Cielos
Mucho antes que la tierra,
perdimos el cielo
de los trópicos natales.
Su luz incesante
sin escarchas invernales,
las nubes sin hielo
ni oscuridades. Y el azul
protector sobre mangos,
bucares y cañaverales.
También perdimos del trópico
las noches más cordiales,
las brisas del páramo
y la sal de los mares;
las estrellas del camino,
que aprendieron nuestros
nombres y vocales,
los sonidos conocidos
de grillos y jaguares.
Cuando cierres la puerta
y ajustes ventanales,
y tomes los caminos
para nada familiares,
mira el cielo que pierdes,
allí quedan tus señales,
los rasgos y los sueños
que fueron iniciales.
Más allá están las nieves
y crueles vendavales.
Pérdida del reino
Y el pesar de no ser…
¿A dónde irá a dar la piel
de estos valles musicales,
con sus aromas,
a guayaba y miel?
Estos remansos y canales
para los días de sed,
¿frente a qué mares
o lagos y corrientes,
terminarán después?
Las colinas doradas
de estos senos,
recorridos a ciegas
en claras madrugadas,
¿bajo qué cielo
van a despertar mañana?
Ultima mirada
para este reino
de turgentes carnes,
y lisura de manzanas
que estaba para mí.
Vuelta de las cruzadas
Regreso,
después de muchos
años de cruzado,
al país natal.
La guerra aquí
no ha terminado.
Los tucanes de largos
picos han sido
enterrados,
y los azulejos
duermen a su lado.
Los cazadores
de rojos brazos,
bajan de los cerros
con armas y caballos.
Sus rostros son crueles
y sus gestos despiadados
En lo más alto del árbol,
sentimos al arrendajo
cuando, en su canto,
nos dice:
“La guerra
no ha terminado,
todavía falta tiempo
para que el reino
sea liberado”.
Mesas
Hemos aprendido
a comer
en mesas vacías.
Las sillas sobran
en nuestras casas.
Ya nadie se sienta
a compartir el aroma
de los hervidos,
ni los humos
de nuestras brasas.
Primero fueron
las apresuradas maletas
de los hijos. Después,
con sus libros bajo el brazo,
le tocó a los amigos,
por todo el mundo
pidiendo asilo.
Nuestras mesas
han perdido el equilibrio,
dos en una punta,
cuatro en el vacío.
Mesa de trabajo
En las horas más pequeñas,
antes de que los gallos
se pierdan en el cielo,
escribo entre tus piernas,
donde quedaron
mis plumas y libros en el suelo.
Es mi mesa de trabajo,
aquí escribo con mis dedos
los cuentos y poemas
en las hojas de tu cuerpo.
En una casa lejana han quedado
todos mis libros y papeles,
las ediciones de Catulo y Horacio
y el teatro entero de Shakespeare.
Lejos de mis cuadernos, solo
me queda el papel de tus pieles,
en estas horas tan pequeñas,
cuando son ciegas las paredes.