Nota del editor: Dubravka Ugrešić, ganadora del Premio Neustadt 2016, falleció el 17 de marzo de 2023. Es un honor para nosotros compartir este dossier de las páginas de World Literature Today en su memoria. Este texto fue publicado originalmente en WLT Vol. 91, Nro. 1, enero 2017.
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“Confinadas por largo tiempo en sus departamentos, en la consulta del doctor o en camas de hospital, las madres de Ugrešić parecen incapaces de hacer frente al cambiante mundo exterior y a su propio declive físico y mental”
Mi formación como académica de literatura y cultura rusa tiñe mis lecturas de la obra de Dubravka Ugrešić. Aunque intente frenarme en la búsqueda de comparaciones con la novela rusa y soviética, trabajos de crítica literaria e incluso la Historia, estos lentes familiares se inmiscuyen cada vez que comienzo a pensar o hablar sobre el trabajo de ficción de Ugrešić. No puedo hablar sobre Steffie Cvek in the Jaws of Life1 sin hacerlo sobre el formalismo ruso, o considerar The Museum of Unconditional Surrender y The Ministry of Pai sin pensar en la literatura de la emigración y el exilio ruso, incluyendo específicamente el trabajo de Nabokov y Brodski. Afortunadamente, en el caso Ugrešić, estas asociaciones son menos artificiales de lo que serían en el caso de muchos otros autores de Europa del Este. Ugrešić se formó como especialista en literatura rusa y regularmente hace referencia a la literatura rusa de los siglos XIX y XX en sus novelas y relatos. Su cuento “Hot Dog in a Warm Bun” recrea elementos del clásico cuento de Nikolai Gogol “The Nose”, a través de la exploración y la ruptura del marco crítico que suele utilizarse para analizar esta obra. Su “The Kreutzer Sonata” responde al trabajo de Tolstoi. La trama de “The Kharms Case” se centra en los esfuerzos desesperados de un traductor por conseguir que se publique la traducción de un volumen del modernista ruso. La novela de Ugrešić Baba Yaga Laid an Egg adapta algunos motivos de relatos y mitos populares rusos y eslavo-orientales y toma prestado el título de una cita de Aleksei Remizov. Estos son sólo algunos de los ejemplos más obvios de referencias a la literatura rusa en la obra de Ugrešić; sus novelas, cuentos y ensayos también incluyen alusiones menos evidentes a la tradición literaria rusa.
Con esto en mente, me gustaría hablar sobre un motivo que aparece en varias de las obras de Ugrešić: el problema entre madre e hija y, de manera más general, la relación entre progenitores e hijas. Las novelas de largo aliento de Ugrešić, The Museum of Unconditional Surrender, The Ministry of Pain, y Baba Yaga Laid an Egg, incluyen personajes principales femeninos (y narradoras en primera persona) que tienen madres que envejecen y que pasan largas secciones del texto recordando los hogares y las pertenencias de sus madres, visitándolas e intentando, con más o menos éxito, lidiar con sus necesidades físicas y emocionales.
En todas estas instancias, las relaciones madre/hija y progenitores/hijas se leen en parte como comentarios sobre el tiempo y el cambio social, la memoria y el olvido. Los progenitores se asocian con el pasado. Viven en Zagreb, en oposición a los nuevos espacios de migración en Europa occidental que las heroínas de Ugrešić suelen habitar. Ellos ordenan y reacomodan las fotos familiares y otras cosas memorables, reduciendo, escondiendo o quizás alterando piezas que parecen estar en desacuerdo con el viento de los cambios políticos. Se aferran a símbolos de cosas muertas –fotos de Tito, fotos de los hijos con sus exparejas, galletas para el té con fechas de expiración que preceden el colapso de Yugoslavia– como si mediante esos actos pudieran de alguna manera contrarrestar el cambio y evitar la muerte. Ellos recuerdan y olvidan. La madre en el capítulo inicial de Baba Yaga Laid an Egg sufre de afasia, producto de su avanzada edad, y de un cáncer de mama con metástasis. Su mente, como una ciudad postsocialista en la que todo ha sido de pronto renombrado, parece desprovista de puntos de referencia y es incapaz de conectar con exactitud sus pensamientos y palabras. Aun así, tiene tal conexión nostálgica con su pasado personal que su hija viaja a Bulgaria para ver y fotografiar los lugares en los que su madre creció, haciendo de bedel, o representante pagada.
Confinadas por largo tiempo en sus departamentos, en la consulta del doctor o en camas de hospital, las madres de Ugrešić parecen incapaces de hacer frente al cambiante mundo exterior y a su propio declive físico y mental. Se refugian en las telenovelas en español o en sus recuerdos personales, escondiéndose del desorden que las rodea y de sus propias necesidades emocionales no satisfechas. Usan pelucas, como armaduras, cuando tienen que salir y se preocupan de que la lluvia pueda alcanzarlas mientras están al aire libre. Desde el momento en que sus hijos llegan a visitarlas temen la inevitable partida, y tratan, en la medida de sus capacidades, de protegerse, sumergidas en los chismes del edificio y en las vidas de los vecinos. Sufren un hambre emocional que ninguna clase de atención de parte de sus hijos adultos o cualquier persona podría realmente saciar.
“LAS NOVELAS DE UGREŠIĆ CAPTURAN BELLAMENTE LA DISLOCACIÓN Y LA ANSIEDAD QUE LOS PADRES Y LOS NIÑOS A LO LARGO DE EUROPA DEL ESTE Y DE LA ANTERIOR UNIÓN SOVIÉTICA EXPERIMENTARON TRAS DEL COLAPSO DEL COMUNISMO”
Para un experto o experta en literatura rusa, la noción de que un novelista debe valerse de relaciones tensas e intercambios comunicativos insatisfactorios entre un niño y un padre como medio para plasmar el cambio social trae a la mente asociaciones inmediatas; la más importante, por supuesto, la gran novela de Turgenev Padres y niños, conocida en inglés bajo traducción errónea del título Fathers and Sons (Padres e hijos). De hecho, en las secuencias de sus novelas que se centran en las relaciones madre/hija, Ugrešić se apoya en el mismo tropo de la inversión generacional que destaca en las descripciones de Turgenev. La narradora de The Ministry of Pain, Tania Lucic vuelve a su casa en Zagreb y encuentra a su madre “más pequeña y frágil” de lo que recordaba, y nota cómo de inmediato “se arrojó a mis brazos como una niña”. Después la observa mientras desmenuza el pan “como lo hacen los niños”. Cuando Tania va a visitar a los padres de su expareja, encuentra al padre dependiente de un catéter, balbuceando palabras y haciendo tentativas de sonrisa que lo hacen parecer “un niño abandonado que hace todo lo posible para sobreponerse al desprecio”. Los padres, en The Ministry of Pain, miran a sus niños con anhelo y necesidad, como una fuente de potencial apoyo emocional y/o físico. “Tanjica vino y se hizo cargo, gracias a Dios. Gracias de todas formas, pero Tanjica se ocupará de eso”, se imagina a su madre diciendo la narradora de The Ministry of Pain.
Sin embargo, las narradoras de Ugrešić difieren de los jóvenes de Turgenev en un aspecto clave. A pesar de que sus narradoras puedan ver a sus padres envejecidos desde una distancia casi maternal, mirarlos y tratarlos como niños, poco tienen de la seguridad y arrogancia de Bazárov y Arkadi en el comienzo de Fathers and Children de Turgerev. Ellas no son las proselitistas entusiastas de una nueva norma científica y cultural. Por el contrario, a menudo también parecen perdidas en el nuevo mundo que las rodea. Están confundidas cuando caminan por las calles de ciudades postsocialistas que les eran familiares. Los nombres de las calles y los puntos de referencia han cambiado; no tienen forma de orientarse en este nuevo paisaje. Para ellas, volver a estas tierras conocidas es como “asistir a su propio funeral” (The Ministry of Pain). Tanto en The Ministry of Pain como en Baba Yaga Laid an Egg, las narradoras de Ugrešić se dan cuenta de que los departamentos de sus madres guardan pocas señales de ellas. Se quedan en la habitación de invitados, desprovistas de sus pertenencias. Sus madres, por mucho que las extrañen en sus ausencias, han creado espacios y vidas para ellas mismas que dejan poco lugar para una hija adulta, así como los círculos profesionales y los grupos de amistad de los que solían formar parte han seguido adelante en gran medida sin ellas. En el avión, mientras deja Zagrev tras su visita, la narradora de The Ministry of Pain se siente a la vez traumatizada y aliviada. “El trauma del refugiado, el equivalente a la inesperada desaparición de la madre del campo de visión de la niña”, nota, “se ha asomado a la superficie donde menos lo esperaba: ‘en casa’. Haber lidiado con el hecho de perderme en un área que conocía como la palma de mi mano me llenó de horror”.
En esta breve cita, Tania se vuelve de nuevo una niña, asumiendo el rol de la huérfana abandonada en el que anteriormente se había imaginado al padre de su expareja. La madre aquí, por supuesto, es la nación que ella recuerda de su niñez, que se ha desintegrado y que, por lo tanto, la ha abandonado. El dolor del refugiado, como el del huérfano, muta en confusión y resentimiento. Atrapada en un ciclo de pérdidas, la narradora de The Ministry of Pain es incapaz de percibir que las guerras yugoslavas –que representan una gran línea divisoria en su propia historia personal, pues dividen el tiempo en un antes y un después– residen en el pasado y que, en su anterior hogar, la vida continúa.
En Europa occidental, también, las narradoras de Ugrešić suelen moverse por el espacio inquieta y torpemente, luchando por hacerse un espacio propio. En una secuencia clave de The Museum of Unconditional Surrender, la narradora se ve a sí misma moviéndose en la dirección equivocada después de un encuentro azaroso con un gitano anciano, quien, como ella, es un refugiado del Este. Para evitar revelar su desorientación, se mete en la fila para usar una cabina telefónica e inventa una excusa para hacer una llamada. El nuevo ambiente la agota y aliena: la única frase que sabe en alemán al inicio del libro se traduce como “estoy cansada”. Las narradoras de Ugrešić en The Museum of Unconditional Surrender y The Ministry of Pain se mueven sin tregua entre su lengua madre y la lengua extranjera que están adquiriendo lentamente. Luchan por encontrar la forma de “mirar hacia el futuro”. Incluso hacia el final de The Ministry of Pain, cuando la narradora de Ugrešić parece haber encontrado un lugar transitorio modesto –si no humilde– para ella en Amsterdam con un trabajo como niñera y un exestudiante de conviviente, se retira con frecuencia hacia la orilla del mar, cuando “la angustia gana la partida”, a gritar maldiciones en su lengua nativa. El “extracto puro de nada que recordar y nada que olvidar” que encuentra en los momentos de paz se dispersa con demasiada facilidad.
En The Ministry of Pain de Ugrešić no es la narradora quien está conectada con el mundo de la medicina y la experimentación, que estaba tan asociado con el joven nihilista Bazarov de Turgenev, sino la madre de la narradora. La madre no se cansa de testear sus niveles de azúcar en la sangre, graficando el nivel en una agenda con supersticioso entusiasmo y, en cuanto su hija se prepara para partir, le toma la presión sanguínea, un ineficaz e innecesario gesto que, se nos dice, reemplaza el más común “abrazo y beso de despedida”. Aquí la ciencia no es una nueva forma de mirar el mundo que promete progreso, sino sólo un mecanismo de confort y un accesorio; una forma de estar artificialmente ocupada y de mantener las emociones desagradables a raya. “El monitor de presión”, escribe Ugrešić, “Era un sustituto visible de algo invisible, un cordón umbilical sangriento, fresco y brillante como una cuerda de metal”. Esta imagen ata a nuestra narradora al mundo del pasado y a su madre –por mucho que parezca alienada y separada de ellos– a un nivel primario, aterrador. ¿Cuán fresco es el cordón, realmente, si es lo que une a una mujer adulta y a su madre? ¿Nutre o aprisiona? ¿Qué dice acerca de las dificultades que implican tanto escapar del pasado como proyectarse hacia el futuro o, en algún sentido, del seductor placer de la nostalgia?
Las novelas de Ugrešić capturan bellamente la dislocación y la ansiedad que los padres y los niños a lo largo de Europa del Este y de la anterior Unión Soviética experimentaron tras del colapso del comunismo. Sus novelas pueden insinuar el surgimiento eventual en Europa del Este de “una tribu nueva, completamente diferente” que está plenamente incorporada a la realidad postsocialista y de jóvenes que “realmente están ‘mirando hacia el futuro’ y ya no ‘comprenderán el pasado’ o al menos no de la misma manera”, pero lo que relatan con mayor inmediatez es la pérdida y el desplazamiento, los tipos de sufrimiento que alimentan la nostalgia y hacen que una ruptura definitiva con el pasado sea tan desafiante (The Ministry of Pain).