ronca y agitada.
Los vientos en el trópico hablan con los moradores
y evocan relatos de ribereños residentes en casas flotantes.
Muchos han visto volar los techos de las casas de cartón
y resisten olas para evitar hundir sus balsas de topa.
La patrona de la policía nacional pasa sin dejar rastros.
¿Dónde está su rugido que tanto esperamos y tememos?
Hace años la escuchamos tumbar ramas, arrasar techos de plástico.
A fines de agosto se espera que ella cruce la ciudad en calma.
Es probable que la leyenda de la Santa de Lima
prolongue los misterios de un posible huracán.