Nota de la traductora:
Primero leí Cherrufe (2008), la novela de la que proviene esta historia, hace varios años como estudiante de pregrado en un curso sobre literatura indígena. Inmediatamente me llamaron la atención las historias que, en apariencia, parecen simples, pero al examinarlas más a fondo, revelan tensiones culturales, políticas y económicas complejas. Además, el uso de Mapudungun en el texto en español puede llevar al lector al contexto mapuche de las historias, complicando aún más la experiencia de la lectura. Considerada por muchos críticos como la primera novela mapuche, Cherrufe tiene dos partes: una narrativa surrealista y de ensueño, desde la perspectiva de una niña, y las transcripciones de narraciones orales que han sido transmitidas en su familia durante generaciones. Elegí traducir esta selección de Cherrufe ya que es representativa de algunos de los elementos centrales en el juego en la novela. Específicamente, “Traición” toca algunas de las tensiones políticas, en particular aquellas que rodean las cuestiones de la tierra, entre los pueblos mapuche y chileno. Además, incorpora y juega con Mapudungun, de tal manera que refleja la experiencia lingüística y cultural del pueblo Mapuche en Chile.
Sarah Booker
Traducción de Claudia Cavallín
***
Su rostro tallado de arrugas no podía disimular la tristeza que cargaba en su corazón, un dolor tan grande que en cada bocanada de aire que tomaba, prefería quedarse dormida para siempre y no volver a sentir el latido apretado en su pecho.
Toda la comunidad había llegado al velatorio y funeral de gran Cacique Millaguir. Nadie daba crédito a lo que le había sucedido un hombre lleno de vida, un peñi amable, capaz de dar todo por su gente yacía ahí; silente, aguardando su despedida.
Lonkos y Mocetones de 5,000 leguas alrededor se habían dado cita aquel día. Muchos caballos rodaban la tumba; un gran tronco de pellín labrado a hacha resguardaba su cuerpo y junto al él dormía también su caballo. Joyas y prendas dignas de un Toki adornaban su descanso eterno.
El día anterior las mujeres habían cosechado el dorado trigo de las pampas, entonando los üll de la creación y gozando la dicha de pertenecer a la ñuke mapu. El bosque y las quebrados despertaban lentamente al brillar del sol. El lúgubre canto de un pitio llamó la atención de Antonia; la vieja, levantó la cabeza por entre las matas para poder escuchar con mayor atención que le quería decir aquel pajarillo. No logró percibir su llamado, pero se dio por entendida que le transmitía algo más que un simple canto.
Los árboles comenzaron a tener una nueva fuerza en su interior, un permanente movimiento ondulaban las copas de los añosos coihues y raulíes, Antonia percibió que la miraban con pena, que conversaban entre sí: susurraban un secreto que ya se había hecho eco en cada animal del bosque. La mujer observaba atenta, respiraba muy suavemente para no interrumpir aquella charla de seres del otro mundo que se dignaban a visitarla. No emitía ruido alguno, respiraba tan lento que su concentración, con sus antepasados, parecía infinita.
Las mujeres que la acompañaban no lograron percibir aquella comunicación entre Antonia y los ngen pues continuaron la rutina de cosechar cantando alegremente.
Mientras su pelo brillaba con los rayos de sol, y sus ojos verdes miraban todo a su alrededor, queriendo impregnarse para siempre de aquel instante, pensó:
—¡Ha llegado el día!
En ese momento, su pecho era clavado por una lanza; la sangre caliente corría por entre sus senos, mientras su corazón se aceleraba como queriendo salir de aquel lugar. La sangre marcaba el territorio donde ella estaba parada. Lo sintió, lo vivió, era real. Ahí estaba angustiada por no saber lo que pasaba. Todo era innegable, podía oler la sangre tocarla, podía sentir su pecho abierto de par en par, pero nada sucedía; era solo su imaginación que le hacía extrañas peticiones de auxilio.
De pronto, entre los árboles vio una gran luz que la encegueció, las mujeres que estaban a su lado se tumbaron al suelo cubriéndose el rostro para no quedar ciegas, gritaban como locas, no sabían que pasaba, el dolor que sentían frente a aquella luz era insoportable.
La esfera comenzó a acercarse, Antonia se quedó firme, como si una fuerza sobrenatural le sujetara los pies, simplemente no se podía mover. Sus aretes de plata se derretían al contacto con aquella Bola de Fuego que rápidamente se evaporó de su vista, y luego sin aviso, se asomaba en el cielo y desaparecía tras el cerro.
Antonia reconoció el cherrufe, como la señal de alguna tragedia, su madre le había transmitido en su niñez la historia del gran cacique Catriel que protegía a su familia luego de su muerte.
En aquel preciso momento el cielo se torno negro y las nubes se arremolinaron alrededor del sol y no dejaban filtrar ni un solo rayo.
Las mujeres asustadas corrieron a sujetar a Antonia, que ya se desmayaba, no sabían de donde provenía aquella sangre que había manchado su pecho; era como si una gran herida palpitara bajo su trapelakucha. Ella sintió que todo el mundo se vino encima, no podía caminar, ni hablar, solo sus pensamientos no fueron invadidos por aquel cherrufe, pero el resto de su ser estaba poseído por el anuncio que había recibido.
Esa Bola de Fuego era la última señal y la definitiva para saber que su amado Millaguir debía seguir a sus antepasados, a lugar de los espíritus, al wenumapu: la tierra de arriba.
Llevado por el deseo y el temor, corrió desesperada por las pampas, no importando las raíces que se incrustaban en sus pies descalzos; solo pretendía llegar donde su viejito, en cada paso que daba sentía que dejaba atrás la vida.
Las otras mujeres quisieron seguirla darle alcance no entendían nada. Antonia se esfumaba por entre los árboles, parecía mimetizarse con ellos, no podía ser vista, era invisible, solo el movimiento de las ramas les indicaba a las demás ñañitas que por ahí había pasado la anciana que, con la fuera de un león aplastaba todo a su paso.
Millaguir dormía dentro de la ruka, tendido sobre el suelo, tras él un hilo de sangre corría desde su cabeza. Antonia entró de golpe, lo tomó entre sus brazos, acarició su cabello canoso sus trenzas caían sobre el charco de sangre de su amado, sus ojos contemplaban aquella escena donde la muerte había dejado s huella.
—¡¿Dónde estás Millaguir?! —gritó con desespero.
Un Kulkul se escuchaba entre sus gritos, luego una Trutuka incesante que no daba lugar a llorar. La lastimera melodía dejaba ver que Millaguir había sido muerto por traición. El aviso fue inmediato para los demás reducciones. Todos debían enterarse. El gran Cacique Millaguir había muerto en manos de un traidor.
Antonia se puso de pie y salió de la ruka con la cabeza en alto, por su rostro ya no caían más lagrimas, como ella era la ¨Mayora¨ no podía demostrar su derrota, su pena, su dolor, su congojo por quedarse sola.
Fuerte y firme hizo llamar a sus concejeros y werquen y los envió a dar aviso de la muerte del amor de su vida; cincuenta y ocho años llevaban juntos. Habían nacido destinados para darle vida a una estirpe familiar que debía durar por la eternidad.
Millaguir era un hombre de voz grave, manos pequeñas, de andar seguro, muy respetado y querido en todo lugar. Donde iba recibía los honores de un grande, dueño de miles de hectáreas de campo; su lucha era diaria para no ser despojado de sus bienes.
Apenas salió el sol, fue visitado por Ismael Jaramillo que tenía la intención de convencerlo que le vendiese su campo, y animales. El winka le hablaba de todo lo que podría conseguir con el dinero que le ofrecía. Millaguir, sin embargo, hacía como que no oía nada, como que no quería entender la lengua que hablaba aquel hombre de piel pálida. No quiso escuchar sus propuestas.
Caminó alrededor del fogón, atizonando el fuego y moviendo la olla de fierro que colgaba del centro, se arregló su atuendo, y le dijo en perfecto español:
—Esto que usted ve, son las montañas más antiguas, es el lago más grande, y todo lo que percibe su olfato fue de mi padre y por lo mismo, todo es de mi pueblo. Y óigame bien. ¡No están en venta!
Jaramillo se levantó exaltado por el desprecio de aquel cholo, como él les decía, con una mirada de odio sacó su arma mientras maldecía al mapuche, disparándole en la cabeza.
El disparo asustó a los animales y aves, el perro saltó de espanto y comenzó a aullar. Jaramillo enfundó, tomó su dinero y se fue.