A Ivar y Astrid
Hay una casa de madera
en la llanura de Oklahoma.
Cada noche la casa se vuelve
una isla del mar Báltico,
piedra caída del cielo de la fábula.
Pulida por las miradas de Astrid,
encendida por la voz de Ivar,
la piedra gris lentamente en la sombra:
es un girasol y arde.
Un gato,
que viene de Saturno,
atraviesa la pared y desaparece
entre las páginas de un libro.
La hierba se ha vuelto noche,
la noche se ha vuelto arena,
la arena se ha vuelto agua.
Entonces
Ivar y Astrid levantan arquitecturas
—cubos de ecos, formas sin peso—
que a veces se llaman poemas,
otras dibujos, otras conversaciones
con amigos de Málaga, México
y otros planetas.
Esas formas
caminan y no tienen pies,
miran y no tienen ojos,
hablan y no tienen boca.
El girasol
gira y no se mueve,
la isla
se enciende y se apaga,
la piedra
florece,
la noche se cierra,
el cielo se abre.
El alba
moja los párpados de llano.
Publicado por primera vez en: World Literature Today, Vol. 57, Nro. 3, Varia Issue (verano 1983), p. 386.