“Belli es un autor desconcertante: desafía a los lectores de poesía de derecha o izquierda, que quisieran inscribirlo en una ideología espiritualista o burdamente materialista”
Todo lo que ha escrito Carlos Germán Belli –poeta peruano de 56 años– se resume en unos cuantos títulos de obras, que casi siempre son antologías personales o refundiciones unas de otras: Poemas (1958); Dentro & fuera (1960); ¡Oh Hada Cibernética! (1961); El pie sobre el cuello (1964); Sextinas y otros poemas (1970); ¡Oh Hada Cibernética! (Monte Ávila Editores, Caracas, 1971, antología de todos los volúmenes anteriores); y En alabanza del bolo alimenticio (México, Premia, 1979). Sextinas y otros poemas se publicó en Chile gracias a Pedro Lastra, quien hace quince años dirigía la colección Letras de América en la Editorial Universitaria. Hace un decenio que Chile nada sabe de esas Letras, recluido en la inopia editorial, en la censura y en la carestía del libro. Todavía quedan ejemplares de esas Sextinas en oferta; aún podría algún librero importar ejemplares del último libro editado en México. Y una novedad: Elitropia Edizioni –Colección “In forma di Parole”– publicó en 1983 una espléndida antología bilingüe: O fata cibernética.
No sé qué lugar ocupa actualmente Belli en su país. En un tiempo me pareció que sus compatriotas escritores y críticos lo apreciaban a medias. Una encuesta que hizo entre ellos la revista Hueso Húmero, hace dos o tres años, no le asignó un buen lugar en el parnaso peruano. Fue, así lo espero, un error casual de los encuestados. Pues, desde hace veinte años, hay dentro y fuera del Perú quienes aprecian a Belli, a pesar, o por “la desmedrada imagen humana que prevalece en esta poesía, imagen trazada, en el marco de los cultismos, con bastas palabras de la jerga popular”. Así escribió Sebastián Salazar Bondy, autor de Lima la horrible, en 1964.
El lector ingenuo identifica siempre al sujeto que habla en los poemas –el personaje de los mismos– con el individuo de carne y hueso que los escribe, y no deja de ser difícil en ciertos casos (Belli sería uno de ellos para el lector diestro en hacer la diferencia). Ello equivale a analizar bien los textos y a fundarse en una idea que, a su vez, distingue la poesía de cualesquiera otras formas de comunicación. Sugiero que la crítica debiera cuidarse de varias cosas respecto a la poesía belliana. De considerarla personal, en vista de su singularidad, casi excentricidad; y de malentender, por otra parte, su fe en la forma, “no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla”, así lo dice el poeta en el prólogo a la antología personal Asir la forma que se va.
“BELLI INVENTA ESA JERGA TRADICIONAL MEZCLANDO CASTICISMO ANTAÑONES Y PERUANISMOS, CIÑÉNDOSE A LA MÉTRICA, A LA MITOLOGÍA Y LOS EMBLEMAS DEL MANIERISMO”
No resulta difícil el error de referir a una suerte de formalismo, el rigor con que acude Belli a la métrica, a los géneros de la poesía medieval, manierista y barroca. También los tópicos de Belli provienen, a veces negativamente, de esas épocas (donde despierta el alma adormida de Fray Luis de León para elevarse a lo trascendente, brilla “una mínima luz del firmamento” para el personaje de Belli “y en paz quedo conmigo y con el mundo / por mirar ese lustre inalcanzable / aunque sea en la cara de mis hijas”). Las referencias mitológicas, el léxico –muletillas del español del XVI y el XVII, dice Salazar Bondy– y la sintaxis son, como se verá, manieristas, desafían a los que buscan hoy lo que encontraron ayer en Belli: un referente histórico, en la relación dominantes/dominados, asumida desde estos últimos. Tomo al azar un ejemplo de complicación formal a nivel sintáctico. Una de las largas estrofas que escribe Belli, que se inscribe en el marco de una oración única:
Que muy pronto mañana, y no más ya,
volar suelto por el etéreo claustro,
y al ras del agua y del voraz fuego,
bajo el gran albedrío deleitoso
de las cien mil partículas ocultas,
y deste bulto al fin sin nudo alguno,
liberado de litros,
metros y kilos viles,
que tras de tales cosas sólo hay, como
aferrado a las entrañas hondas,
atroz infierno o insondable abismo*.
Puede que esta estrofa esté mal elegida –hay otras mucho más abstrusas sintácticamente–, pero sirve para advertir que también es un camino errado interpretar el texto en conformidad a lo que dice expresamente en él el hablante; pues en tal caso se pensaría en una poesía idealizante, en la onda platónica y cristiana. Los ideólogos de la opresión, que tanto se esmera Belli en configurar verbalmente, saben aprovechar muy bien el mito rudimentario de los valores eternos del espíritu y el valor de la otra vida, cuando se trata, por ejemplo, de justificar la pena de muerte. Escribo en Chile.
Belli es un autor desconcertante: desafía a los lectores de poesía de derecha o izquierda, que quisieran inscribirlo en una ideología espiritualista o burdamente materialista. Su política de la poesía –“asir la forma que se va”– y no una forma vacía, presupone la precariedad corporal o material de esa tabla de salvación. Yo diría que sus constantes menciones del más allá, antes que garantía de existencia de un polo celestial, ese lustre inalcanzable, “donde empieza la gordura” y sus prendas, sólo apunta a una ilusión que se cumple en “las mientes”, a un polo utópico, al deseo sin objeto del que habla Lacan. El acá o el más acá, por oposición al cielo –“el etéreo claustro”– es lo que acota, insistentemente, el poeta. Un lugar constituido como el negativo del locus amoenus, el lugar ameno, tópico paradisíaco del Siglo de Oro; el suyo es el lugar horrible, desde donde todas las aspiraciones a la plenitud y, en especial, a la amorosa, se frustran; como a sí mismo –La boda de la pluma y de la letra–, el encuentro de “la elegante letra codiciada” y “la pluma negra”, “antípodas ambas / en el horizonte del mundo terreno”.
El lugar horrible es el “bofedal” de Sextina El Bofedal: “… doloroso sitio / en donde caen a granel los bofes”. “Aquí el bofedal, sitio de los bofes, / donde la vida ya no es tal, no es día, / mas tiempo adelantado de la muerte”. Lo trascendente no es más, pues, que el camino de lo imposible en que “ni retrocede ni tampoco avanza” el “balbuciente motor sin remedio”.
Algunos de los primeros poemas de Belli se dolían de la orfandad y la opresión, como lo habría hecho una poesía de inequívoco mensaje social, aún la poesía política. Cual “un pobre amanuense del Perú”, el personaje de sus versos se veía atrapado en “el cepo de Lima”, víctima de “El Fisco” y otros opresores reconocibles. No ha abandonado el tema: léase “Usted bocaza” o “la faz ad hoc” de En alabanza…, poema éste que calza con el motivo histórico-social de la discriminación racial, pero es hasta en la teología y, creo, en el lenguaje mismo de su poesía, donde Belli hace decir y padecer al hablante su insuficiencia y el “atroz infierno o insondable abismo”, “cual escarmiento por vivir soñando”.
¿Cómo es posible, entonces, rescatar a Belli para la tradición realista que “ocupa buena parte de la poesía peruana”? Son palabras de Julio Ortega: “Su obra invalida las escisiones de una poesía realista y otra imaginaria”; “inventa una suerte de jerga tradicional, de cultismo irónico y barroco, para capturar e imaginar la realidad”. Belli inventa esa jerga tradicional mezclando casticismo antañones y peruanismos, ciñéndose a la métrica, a la mitología y los emblemas del manierismo al que se asimilan –en la anacronía– el campo de fútbol, “la antibiótica tableta” o los bocinazos de un camión “llamado ¡Viva los cielos!”. Esa jerga resulta de la imitación diferencial de los modelos canónicos y da cuenta del opresor en la voz del oprimido que la habla y del “triunfo” del oprimido que la inventa, para encontrar su identidad.
La idea de imitación diferencial es de Claude Gilbert Dubois y se explica como “remedo” o “hiperbolización de la manera magistral en un sentido inesperado”. El manierismo estructural –no histórico–, el que se repite en cualquier época, es la respuesta a una “debilidad engendrada por los regímenes fuertes y una desenfrenada búsqueda de identidad”. El régimen de la lengua de los conquistadores, es ya, siempre que se lo invente en un sentido inesperado, una historia de todas las opresiones padecidas por el hombre hispanoamericano, registra su lamentable tránsito por la historia, desde la conquista hasta el caudillismo y las dictaduras militares. El haber dado sentido a la manera de escribir, tanto o más que a lo que se escribe; el haber empleado formas que tienen sentido; el haberse encontrado con la realidad en la exploración del lenguaje y en su invención, hace de Belli un “realista” que practica –así lo dice el mismo José María Eguren, gran poeta simbolista peruano– el abstencionismo de la realidad cotidiana, “una suerte de cabal misticismo estético, por el que logra salvarse del reclutamiento social, desligándose de la materialidad de los días, y haciendo que el arte sea carne de su propia carne”.
La poesía política latinoamericana ha sido, las más de las veces, retórica y exitista y también irrealista, en tanto los porfiados hechos siempre le quitan la razón. Ha sido panfletaria y demasiado circunstancial. Ha empleado un lenguaje transparente, previsible, de fácil codificación. En el Perú César Vallejo escribió, desde la derrota y la agonía, a favor de los republicanos, sus inolvidables y “oscuros” poemas humanos. Ahora Belli, inventando la jerga tradicional del pobre amanuense del Perú, atildada pero de una elegancia que sabe ser fallida; cultista pero popular; casi impenetrable pero llena de sentido, Belli tiene una de las palabras claves, y no sólo en poesía, de esto en lo que estamos: en la perpetuación de nuestros errores. En el Bofedal.
Este ensayo fue publicado en El circo en llamas (LOM Editores, 1997), páginas 170-173, con primera publicación en Cauce, año 1, número 11, del 24 de abril al 7 de mayo de 1984.