El lugar de las precariedades
Sobre el escritorio
reposa la fotografía de mi útero descolgado,
amasijo que tan poco dice
de la tenencia y de sus fibras.
He procurado permanecer cada tarde frente a la imagen,
convencerme de que ese bocado sacrificial
estuvo alguna vez atenazado en mi vientre.
Que su superficie lisa y brillante
se escurrió de mí en apenas un par de horas de quirófano.
Que en adelante será mansedumbre.
Aún siento mordimientos en el abdomen,
cansancio al retroceder.
Es difícil arremeter contra ciertos desenlaces:
las heridas no son diques,
no acunan,
no revierten.
Quizá reproduzca la imagen en una postal barnizada
y la obsequie a los amigos.
En su dorso escribiré:
«cuerpo uterino piriforme de 7 x 6 centímetros,
en el cual se diagnosticó fibromatosis,
adenomiosis y endometrio proliferativo,
extraído de Jacqueline Goldberg
el martes 21 de febrero del año 2006».
Que se vea.
Se admire.
Se abomine.
Me importa su cumplimiento de rastrojo.
Se trata de un retrato primordial,
procedencia sin fin.
Mis viejas fauces.
Estado de exilio
Hay una retahíla de verbos emancipados, sin cielo.
Todo es mío. Lo pestilente y lo liviano.
Todo lo amasé, lo mordí, lo acuné.
Son mías las imprecisiones,
el barro que no amaina,
los hilos de sangre que cuajan el hogar.
Mío lo que despoja,
savia de una tarde avara,
huesos desmoronados en el útero.
Las minucias me las llevo al asco, al exilio de mí.
Las pérdidas no me arrancarán el mal,
no me harán dadivosa ni puntual.
Si me voy cargo con todo,
armo el miedo en otro puerto,
me ensucio para nuevas esperanzas.
El moribundo nos convoca
el moribundo nos convoca
para recapitular su vida
forzado como está
a respirarse a sí mismo hasta el fin
su confesión es de segunda mano
carece de voluntad
para ocultar ciertas lealtades
en la vastedad del adiós
la verdad es siempre un escándalo