Las muchas muertes de Inocencio Rodríguez
Una pelea a golpes de papel sobre el piso, su hola
tan antiguo como dinosaurios. Mieladas
brillantes como creyones.
Sus donaciones al sol,
el trabajo agotador de inmigrantes. Armas
humanas. Décadas de floral en las paredes.
Lavanda & homicida, polvo. Cada uno
bajo protección de testigo como la osadía de Isabel.
Donde su espíritu se muda,
ella lleva un cuchillo de fruta en su liguero. Fuma marihuana
en las Tierras Baldías. Pero aquí con la hostilidad
de un diente de león, ella roba lana de su forma
mientras él telaraña un fetiche dentro de sí bajo un chorro
de agua fría. Su delantal
agobiado por niños
& migraña. Los sabores de mezcal de néctar &
golpes de calor, la leche cortada, un brumoso observador.
Tiempo medido por la longitud de los colmillos, sus cuerpos
nómadas entre sí, llenan tarros
con la noche para
engañar a las cronologías, pero la noche
no puede engañar, excepto a las polillas, blasfemia,
& estos huérfanos americanos impíos.
Ámbito
Si un árbol cae en un bosque, lo oímos porque eres tú. El sonido que hace es hijo, hijo, hijo, como si no fuera un bosque sino una ventana de un sexto piso. Y si te decimos que tenemos miedo, terminarás más que muerto, una rápida explosión de machedad. Si admito, no creo que tengas un corazón, sólo una lámpara quebrada debajo de tu pecho, fracturarás otro espacio, & esa es la oscuridad donde estaremos forzados a vivir. Si digo, me preocupa que estrangules al perro, jalarás otra ventana de una habitación para que no pueda ver su entierro. Por qué odiamos tan profundamente lo nuestro: hermano, mexicano, hermano, mexicano. ¿Quién crees que construye nuestras casas? Necesitamos una nueva palabra para bosque, alguna que capte la cumbre donde ver más allá de la aflicción. Genitalia tiene un cierto timbre para eso, un repicar del viento, un sonido suave arrugando como un ladrido. Para describir la burla del cuerpo, quizás aserradora. No hay manera de calmar lo carnívoro en ti, pero tus pasos en la cornisa se acercan, un breve silencio estampado en el hule. Un golpe inocente de quietud antes del gran salto: Buenos días, mundo!
Las muchas muertes de Inocencio Rodríguez
Sus pechos, gaviotas ahogándose
en chicle de canela, manos tan blancas como masa.
Su centro: neón catalpa, húmedas
hojas que rondan como buitres del Oeste de Texas.
Su pelo, una avalancha de cintas de cordellate,
separa la cortina de la ventana,
la ventana de su cartílago, el cartílago
de su piercing, el piercing de una oreja,
una oreja de la gravedad. Su cuerpo incuba
bajo la pila de XX brillante con su blancura,
bajo una red de vides eléctricas
tercamente en una cerca. El remolcador de su culpa
arrastrado a casa sobre un hilo del río donde le enseñó a su hijo la imposible
botella. Ahogar: ahogar, avispas dando
a luz en los pulmones. El mentol de Virginia adelgaza
cuarenta y seis años después. Coral negra de sangre
acumulada en el colon, en la garganta, el hígado.
El antónimo de apología.
Traducción de Arturo Gutiérrez Plaza